La democracia está en peligro

Puede verse la democracia en México como una fuerza que ha logrado abrirse paso en medio de una cerrada selva autoritaria. Hoy esa idea está en riesgo de desaparecer.
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La democracia en México, ¿breves paréntesis en medio de una historia autoritaria? Esos paréntesis se cuentan con los dedos de una mano, y nos sobran dedos: la República Restaurada (1867-1876), la presidencia de Madero (1911-1913), la transición democrática (1997-2018). Pero también es lícito ver la democracia en México como una fuerza que ha logrado abrirse paso en medio de una cerrada selva autoritaria, una idea seductora en la que todos somos iguales bajo el imperio de la ley, la idea de una república de la razón por encima de un rebaño que se mueve por emociones, un ideal en el que las mayorías respetan a los grupos minoritarios, en donde el poder es contenido por contrapesos, la idea de un país en donde uno puede pensar y expresarse sin restricciones. Hoy en México esa idea está en riesgo de desaparecer. Hoy en México la democracia está en peligro.

Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia al frente de un movimiento popular, no de un partido, de escasa raigambre democrática. Se dice que Morena arrasó en las elecciones, lo cierto es que obtuvo el 53% de los votos contra el 47% de la oposición. Una diferencia considerable, no un tsunami electoral. En la Cámara de Diputados se hicieron Morena y sus aliados de la mayoría calificada por medio de trampas. A lo largo de cuatro años de gobierno, Morena ha ganado veinte gubernaturas, cientos de alcaldías y de diputaciones federales y locales. En ningún caso se ha presentado una denuncia en contra del árbitro electoral. La palabra “fraude” ha desaparecido de nuestro vocabulario político. No ha habido una sola denuncia que ponga en duda la imparcialidad del Instituto Nacional Electoral. Pese a ello, el presidente ha arremetido contra el ine, a través de insultos y amenazas, y lo que es más grave: a través de draconianos recortes presupuestales. En el México de López Obrador hay dinero de sobra para la construcción de estadios de beisbol, pero no para la democracia. Faltando menos de un año y medio para que se celebren elecciones para renovar la presidencia de la república, el presidente y Morena han presentado una iniciativa de reforma electoral para modificar las reglas del juego. No lo hace para perfeccionar la democracia sino para apropiarse del órgano electoral, por temor de que su partido pierda las elecciones de 2024. La democracia está en peligro.

En junio de 2021 se celebraron comicios en varios estados de la república. En Michoacán, Colima, Nayarit, Sonora, Sinaloa y Baja California el crimen organizado participó en ellos a favor de Morena. Secuestraron a representantes de los partidos y en algunos casos a los candidatos. Un día antes de las elecciones pistoleros fueron a sacar de sus casas a los funcionarios, los mantuvieron incomunicados y fueron puestos en libertad una vez que concluyó la jornada electoral. Al día siguiente, en su conferencia matutina, el presidente reportó que las elecciones transcurrieron en paz. Se permitió incluso felicitar al crimen organizado por “haberse portado bien”. Hoy día en los estados mencionados gobiernan personajes avalados y apoyados por el crimen organizado. Son ellos los que verdaderamente mandan. Estas acciones se llevaron a cabo con la aquiescencia del ejército mexicano y con la tácita complacencia del presidente López Obrador. Dado el éxito de este operativo es muy alta la probabilidad de que se repita en las elecciones de 2024. La democracia está en peligro.

