Foto: César Gómez/SOPA Images via ZUMA Press Wire

¿Qué pasó el 2 de junio?

Para algunas voces, el régimen de la “transición democrática” se ha agotado. Paradójicamente, el sexenio que culmina y su corolario electoral nos han regresado a su punto de inicio.
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Alguna vez dijo Carlos Monsiváis: “o ya no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba entendiendo”. Creo que la frase refleja a la perfección lo que algunos (pues no creo ser el único) pensamos respecto de la jornada electoral del 2 de junio. Y no me refiero a la victoria de Claudia Sheinbaum, que la mayoría de mis colegas y amigos ya anticipaban, sino al margen de su victoria, al casi “carro completo” y a la ausencia del voto de castigo que (suponíamos algunos) aparecería el día de la elección. ¿Cómo explicar que el electorado votó no solo por darle el respaldo a la candidata oficial, sino también la clara mayoría en las dos cámaras del congreso, con una cantidad de votos incluso mayor a las que hace seis años recibió Andrés Manuel López Obrador? ¿Qué pasó con el voto de castigo que apareció en la Ciudad de México en 2021? ¿Cómo entender el apoyo mayoritario a Sheinbaum en lugares como Acapulco, tras la muy deficiente respuesta del gobierno federal ante la tragedia de Otis?

Mucho se ha hablado, en redes sociales y medios de comunicación, de que las voces críticas al gobierno no supieron entender, ni mucho menos pueden explicar, nada de lo que pasó porque viven en una “burbuja”. Se ha argumentado que las y los analistas únicamente se leen y escuchan entre sí mismos; que su “clasismo” no les permitió comprender a las personas de clases medias ni, mucho menos, a las de bajos recursos; que su objetividad está obnubilada por los “privilegios” que perdieron este sexenio. En suma, que buena parte de nuestra clase intelectual más mediática no fue capaz de “leer” y anticipar lo que pasaría el 2 de junio.  

Y sí, algo hay de cierto en esa crítica a los críticos del gobierno. Fueron escasos los análisis que ponderaron adecuadamente lo que mucha gente piensa de los aumentos al salario mínimo, de la universalización de los programas sociales y de cómo más y mejores ingresos (por limitados que sigan siendo) ayudan a salir del paso a miles de familias en sus vidas cotidianas. También es cierto que no han faltado comentarios desafortunados, mezquinos y hasta clasistas entre algunos “comentócratas” e influencers que se han caracterizado por su abierta antipatía hacia la “4T”.  

Sin embargo, más allá de un muy necesario mea culpa de quienes escribieron y opinaron imaginando un resultado distinto, creo que todavía no sabemos bien a bien qué pasó. Por supuesto, en el campo de los analistas y académicos oficialistas, el liderazgo de López Obrador y las cualidades de “la Doctora” (como suelen referirse a Sheinbaum, tras años de menospreciar la importancia de las credenciales académicas) explican fácilmente el arrollador resultado electoral. Otros análisis un poco más completos han subrayado la capacidad de movilización territorial de Morena y, por supuesto, las fallidas estrategias electorales de la oposición. Pero incluso sumando esos factores a la interpretación, pareciera que algo (o más bien mucho) falta por saber y por entender.

¿Cómo explicar que México fue uno de los países con más muertes por la pandemia de covid-19 y, sin embargo, mucha gente prefirió responsabilizar a sus familiares o amigos (por su obesidad, sus descuidos, su edad) antes que a las pésimas acciones y decisiones del gobierno federal o del gobierno de la ciudad de México? ¿Cómo entender que las personas de menores ingresos no han reclamado abiertamente al presidente la mala condición de las escuelas públicas o el desabasto continuo de medicinas en hospitales públicos, mientras se han gastado miles y miles de millones en un tren, una refinería y un aeropuerto sin futuro? ¿Cómo es que los millones de usuarios cotidianos del cada vez más deteriorado metro de la ciudad de México no exigieron cuentas a su exgobernadora? ¿Cómo fue que tantos millones decidieron votar por un movimiento de “izquierda” que, tras seis años de gobierno, ha mostrado su indolencia ante los feminicidios, los desaparecidos y los padres de Ayotzinapa; que ha tenido nulo interés en las causas ambientales o la comunidad LGBT+; que no ha disminuido la corrupción ni la pobreza extrema; que prefirió aliarse con los empresarios más ricos antes que impulsar una reforma fiscal progresiva?

