El pasado 17 de noviembre, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, escribió en su cuenta de Twitter que acababa recibir una llamada del presidente ejecutivo de Ford Motor Company, Bill Ford, asegurándole que mantendrían su planta de Lincoln en Kentucky y no la trasladarían a México.
De inmediato, medios mexicanos como El Universal, Milenio, El Economista, Expansión, 24 Horas y aún agencias serias como Reuters, reaccionaron con alarma y escaso rigor. Es cierto que el magnate había enfrentado durante su campaña a la compañía automotriz, criticando su intención de desplazar parte de su producción a México y amenazó a las compañías que planearan hacer lo mismo con un arancel del 35% a los vehículos una vez que volviesen para su venta en el mercado de Estados Unidos.
Sin embargo, lo que los medios habían hecho era hacer eco del pretendido triunfo de Trump, quien reclamaba haber logrado retener una planta de Ford que jamás se anunció que vendría a México. No habían siquiera verificado la información disponible desde semanas atrás, pues la empresa ya había informado que mudaría el ensamblaje de sus modelos compactos, como el Focus, de su fábrica en Michigan a México por una razón de costos.
Esta desinformación no es en esencia diferente al problema de la difusión de noticias falsas en Facebook y su propagación en Google, como el supuesto respaldo del papa Francisco al candidato republicano, nota que se compartió cerca de un millón de veces en la red social. Estamos viendo la creación de burbujas, donde los medios, los “líderes de opinión” y sus lectores alimentan mutuamente sus prejuicios y se confirman a sí mismos en torno a lo que quisieran que fueran real y no a hechos que se sabe son ciertos.
Tal como lo advertía The New York Times en su Editorial del domingo 20, un análisis muestra que durante los últimos tres meses de la campaña presidencial, las 20 noticias falsas más importantes en Facebook generaron más impacto —fueron compartidas más veces, recibieron más likes y comentarios— que las 20 grandes historias de los sitios de noticias reales. El problema es que este impacto se logra no solo entre los usuarios poco informados, inclinados a creer en teorías de la conspiración, sino entre actores políticos y medios que han contribuido a amplificarlas, de manera que no pocos se formaron una opinión y tomaron decisiones basados en hechos falsos.
Esto toma relevancia a unos días de que el diccionario Oxford escogiera post-truth (postverdad) como su palabra del año, la cual se refiere a “circunstancias en las cuales los hechos objetivos tienen menos influencia en la formación de la opinión pública que los llamados que apelan a la emoción y las creencias personales”. Y aunque el término no es en realidad nuevo, sí se reconoce que este año en el marco del referéndum que decidió la salida del Reino Unido de la Unión Europea y las elecciones presidenciales en Estados Unidos su uso se incrementó.
En septiembre, el semanario The Economist decía en un artículo titulado “El arte de mentir”, que Trump se había vuelto el máximo exponente de la postverdad mediante afirmaciones que se sienten ciertas, pero no tienen ninguna base en la realidad. Pero estas nuevas mentiras van más allá de crear una falsa visión del mundo; se trata de reforzar prejuicios, y “cuando la política se vuelve como la lucha libre, la sociedad paga el costo”.
La verdad se ha devaluado al punto en que lo que antes era el estándar, hoy es una moneda sin valor. El sentimiento predominante tras este fenómeno es el enojo, ciudadanos que se sienten defraudados y que se abrazan a mentiras, simplificaciones groseras que apenas tienen apariencia de verdad.
Los medios de comunicación tenían su fundamento en elementos como el interés público, el equilibrio, información de contexto para comprender los fenómenos, pero en la era de la postverdad y la información falsa, la profesión se enfrenta a audiencias que no están dispuestas a escuchar y considerar los hechos. Tal como sucedió con Trump, muchos de sus partidarios no creían en realidad en sus promesas más audaces, pero eso no era importante, hoy basta ser un megáfono emocional de los ciudadanos llenos de rabia y frustración.
Es nuestro turno probar si podemos producir periodismo en profundidad. ~
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).