¿Por qué AMLO (todavía) puede decir lo que quiera sin pagar el costo?

Durante años, AMLO ha practicado la parresía, una manera de hablar con franqueza en su crítica al poder. Pero la investidura que asumirá le impide presentarse aún como un actor independiente del poder.
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En días recientes, Andrés Manuel López Obrador ha estado en el ojo del huracán mediático y político por hacer tres declaraciones. En la primera, irrespetuosa, llamó “corazoncitos” a unas reporteras que cuestionaban una maniobra política de su partido en el Congreso. En la segunda, polémica, dijo que una funcionaria de cuestionable desempeño es “un chivo expiatorio” de la prensa. En la tercera, incongruente, afirmó en un mitin que no podría cumplir “todo lo que se está demandando” porque recibe un país “en bancarrota”, cuando días antes había afirmado que recibía de Enrique Peña Nieto “un país con estabilidad económica”

Cualquier otro político hubiera dañado severamente su reputación si cometiera estos tres dislates discursivos en una semana. Pero no AMLO, quien parece que puede decir lo que quiere sin preocuparse por perder la aprobación de sus seguidores. Es más, a juzgar por lo que se lee en redes sociales, y en los artículos de sus más aguerridos defensores, cuando AMLO dice cosas extrañas, polémicas, falaces o irritantes, se gana más su apoyo. ¿Cómo lo logra?

Va una hipótesis sacada de la historia de la retórica. Durante años, AMLO ha tenido nuestro permiso para practicar la parresía. Esta es una palabra griega que significa “libertad para hablar”, pero que en realidad encierra muchos significados profundos y complejos. Para no cansar al lector, baste decir que la parresía era una forma de discurso de la antigua Grecia, en la que el orador se dirigía a la audiencia con absoluta franqueza, sin eufemismos ni recursos retóricos, y también sin frenos ni límites derivados de criticar al poder, o a ninguna figura, institución o costumbre. Cuando un orador asumía este rol, se le llamaba el “parresiastés”. La audiencia sabía que iba a criticar por igual al gobernante que al hombre común, al religioso o al ateo, al rico o al pobre, porque más allá de agradar y persuadir, buscaba un bien superior, una verdad más grande. El parresiastés tenía de su lado un hecho clave: su franqueza era desinteresada y por eso cumplía un rol clave para la polis, al exponer con crudeza frente al poder y al pueblo lo que nadie más se atrevía a decir. 

Aquí es donde está la “magia” de AMLO: como sociedad, durante muchos años le hemos dado permiso tácito para decir lo que otros políticos no pueden o no quieren decir, porque hemos estimado que es valioso que haya alguien en la arena pública que hable de esas “verdades”. López Obrador ha criticado –e incluso insultado– a su antojo al poder político, al poder económico y a instituciones que los políticos tradicionales no tocan: la presidencia, la alta burocracia, las fuerzas armadas, el banco central, la Suprema Corte de Justicia, el poder Judicial, los organismos electorales y un largo etcétera. 

Así, podríamos decir que AMLO ha sido altamente eficaz en asumir el rol de “parresiastés” y por eso muchos creen que es el único político que “dice las cosas como son”, sin importarle el precio que puede pagar personalmente, como por ejemplo perder dos elecciones presidenciales al hilo. Como lo explica el experto en retórica Ryan Skinnell, “cuando se usa la parresía, la franqueza es la principal virtud del orador”, porque “da a su audiencia una completa y exacta descripción de lo que piensa, usando las formas más directas de expresión a su alcance”.

Pero la parresía tiene un límite: el consentimiento de la audiencia derivado de la legitimidad como actor desinteresado. La franqueza y osadía del AMLO opositor no es lo mismo que la franqueza y osadía del AMLO presidente, porque este último ya tiene la investidura y la responsabilidad del poder público. ¿Le seguiremos dando consentimiento tácito de decir lo que le plazca? ¿O le tendremos que recordar a diario que con sus 30 millones de votos también obtuvo la obligación legal y ética de rendirnos cuentas de sus palabras y acciones?

Mi conclusión: México necesita urgentemente nuevos parresiastés: voces que le digan al ahora poderoso AMLO “las cosas como son”, sin importar las consecuencias de hablar con la verdad; voces que actúen por un interés superior. Ese es el papel vital que los medios de comunicación y los liderazgos sociales, intelectuales y económicos deberían asumir este sexenio, a contracorriente de quienes anhelan el pensamiento único. Sin duda, será una tarea que exigirá valor, inteligencia, elocuencia y mucha, pero mucha paciencia. 

 

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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