Imagen: Dreamstudio

La catsup que nadie se come

En su intento por importar el discurso de la "batalla cultural" a México, la extrema derecha apoya una candidatura destinada al fracaso y que podría minar los esfuerzos de la oposición.
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Hay cosas que funcionan muy bien en Estados Unidos o Canadá y en México no, a pesar de toda la mercadotecnia que se invierta. Por ejemplo, la salsa catsup: los mexicanos prefieren seguir usando salsas de chile y la población que usa esa salsa de tomate de origen chino está restringida a un sector muy específico. La mayoría continúa comiendo con chile y tortillas, no con pan blanco de caja y catsup.

Esto viene a cuento porque existe una tendencia a importar a México las problemáticas sociales y corrientes ideológicas americanas que las atienden: racismo, ideología woke, movimientos provida y la derecha trumpista poco tienen que ver con los problemas que los mexicanos consideran reales e importantes.

Eduardo Verástegui se parece a la catsup. Los promotores de la “batalla cultural” intentaron establecer una cabeza de playa en México con la candidatura del actor y modelo, pero el personaje carece de las capacidades de otros aspirantes del mismo bloque, como Javier Milei en Argentina.

Mientras los de la “batalla cultural” postularon en Argentina a un economista, profesor universitario y gran polemista, en México promueven a un mal actor de telenovelas, devenido en productor de cine y remedo de telepastor.

Esa diferencia tiene sus consecuencias: en Argentina, Javier Milei encabeza las encuestas presidenciales, y en México la candidatura de Eduardo Verástegui es una mala broma. Milei polemiza con políticos y periodistas, Verástegui le suelta rezos al periodista Jorge Ramos, para que se convierta.

¿Quién dirige la agenda de la “batalla cultural”? Más allá de la promoción que el politólogo argentino Agustín Laje hace de Milei y Verástegui, no queda claro quién los impulsa, quién decidió que ellos fueran los alfiles de la “batalla cultural”.

A Milei lo critican por estridente, por “loco”, no por estúpido. En contraste, Verástegui tiene la profundidad intelectual de un pomo de crema agria. Mientras Milei cita a Ayn Rand o Ludwig von Mises, Verástegui ni siquiera invoca teólogos, hace rezos en público.

Además de las diferencia de carisma y preparación, que son evidentes, los contextos de cada elección son muy distintos. Las elecciones en Argentina giran en torno a la desastrosa situación económica (la tasa de interés más alta del mundo, pero que menos rinde, inflación de 120% anual, 40% de pobres y casi 10% de la población que no alcanza a pagar su alimentación básica) y el hartazgo ante la clase política “de siempre”. Por ello, las credenciales económicas de Milei y su personaje de outsider de la política (“la casta”) son efectivas. La parte sustancial de su éxito viene de ahí, no de la agenda moral de la nueva derecha. A sectores populares que usualmente no les atrae el discurso tradicionalista, sí les importa (e irrita) el exceso de impuestos, la carestía y el empresariado prebendario. En un país líder en la producción de carne, indigna más que un pensionado no pueda costearse un bistec una vez a la semana, que el aborto legal.

En México, con un escenario en el que el oficialismo tiene más de 50% de respaldo, la derecha está más interesada en ganarle al obradorismo a como dé lugar, por lo que apoya mayoritariamente a Xóchitl Gálvez, del Frente Amplio por México. No hay, en este escenario, espacio para un candidato cuya narrativa antisistema se reduce a una propuesta provida y antiwoke, como la de Verástegui.

Existe un trumpismo marginal en México y grupos provida que promoverán a Verástegui, pero están destinados a causar el efecto Nader en las elecciones. Ralph Nader compitió por el Partido Verde estadounidense en las elecciones de 2000. En su condición de activista de izquierda, era más cercano al espectro ideológico del partido demócrata que al republicano, y su participación le quitó votos al demócrata Al Gore, favoreciendo al republicano George W. Bush: lo que hizo Nader fue estorbar.

En las elecciones mexicanas de 2018, Jaime Rodríguez obtuvo casi 3 millones de votos como candidato presidencial independiente. Con optimismo, Verástegui no alcanzará ese monto, dado su target marginal, pero, aunque solo lo sufragaran quienes firmen por su candidatura (requiere 967 mil firmas), ese millón de votos sería muy dañino para la democracia mexicana: el efecto Nader es una muestra de cómo las minorías radicales le hacen el trabajo a quienes deberían combatir.

Quizá lo más preocupante es la irresponsabilidad política de los simpatizantes de Verástegui: nadie los convencerá de que se equivocan, porque padecen pensamiento ilusorio: creen que su trumpista telepastor puede ganar la presidencia, o no les importa no ganar con tal de “avanzar” en la “batalla cultural”, aunque en el camino faciliten la elección de la candidata designada por el oficialista López Obrador, con las consecuencias que ello traería.

Para los mexicanos, la mejor opción es ignorar totalmente a Verástegui y su movimiento. Si eso resulta imposible, la segunda opción es la mofa, ridiculizarlos como lo que son: una secta que cree que los problemas de México se reducen a sus obsesiones parroquiales.

En suma, los defensores de la “batalla cultural” postularon en México un aspirante que no está a la altura de los retos de la gobernanza del país y el resultado no puede ser otro que una derrota anunciada, que pone en riesgo la democracia. ~

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