Después de los atentados de Barcelona, los medios se han centrado en dos aspectos: el conflicto de competencias y colaboración entre los mossos y la Policía Nacional y la Guardia Civil (como otro conflicto más entre Cataluña y España), y la comunidad musulmana en España. En el primer caso hay sensacionalismo, en el segundo sentimentalización y autoflagelación. A los pocos días del atentado, el foco se desplazó hacia la islamofobia, la posible estigmatización de la comunidad musulmana. Los atentados se producen en un contexto de creciente xenofobia, y un vistazo a los comentarios en redes sociales muestra un gran número de personas que piden de manera injusta a los musulmanes que condenen el terrorismo. Pero si es comprensible que el colectivo musulmán se enfade cuando matan en su nombre, es frustrante que tengan que salir a la calle para demostrar lo obvio: los musulmanes no son culpables de lo que hacen cuatro extremistas nihilistas en nombre de su religión.
El momento cumbre de estos días sentimentales es la foto de Javier Martínez, padre de uno de los niños asesinados en Barcelona, abrazando y consolando a un imán en una concentración en solidaridad con las víctimas. Martínez afirmó que “necesitaba abrazar a un musulmán”. Es una actitud difícil de entender, pero hay muchas maneras de realizar el duelo. La foto ha servido para fomentar un clima de concordia necesario, pero la imagen coloca al imán en una posición protagonista y en el papel de víctima, como su estuviera usurpando la tragedia a las verdaderas víctimas. Algo similar ocurre con otra imagen sentimental en Las Ramblas: un vídeo de un musulmán que llora y se lamenta y pide perdón de manera histriónica frente al lugar de conmemoración a las víctimas. Las mayores víctimas de Estado Islámico son musulmanes de países árabes, y hay miles de musulmanes que sufren discriminación en España y Occidente. Pero las víctimas de las ramblas de Barcelona son otras.
El periodismo es la cobertura informativa de lo excepcional, decir que un hombre ha mordido a un perro. Según la lógica periodística de estas imágenes, lo sorprendente es que haya musulmanes e imanes buenos y pacíficos y no terroristas. Los medios convierten a los musulmanes en víctimas y a la vez en verdugos. En cierto modo, esta actitud compra el marco xenófoba: extiende la idea de que el musulmán bueno es lo excepcional. Y es posible que el racista e islamófobo que ve la humanidad y solidaridad de estos musulmanes cambie de opinión, pero también contribuye a extender una extraña sospecha.
Aunque en apariencia menos extendida, hay también una actitud parecida respecto a la relación entre Cataluña y el resto de España: hay muestras de una satisfacción innecesaria, y casi de sorpresa, al ver que los españoles nos solidarizamos con un atentado ocurrido en Cataluña. Como si lo normal fuera la hostilidad, como si los barceloneses no fueran nuestros hermanos, primas, novios, tíos, como si no solo Cataluña fuera otro país sino otra cultura, totalmente ajena e incomunicable con el resto de España. Y casi como si las diferencias y los problemas políticos fueran lo único que nos define como personas.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).