¿Qué está tratando de hacer Humberto Moreira, el presidente electo del PRI, repartiendo candela a diestra y siniestra? A la fecha de publicación de este texto, Moreira había intercambiado declaraciones, en solo un par de semanas, con cuatro secretarios de Estado, los presidentes nacionales del PAN y el PRD, uno que otro aspirante presidencial y un buen número de legisladores. Moreira, famoso en las pantallas de televisión por sus notables dotes de bailarín y su habilidad para la refriega verbal chocarrera, llamó ninis a los miembros del gabinete, “pequeño de mente” a un secretario, “ignorante” a otro, aseguró que uno más le dio “ternura”, mandó callar a otro por haber pertenecido al PRI hasta hace unos años y citó a otro distinguido poeta de la sofisticada política mexicana cuando afirmó que el PRI sacaría de Los Pinos a “las víboras y las tepocatas”. Todo esto en la primera mitad del mes de enero. Y va por más: “tengo para todos”, dijo con una sonrisa.
¿De qué va todo esto? ¿Qué pretende Moreira con esta andanada retórica cuando faltan, además, 18 meses para la elección presidencial? Sospecho que todo se reduce a lo que podríamos llamar la “estrategia Mourinho”. Me explico. Humberto Moreira me recuerda a José Mourinho, técnico del Real Madrid. Mourinho, que acaba de ser nombrado mejor entrenador de futbol del mundo con todo merecimiento, tiene esencialmente dos grandes talentos: es, primero, un notable estratega y, después, un genio a la hora de concentrar toda la atención mediática que genera el equipo alrededor exclusivamente suyo. Por lo pronto, Mourinho me remite a Moreira por la segunda de sus virtudes. Mourinho habla antes y después de los partidos, lidia con los reporteros y los provoca, siembra polémica y cizaña, provoca a los rivales y cuestiona a los árbitros. Es, en suma, un personaje mediático fascinante que, con todo ese circo, busca una sola cosa: proteger a sus jugadores de cualquier presión y, sobre todo, de cualquier tropiezo mediático que pudiera traducirse en un problema en lo que realmente importa: el resultado en la cancha.
Es una apuesta interesante la del presidente electo del PRI. Como su alma gemela en Madrid, Moreira sabe que debe cuidar a su estrella de los reflectores, los micrófonos y, en la medida de lo posible, las preguntas incómodas. Cada día que Moreira pasa en el centro del escenario mientras Enrique Peña Nieto opera, callado, tras bambalinas es un día menos que el PRI debe esperar para volver a Los Pinos. Para tirarlo del pedestal, los rivales de Peña deben cuestionarlo, retarlo, provocarlo, tratar de sacarlo de sus casillas. Con Moreira como filtro, todo eso parece mucho más complicado. Además, la visibilidad de Moreira genera otra ventaja para el priismo. El partido necesita marcar un contraste con el PAN desde ahora, y la escaramuza cotidiana de Moreira logra ese cometido a las mil maravillas.
Pero el nuevo presidente del PRI debe tener cuidado. La soberbia es mala consejera, y es imposible no advertir la aparición de ese fantasma en las declaraciones del profesor coahuilense que, de pronto, puede más y sabe más de todo y que todos. En México hay que tener cuidado con lo que uno dice, cuándo lo dice y a quién se lo dice. No es casualidad, por ejemplo, que Moreira haya evitado liarse directamente con la figura presidencial. En una sociedad sensible a las formas, la impopularidad está a solo un “cállate chachalaca” de distancia. Durante 18 días ha sido interesante y hasta divertido ver los pasos de baile de Moreira, oírlo retar a medio planeta, repartir más descalificaciones pasivo-agresivas que un comediante en su debut. Pero eso no quiere decir que el acto dé para año y medio. En México, la línea que divide la simpatía de la antipatía es muy, pero muy delgada. Y más cuando se trata del discurso público. Por eso no hay que llevar la analogía con José Mourinho demasiado lejos. Después de todo, Coahuila no es, ni por asomo, la liga de campeones.
– León Krauze
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.