La décima Cumbre de Líderes de América del Norte fue una oportunidad para que los gobiernos de México, Estados Unidos y Canadá discutieran temas fundamentales en la agenda trilateral. Aunque abordaron la migración, la salud, el cambio climático, la seguridad regional, la diversidad, la equidad racial y la inclusión, en el centro de la discusión estuvo la competitividad estratégica y el futuro desarrollo económico de la región. Si bien América del Norte ya representa un tercio del PIB mundial, los tres países que la integran tienen una oportunidad única de convertirse en una potencia económica si logran establecer las condiciones para fortalecer las cadenas de suministro regionales, crear una fuerza laboral con las habilidades necesarias para integrarse en sectores clave, atraer inversión y promover la prosperidad y crecimiento de la región.
La pandemia de covid-19, que ocasionó una disrupción a las cadenas de suministro globales, sumada a la guerra en Ucrania y a una recesión económica inminente, han causado que el mundo regrese a la regionalización, a profundizar los lazos económicos con países geográficamente cercanos, en un proceso también conocido como nearshoring. América del Norte se tardó más que otras regiones en entender esta tendencia, pero la cumbre que se celebró en la Ciudad de México reflejó el interés de acelerar la integración.
Las acciones concretas en esta materia que surgieron de la cumbre son importantes, pero implementarlas dependerá de cada país y de la interacción entre ellos. Entre las medidas trilaterales que se anunciaron resaltan un foro para adaptar políticas gubernamentales e incrementar la inversión en las cadenas de semiconductores, un mapeo de minerales críticos que existen en cada país para la producción de baterías para vehículos eléctricos, un programa que involucrará al sector privado y público para aumentar y agilizar la movilidad estudiantil en la región, y una iniciativa para impulsar la creación de una fuerza laboral mejor capacitada.
Los tres líderes parecieron presentar un frente unido, optimista, y prometedor para el futuro de América del Norte. Las oportunidades y las metas están bien definidas, pero el verdadero reto está en empatar las agendas de tres naciones con políticas diferentes y de tres gobernantes que, aunque quieren estrechar lazos con sus socios, necesitan velar primero por sus intereses domésticos y políticos.
Pudimos ver los desafíos que perduran durante la reunión entre el presidente Andrés Manuel López Obrador y su homólogo estadounidense. Si bien dieron muestra de la amistad entre ellos, en el encuentro quedó claro que tienen distintas visiones, prioridades, e ideologías para la región. A pesar de los elogios que le hizo a Biden, el mandatario mexicano no dejó de reprochar el abandono y desdén de la Casa Blanca hacia el hemisferio occidental y le pidió apoyar la integración de toda América Latina. La respuesta de Biden lo dijo todo: le recordó a su contraparte mexicana que Estados Unidos ha invertido miles de millones de dólares en los últimos 15 anos en el hemisferio y que Estados Unidos es una potencia mundial con focos rojos que tiene que atender de manera inmediata, por lo que no puede enfocarse en una sola región.
Así, entre líneas, el mandatario estadounidense mostró la dificultad que enfrenta la Casa Blanca para desarrollar una política estable con América Latina. Si Estados Unidos interviene de más en los asuntos políticos de los países latinoamericanos, lo critican por ser imperialista, pero si no se involucra lo suficiente, lo acusan de abandonar y desdeñar el hemisferio. En resumen, la ilusión de que era un encuentro entre pares iguales se desvaneció en un simple intercambio de discursos entre los mandatarios.
Por naturaleza, este tipo de reuniones suelen ser muy diplomáticas, y los comunicados y conferencias de prensa lo reflejaron. Los tres países discutieron a puerta cerrada, en privado, los conflictos que enfrentan. La disputa comercial que Estados Unidos inició en julio de 2022 en contra de la política energética de México, y a la cual luego se sumó Canadá, fue un tema espinoso que estuvo sobre la mesa. La política energética del gobierno mexicano supone un riesgo enorme a las inversiones canadienses y estadounidenses en el país, y la manera en que resuelva el caso definirá a grandes rasgos la futura integración económica de América del Norte.
