Boris Arenas, CC BY-SA 4.0 , via Wikimedia Commons

Las FARC…siempre las FARC

A pesar de las concesiones y negociaciones entre el Estado colombiano y las FARC, estas continúan reinventándose y fortaleciendo su liderazgo.
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Distinguía el brillante estadista francés Talleyrand-Périgord dos grandes variantes de la muerte. En la guerra se muere una sola vez, pero en la política se muere para resurgir. Ese aforismo, si podemos llamarlo así, lo confirmó el agudo diplomático en su propia experiencia; sin embargo, por sobrar los ejemplos en todas las épocas de la historia, ya no necesita probarse, pues se ha convertido en verdad apodíctica.

El significado de este tipo de malquerencia no se reduce a la mala voluntad entre personas, sino que vale igualmente para calificar la perseverancia de las organizaciones. Aquí debo referirme al caso de las FARC, un movimiento armado colombiano que le dijo adiós a las armas tras negociar con el gobierno de Juan Manuel Santos. La república hermana fue víctima de una guerra encarnizada con la participación de organizaciones paramilitares de todas las variantes imaginables y con cifras desgarradoras de muertos y heridos. El proceso se inició con el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, un líder excepcional, quien decía de sí mismo: “no soy un hombre, soy un pueblo”.

El día del homicidio pasó a la posteridad con el nombre del “Bogotazo” para recordar el sacudimiento social y político que la muerte de aquel gran caudillo popular causó en Colombia. Campesinos liberales, pobladores urbanos conservadores, liberales y comunistas diseñaron autodefensas armadas. Pronto le entregaron la jefatura a Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda Vélez y Tirofijo. No postulaban la toma del poder sino autodefenderse de los desmanes latifundistas, hasta que, a comienzos de la década de los sesenta, imprimieron un viraje profundo. Dejaron claro que, a partir de ese momento, se propondrían repetir la experiencia fidelista y sandinista para conquistar el poder.

Ahora se llamarían Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército Popular FARC-EP. Su comandante sería el mismo Marulanda, ya no más un liberal sino un comunista.

Demasiado obvia la influencia de Fidel Castro quien, por cierto, hablando de la interminable guerra social colombiana, me comentó: “a mí no me gustan las guerras largas”, quizá para insinuarme su afición a la propaganda armada.

Semejante estrategia se coronó en la isla con una victoria, que fue espectacular, generando intentos de repetirla en varios países  latinoamericanos y africanos.

Las FARC se desarrollaron con rapidez y fuerza. Con la intensa ayuda cubana, superaron su conformación puramente guerrillera y pasaron a la guerra de movimientos, liberación de territorios y empleo de unidades y armamento cada vez mayores. Para permanecer en el nivel de guerra de guerrillas, es decir, para involucionar, tendrían que renunciar a la esperanza de reeditar las experiencias fidelista-cubana y sandinista-nicaragüense. Porque, por naturaleza, se basan en el movimiento y en la desconfianza constantes: nada de engolfarse en territorios y poblaciones fijas. Pero estas condiciones no permiten crecer, a fin de operar con cientos de combatientes hábiles para sorprender e inmediatamente huir.

Se comprenderá que así no se ganan peleas, ni al más raquítico y peor dotado de los enemigos. La importancia de semejante obstáculo fue captada por los presidentes colombianos Belisario Betancur, Virgilio Barco, César Gaviria, Andrés Pastrana, y –con visión más sofisticada– Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos.

Las concesiones que dichos mandatarios ofrecieron a los distintos frentes armados fueron, en general, muy apropiadas; las del conservador Pastrana, a no pocos, les parecieron un paso hacia la rendición del Palacio de Nariño. Pero la roca que les opuso las FARC-EP, si bien fue casi tan flexible y adornada de concesiones de impresionante largueza, no cedió en los dos puntos medulares: desarme y desmovilización.

¿Por qué las FARC mantuvieron tal renuencia al llegar a ese punto crucial?

Marulanda tenía 20 mil hombres fuertemente armados y experimentados, y enormes reservas que les ilusionaban con entrar en triunfo, como Castro en La Habana y Ortega en Managua. Si puedo comerla toda, ¿para que conformarme con un pedazo de la torta?

Las ilusiones las desvanecieron primero el Plan Lasso y luego la Operación Jaque, con la que Uribe y Santos le dieron un empujón a la historia. Alfonso Cano, sucesor del fallecido Marulanda, emitió una orden a la jaqueada FARC-EP para retroceder a la formación guerrillera –solo útil para molestar, nunca para triunfar– y con ella indicó que ya no tenían la ilusión de entrar heroicamente en Bogotá. Solo quedaba abierta la vía de la negociación, el desarme y la desmovilización. Cansado de luchar, y desengañado, el Secretariado cedió.

Fue un logro magistral, pero no duradero. Parte de los faristas desconocieron el acuerdo, formaron un nuevo bloque con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y retornaron a las armas.

Lo vemos todos y, quizá, lo seguiremos padeciendo. Esto, a propósito de los crecientes choques de las FARC –de nuevo divididas– con el Ejército venezolano, el ELN y, acaso, del absurdo choque entre los dos gobiernos y ejércitos que honraron la emancipación, fundando la Gran Colombia, sueño preliminar del Libertador Simón Bolívar.

Las FARC regresan en busca de liderazgo. No han definido cuál será su nueva causa, sin la cual no se sostendría ninguna. Disidentes faristas han forjado alianzas inéditas. Ocupan territorio venezolano, desplazan por la fuerza a miles de humildes pobladores en Apure, disparan contra militares venezolanos y, encima, declaran que están ayudando a sus hermanos de la otra frontera. ¿Acaso esa es la nueva causa?

 

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Es escritor y abogado.


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