Los defensores de la política autocrática de López Obrador hablan de que él encabeza otro tipo de democracia, distinta de la democracia representativa y liberal (a pesar de que él se tiene por “liberal”). Hablan de que su modelo es la democracia participativa. Una democracia interesada en el sentir de las mayorías. Tildan a la democracia representativa de “democracia formal”. La democracia participativa está atenta a las marchas, a las multitudes guiadas por un líder carismático. Las elecciones les parecen un estorbo, un mero formalismo. Lo suyo es el asambleísmo, la votación a mano alzada, las consultas populares. Con una consulta popular a modo comenzó el gobierno de López Obrador, meses antes de asumir de manera oficial el poder. Se trató de una consulta amañada. En ella se preguntó a la gente si quería que se continuara con la construcción del aeropuerto de Texcoco (que llevaba un 40 por ciento de avance) o si prefería que se rehabilitara el aeropuerto militar de Santa Lucía. López Obrador hizo abierta promoción de la segunda opción. Se ubicaron casillas en lugares remotos de Chiapas pero no en las colonias de la Ciudad de México donde habitan las personas que más usan el aeropuerto. Se contrató a un instituto afín al movimiento morenista para que organizara el ejercicio. No se utilizó padrón alguno, pudo votar varias veces el que así lo decidía. No se resguardaron las boletas. Aunque el resultado no tenía ninguna validez, López Obrador lo usó para “legitimar” una decisión tomada de antemano. El concepto de democracia participativa, a la luz de las consultas que ha organizado López Obrador, es equívoco. El modelo es el de la democracia dirigida. Más preciso aún: el de la democracia simulada. Lo dicho: la democracia está en peligro.

Elemento esencial de la democracia es la libertad de expresión. Desde el primer día de su gestión como presidente, López Obrador decidió estigmatizar a la prensa. Para evitar censurarla, primero la cubre de insultos que difunde a través de múltiples vías. ¿Para qué censurar si puede desacreditar a sus críticos? Todo aquel que lo critique es visto y tratado como un posible golpista y así se le exhibe en sus conferencias. Ejercicio autoritario de comunicación, las conferencias –dada su asimetría– son un instrumento ideal para calumniar y amenazar a la prensa independiente. Un ejemplo: al periodista Carlos Loret de Mola, que ha evidenciado la corrupción en el círculo familiar y más cercano del presidente, se le han exhibido ilegalmente datos personales, poniendo en riesgo su seguridad. Lo hace el presidente a sabiendas de que México es considerado el país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo, por encima de países en guerra. La democracia está en peligro.

Durante su campaña por la presidencia López Obrador no se cansó de repetir que regresaría a los militares a sus cuarteles. Ya en el poder hizo lo opuesto. Los militares están hoy presentes en múltiples espacios civiles. El secretario de Defensa, abandonando la tradicional neutralidad institucional, se ha manifestado en varias ocasiones a favor del proyecto político del presidente. Otro personaje que abandonó la indispensable neutralidad de su cargo es Arturo Zaldívar, hasta el pasado diciembre presidente de la Suprema Corte de Justicia. “No me vengan con que la ley es la ley”, dice López Obrador mientras el ministro agacha servilmente la cabeza. Mediante canonjías, el presidente controla la opinión pública a través de las televisoras que repiten a todas horas la propaganda gubernamental. Militarización del país, justicia supeditada y televisoras complacientes no son elementos que contribuyan a fortalecer la vida democrática sino todo lo contrario. La democracia está en peligro.

López Obrador es un priista embozado. En el Revolucionario Institucional comenzó su vida política, luego de las matanzas de 1968 y 1971. Cuando Salinas de Gortari ganó mañosamente las elecciones de 1988 López Obrador permaneció en el PRI, y no se conoce que haya protestado contra el resultado de esa elección. Dejó el partido, cuando se negaron a postularlo como candidato a gobernador de su estado. En realidad, no ha dejado de ser priista. Su modelo de democracia simulada viene de ahí. Su tentativa de hacerse del control del órgano electoral es priista. La forma en que ha subordinado a los militares y a los poderes legislativo y judicial pertenece al modelo que el pri impuso al país durante setenta años. López Obrador representa el regreso del pri autoritario. La democracia está en peligro.

La excesiva presencia de los militares en la calle no es un dato menor. López Obrador lo ha dicho de forma muy clara: “Este ejército surgió para combatir a los conservadores.” La sociedad civil y los partidos políticos de oposición jugarán en una cancha desnivelada, con las televisoras en contra, con el aparato de propaganda al máximo de su capacidad. El presidente utilizará todos los medios a su alcance, legales e ilegales, para conservarse –él o su movimiento– en el poder. No es el presidente excepcional que sueña ser, sino un político vulgar en busca de poder a cualquier costo. La democracia está en peligro. ~

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