Todo indica que la política energética de López Obrador, que favorece a empresas propiedad del estado en detrimento del sector privado, está encaminada a enfrentar un panel bajo el T-MEC, que probablemente determinará que México violó varios capítulos del tratado. De ser así, se esperaría que el presidente mexicano tomara medidas correctivas para revertir el daño causado. No obstante, la autosuficiencia energética toca fibras muy sensibles para la 4T, es uno de los pilares ideológicos que el mandatario mexicano difícilmente estará dispuesto a sacrificar. En caso de que México se encontrara en violación del T-MEC y decidiera no tomar medidas correctivas, la señal que mandaría a sus dos socios comerciales y al mundo entero es que en el país no existe certeza jurídica ni legal, ahuyentando la inversión extranjera y poniendo en duda su disposición de implementar el marco regulatorio del acuerdo comercial.
Si bien América del Norte tiene todo para impulsar la prosperidad y el crecimiento económico, quedan muchos temas por resolver para lograr estos objetivos. Será complicado apostar por el desarrollo económico de la región mientras existan una crisis migratoria, altos niveles de inseguridad y una incapacidad de combatir el cambio climático. Desafortunadamente el eslabón más débil en todos estos rubros es México, y aunque López Obrador ha colaborado en materia migratoria con la Casa Blanca, su agenda política difiere en muchos aspectos de sus dos contrapartes.
Durante la conferencia de prensa que se dio al concluir la cumbre, López Obrador habló de “la planeación y la sustitución de importaciones en América del Norte, procurar cada vez ser más autosuficientes”, lenguaje que revela su visión para la región .
El uso de las palabras “sustitución de importaciones” se remonta a un modelo económico que distintos países latinoamericanos adoptaron entre 1950 y 1970 como respuesta al deterioro de los beneficios del comercio internacional, abogando, como solución, por estimular la producción nacional. La idea de fortalecer el crecimiento doméstico y depender menos del comercio exterior va muy en línea con la ideología del presidente mexicano, quien aspira a devolver al país a una época arcaica de autosuficiencia y aislamiento del sistema internacional.
En pocas palabras, López Obrador le dice a sus socios lo que quieren escuchar –que está dispuesto a cooperar para incrementar la integración de la región– pero reafirma su visión nacionalista ante su base electoral. Cabe recalcar que ningún comunicado de la Casa Blanca menciona la situación de importaciones como una medida para fomentar la actividad económica de la región. Esta pequeña frase, que pasó por lo general desapercibida, revela los profundos retos que pueden enfrentar los tres lideres en el futuro próximo.
Estados Unidos y Canadá coinciden en que tienen que combatir el cambio climático y transitar hacia energías limpias, que se debe trabajar sobre la inclusión y diversidad de comunidades minoritarias, y que la economía regional solo puede prosperar si adoptan una visión en común. Pero al sur tienen a un vecino incómodo. Están forzados, por distintas razones, a lidiar con un mandatario que es un hábil político, pero que prefiere las energías sucias por encima de las renovables, que tacha al movimiento feminista de “conservador” y que prefiere la sustitución de importaciones que ceñirse a un tratado de libre comercio.
La tendencia hacia la regionalización no quiere decir desprecio por el comercio internacional. Al contrario: la idea es fortalecer las cadenas de suministro regionales para que América del Norte sea más competitiva frente a otras potencias globales, como China. López Obrador no parece entender bien la oportunidad que le ofrecen sus dos contrapartes, y con sus palabras exhibe el tipo de mandatario que aspira a ser y el futuro que quiere para la región.
Las consecuencias de ello surgirán en la primera revisión del T-MEC en 2026, cuando los tres países determinarán si renuevan el pacto por 16 años más. Será un año crítico, porque mientras América del Norte estará festejando ser el anfitrión de la Copa del Mundo, sus líderes estarán definiendo la existencia y el futuro económico de la región.~
es directora del Instituto México del Wilson Center. Ha laborado en el gobierno federal de México, fue asesora de políticas públicas para América Latina en un despacho de abogados internacional en Washington DC y fungió como corresponsal de la Casa Blanca para NTN24. Cuenta con una maestría en Estudios Latinoamericanos y Gobierno de la Universidad de Georgetown.