En la resaca de nuestra fiesta electoral, notable una vez más por el compromiso de miles de ciudadanas y ciudadanos encargados de las casillas y por la infraestructura institucional profesionalizada en la que se sostiene, se han difuminado rápidamente otros factores que sin duda marcaron el proceso. Quizá no hubo elección de Estado, pero sí una clara y reiterada injerencia del presidente por meses (años incluso) antes de la jornada: denostando al “PRIAN”, estigmatizando a los votantes de oposición, promoviendo a su candidata, movilizando a sus seguidores. Muy pronto se ha vuelto tabú hablar de clientelismo y compra de votos, pero es innegable que los programas sociales “de AMLO” y las redes de servidores públicos se usaron de forma partidista. Al uso abiertamente político de los medios de comunicación del Estado se fue sumando la parcialidad de los medios privados, ya fuera incluyendo comentaristas con obvias filias morenistas, ya con entrevistas y coberturas favorables a la candidata oficial. Un eficaz ecosistema de propaganda político-partidista que lo mismo pudo socializar ciertas frases y etiquetas hasta volverlas algo natural en la conversación pública, que delinear los estereotipos de los “héroes” y los “villanos” de nuestra vida política nacional.   

Más allá del desconcierto de unos y el triunfalismo de otros, vale la pena recordar que los problemas del país no desaparecieron el día de la elección. Los niveles educativos no han mejorado en el sexenio y nunca se planteó una estrategia adecuada para compensar los efectos de la pandemia en niñas, niños y adolescentes. Los sistemas de salud pública no solo siguen lejos de los estándares daneses, sino que el acceso a la salud y a las medicinas hoy es más difícil que hace seis años. No hubo grandes iniciativas para combatir la contaminación ambiental o para afrontar los estragos del cambio climático. Aunque la militarización se debata desde una perspectiva lingüística, es indudable que ha aumentado la presencia de las fuerzas armadas en ámbitos civiles. Las discusiones sobre tendencias de homicidios y cifras de desaparecidos han mostrado que la inseguridad sigue siendo un problema inmenso, como incluso pudo verse durante el mismo proceso electoral. La corrupción gubernamental no se ha acabado, solo se ha negado o justificado como meras “aportaciones”. Las políticas de “austeridad republicana” han empobrecido las capacidades administrativas de las organizaciones públicas. Y, a pesar del escepticismo de muchos, a lo largo de estos años hemos observado el despliegue sistemático de un conjunto de estrategias de erosión democrática de libro de texto. 

El 2 de junio dejó muchas certezas, pero también algunas inquietudes. Hay una ganadora indiscutible, un movimiento político dominante y una mayoría del electorado que pareciera compartir los valores del presidente saliente y la presidenta electa. La oposición quedó desgastada y necesitará renovar sus liderazgos. La agenda de la desigualdad se ha vuelto más urgente que nunca y, sin duda, el Estado tendrá que intervenir más activamente para atenderla en sus distintas vertientes. El régimen de la “transición democrática”, dicen algunas voces, se ha agotado.

Pero, paradójicamente, el sexenio que culmina y su corolario electoral nos han regresado al punto de inicio en más de un sentido: un presidencialismo exacerbado; un partido hegemónico con escasos incentivos a negociar con minorías endebles; un congreso subordinado al ejecutivo; una administración pública agobiada por el patrimonialismo y el patronazgo; programas sociales politizados; gobiernos estatales alineados al poder central; una sociedad civil desarticulada; y unos medios de comunicación complacientes con el poder. Si a ello sumamos una élite político-gobernante que privilegia el uso de posverdades en el discurso público, un entorno de notoria polarización y la persistencia de graves problemas sociales, quizá sea tiempo de empezarse a preguntar también por qué no todos (intelectuales o no) están celebrando los resultados de tan histórica elección. ~

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es doctor en ciencia política por The London School of Economics and Political Science y profesor investigador en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede México.


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