Foto: Marc Nozell/Flickr

Para deshacernos del pendenciero indomable

¿Dónde quedaron los controles y contrapesos que los autores de la Constitución estadounidense establecieron para evitar que una sola persona controlara el gobierno?
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Actualizar los pleitos que Donald Trump protagoniza a diario y hacer un recuento puntual de los insultos que utiliza para ofender a sus víctimas es casi imposible. Su capacidad para ofender a quienes considera sus enemigos es veloz, soez e irreflexiva.

Y aunque no es nueva en Trump la táctica del “descontón”, desde que llegó a la presidencia el insulto gratuito se le ha vuelto una obsesión.

Por regla general, sus disputas son andanadas en espirales que se acumulan una tras otra porque antes de terminar un ciclo ya empezó otro. Para colmo de males el lenguaje que utiliza, cotidiano en el vulgar mundo del hampa, resulta inédito, inadecuado e intolerable cuando forma parte del vocabulario presidencial.

El domingo pasado la arremetió contra el fiscal especial Robert S. Mueller acusándole de utilizar en su investigación sobre la intervención rusa en la elección de 2016, las mismas tácticas que el senador Joseph McCarthy usó en los cincuenta. Cínica acusación de quien aprendió las tácticas de McCarthy vía Roy Cohn, consigliere del Senador y posteriormente de Trump. Cohn fue el abogado que defendió, exitosamente, a la familia Trump de una acusación del Departamento de Justicia de negarse a rentarles departamentos a inquilinos negros. No es casualidad que al final de su siniestra carrera, Cohn fuera inhabilitado como abogado por flagrantes violaciones éticas.

El sábado, el pleito de Trump fue con su ex empleada y protegida Omarosa Manigault Newman, quien a raíz de su despido en la Casa Blanca recién publicó un libro relatando algunos de los horrores que suceden en la casa presidencial y acusando a Trump de ser un racista senil cuyas facultades mentales han mermado tanto que le incapacitan para ser presidente.

La respuesta tuitera de Trump fue fulminante llamándole “perra”, “basura”, “loca”, y mientras tanto Manigault se hace millonaria con las ventas del libro que hoy ya está en el primer lugar de ventas, y promete seguir haciendo revelaciones incómodas.

El jueves, el pleito fue contra el Boston Globe y los casi 350 periódicos que publicaron editoriales denunciando los ataques de Trump a la libertad de expresión acusando a los diarios de ser los enemigos del pueblo. Más allá del creciente deterioro de la imagen de los medios de comunicación en Estados Unidos, no deja de resultar irónico que Trump, quien en promedio dice falsedades o medias verdades 16 veces al día, se queje de la veracidad de la información de medios reconocidos por su integridad como el Boston Globe o el New York Times que pueden equivocarse pero que no mienten deliberadamente como él lo hace.

Peor aún, cuando desde el púlpito presidencial se declara a la prensa “enemiga del pueblo”, es apenas natural que algún exaltado se tome en serio la acusación y amenace a los periodistas, tal y como le sucedió al Boston Globe que ya recibió amenazas de bomba.

La lista de agravios, agraviados y arbitrariedades de Trump durante su corta estancia en la presidencia es de tal magnitud que uno se pregunta por qué las instituciones que deberían acotar sus caprichos se lo permiten. ¿Qué ha sucedido con los famosos controles y equilibrios que los autores de la Constitución estadounidense establecieron para evitar que una persona se apoderara del control del gobierno? ¿Por qué el poder legislativo ha abdicado su potestad al ejecutivo? ¿Quién puede constreñir el abuso de poder de Trump?

Es evidente que la polarización política del país ha hecho que el Congreso pierda la brújula y que ahí reine el voto partisano porque ha desaparecido el centro. Aunque también es obvio que se ha reducido la estatura de los congresistas que hoy muestran déficits de competencia, conocimientos, experiencia en asuntos internacionales y morales.

También han ido desapareciendo los expertos en política exterior dentro del Departamento de Estado y a los pocos que opinan desde fuera del aparato burocrático nadie les hace caso, menos Trump.

Los Tribunales de Justicia sí han podido acotar algunas de las apresuradas decisiones de Trump, sobre todo en casos de inmigración aunque en varios casos sus decisiones no tienen un carácter permanente.

Así las cosas, quedan solo dos frentes de resistencia a la barbarie emanada de la Casa Blanca. Los medios de comunicación que seguirán cumpliendo con su deber de informar veraz y objetivamente, y los votantes que en noviembre tendremos la oportunidad de transformar la composición del Congreso para neutralizar a Trump por dos años y para correrlo de su trabajo en 2020.

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Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.


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