¿Podemos usar la literatura para aprender más sobre la desigualdad? Sí, creo que podemos y, como saben algunos de mis lectores, hice exactamente eso en Los que tienen y los que no tienen, que abre con un debate sobre Orgullo y prejuicio de Jane Austen (sobre la ventaja monetaria que obtendría Elizabeth casándose con Mr. Darcy) y Anna Karenina de Tolstói. Más adelante Piketty hizo lo mismo en El capital en el siglo XXI, y añadió a Balzac, a quien por cierto citó Marx precisamente por la misma razón: es un cronista extraordinario de la vida en una sociedad burguesa.
Recientemente, Dan Shaviro ha publicado Literatura y desigualdad, un libro en el que analiza las estructuras sociales en Inglaterra y Francia (en el siglo XIX) y en Estados Unidos (en los siglos XIX y XX) tal y como las revelan nueve libros, empezando con la inevitable Jane Austen y siguiendo con Balzac, Stendhal, Dickens, Trollope, E. M. Forster, Mark Twain, Dudley Warner, Edith Wharton y Theodore Dreiser. Reseñé la primera parte del libro aquí y la segunda aquí. El 15 de octubre, Dan va a hacer una presentación online en la que me apetece mucho participar.
Casualmente, cogí de mi estantería hace unos días El futuro de la historia de John Lukacs, un pequeño gran libro de ensayos sobre historia, escrito por uno de los mejores historiadores estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial. Lo leí cuando se publicó, hace casi diez años, y pensaba leer (por motivos nada relacionados con el tema que estoy discutiendo aquí) simplemente las notas y comentarios que hice. Pero lo que me llamó la atención fue la idea que tiene Lukacs sobre la relación entre historia y literatura. Se hace la misma pregunta que me hice al principio de este artículo: ¿podemos aprender algo de la historia de una época determinada leyendo buena literatura?
La respuesta de Lukacs es “sí”. No solo podemos aprender sobre cómo la gente se sintió ante algún suceso histórico, incluso cuando no sabían que estaban participando o siendo testigos de tal suceso, sino que la buena literatura, dice Lukacs, es como la buena historia. Cuando la lees se supone que tienes que sentirte como si no supieras cómo acaban las cosas; tiene que tener un final abierto, desplegar todo el abanico de posibilidades que existen en el presente, un abanico que nosotros, al observar algo que solía ser el presente, sabemos que no se materializó. Por lo tanto, dice Lukacs, la literatura y la historia tienen una relación simbiótica. Esta es realmente la cuestión que creo que hay que tener en cuenta cuando decimos que se puede aprender de las sociedades y de su desigualdad a partir de las novelas.
Pero entonces Lukacs hace una observación adicional muy interesante. Al señalar que el nacimiento de la novela se produjo en el siglo XVIII, al mismo tiempo que la Revolución Industrial, y que su clímax fue probablemente en el siglo XIX en Europa, y al señalar también que el tipo de novela que nos descubre una sociedad es poco común hoy, Lukacs se pregunta: ¿murió la novela al mismo tiempo que se disolvió la sociedad burguesa con estratificación de clase?
Usa un hecho señalado por muchos: que con el cambio de siglo, las novelas se volvieron mucho más centradas en las experiencias individuales, que no tenían necesariamente que ver con la sociedad que les rodeaba. No es que Julien Sorel o Emma Bovary no estuvieran centrados en sí mismos. Pero ese yo era descrito enfrentándose y sufriendo en un mundo lleno de codicia, arribismo, mimetismo social y divisiones de clase. Ese yo se mostraba sobre el fondo de la sociedad. A menudo ese fondo se colocaba en un primer plano y se convertía en el verdadero tema del libro (como es el caso de Dickens, por ejemplo). Pero, según Lukacs, en las novelas de principios del siglo XX y más adelante el fondo sociológico va desapareciendo: lo que vemos es generalmente un individuo con sus problemas, familia, amigos, sexo, amor, depresión. Los grandes temas sociológicos que trataba la literatura del pasado desaparecen.
Esto es exactamente lo que observé cuando, motivado por el éxito de mis análisis sobre las sociedades rusa e inglesa de principios del siglo XIX a partir de Jane Austen y Tolstói, comencé a investigar y a preguntar a amigos y estudiantes sobre novelas similares en otros lugares y lenguas. Los resultados fueron decepcionantes. Las sociedades menos desarrolladas y comercializadas que Europa en el siglo XIX no produjeron (comprensiblemente) ese tipo de novelas: si la monetización es casi inexistente, ¿cómo puedes cuantificar posiciones sociales, ingresos, riqueza? Los novelistas no van a imputar ingresos de la misma manera que los economistas imputan el valor de los propios bienes producidos a granjeros en las encuestas sobre renta familiar. Por otra parte, tampoco las sociedades occidentales de mediados del siglo XX y más adelante parecían, como menciona Lukacs, muy interesadas en ese tipo de literatura.
No estoy al tanto de la literatura contemporánea (contemporánea me refiero a la escrita en los últimos 30 años) especialmente por esa razón, así que me he basado más en el juicio de otros. Pero a estos otros también les ha costado encontrar novelas en las que uno pueda observar la desigualdad social, o incluso más ampliamente cuestiones sociales relacionadas con la herencia, la posición en la sociedad, las distinciones sociales e incluso el dinero. Así que el resultado fue muy pobre.
Lukacs proporciona una explicación a este deceso. En su opinión, la disolución de las clases y de las sociedades típicamente burguesas provocó que las novelas que yo buscaba se volvieran irrelevantes. La sociedad se descompuso en individuos, no clases. El objeto de la literatura pasó a ser las cuestiones individuales, no de clase.
Ahora bien, una última cuestión (en la que creo que no pensó Lukacs) da credibilidad a su explicación. La economía política dejó de observar la desigualdad social a través de la clase, algo que hicieron desde Quesnay hasta Marx pasando por Adam Smith y Ricardo. Esto ocurrió precisamente al mismo tiempo que la novela clásica desaparecía. Fue Pareto, en el cambio de siglo, el que introdujo por primera vez la desigualdad de renta interpersonal, tras estudiar datos fiscales de ciudades alemanas e italianas.
De Pareto en adelante, dejamos de preocuparnos por los capitalistas, los trabajadores y los propietarios; nos empezaron a preocupar los individuos, algunos ricos y otros pobres. Se dejaron de hacer análisis de clase, hasta tal punto que en la segunda mitad del siglo XX, especialmente en Estados Unidos, la sola mención de la clase en un artículo académico te convertía inmediatamente en un marxista incorregible.
Se me ocurrió que esto no es una coincidencia: la muerte de la novela clásica, la disolución de la estructura de clases de la sociedad burguesa y la sustitución de una economía política en la que los sujetos eran las clases por una en la que los sujetos son “agentes” son cuestiones todas relacionadas entre sí.
Pero ahora, a medida que la importancia del capital aumenta, las sociedades capitalistas se vuelven más estratificadas y los ricos intentan transmitir todos sus privilegios a sus descendientes, ¿no deberían volver tanto los análisis de clase en economía como la novela clásica?
Traducción de Ricardo Dudda.
Publicado originalmente en el blog del autor.
Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).