Foto: lopezobrador.org.mx

¿Qué esperar de la cuarta transformación?

El relato del cambio radical le dio a López Obrador el triunfo en las urnas. Está por verse si, una vez en el poder, esa narrativa se repetirá como un mantra sin sustancia o si dará pie a cambios de fondo.
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El próximo sábado 1 de diciembre, Andrés Manuel López Obrador se convertirá en el presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Será el décimo quinto presidente desde que Lázaro Cárdenas inauguró la sucesión interrumpida de mandatos sexenales completos, sin renuncias anticipadas ni intentonas reeleccionistas. Asimismo, será el cuarto presidente electo desde la alternancia partidista en 2000. Desde estas ópticas, el suyo será un sexenio de continuidad y no de ruptura. Continuidad con la tradición de gobiernos civiles que ya se va acercando al siglo y continuidad en la alternancia, ya que, de las últimas cuatro elecciones presidenciales en México, tres han resultado en un relevo del partido en el poder; una muestra de que nuestra renqueante democracia garantiza al menos la capacidad ciudadana de reemplazar a partidos corruptos o ineficientes.

Por supuesto, el movimiento lopezobradorista no acepta esta premisa. Los documentos básicos de Morena postulan que la nuestra es “una República aparente, simulada, falsa. Hay poderes constitucionales, pero, en los hechos, están confiscados por un grupo”. La llegada al poder de López Obrador significaría entonces una ruptura radical con la simulación y el establecimiento de una “auténtica democracia”: la “cuarta transformación”.

Para AMLO, esa simulación coincide especialmente con la implementación de las políticas neoliberales de Salinas de Gortari a la fecha. El priismo corporativista clásico, con sus acarreos sectoriales a las urnas, sus marchas obligatorias del primero de mayo y los controles de los medios de comunicación masiva, no le parece tan simulador como el modelo económico y los gobiernos de los últimos treinta años. Lo que define este periodo, según el próximo presidente, es la lucha del pueblo mexicano por “recuperar democráticamente el Estado” de las garras de la mafia del poder.

¿Cómo será pues, el gobierno de ese pueblo que ha recuperado el Estado? En primer lugar, será una continuación del relato que le dio el triunfo en las urnas. Como todo discurso político, el lopezobradorismo es una narrativa sobre los males del país en el que varios fenómenos observables y medibles, como la corrupción, la pobreza y la inseguridad, entre otros, son explicados de manera simplificada y de un modo en el que se resaltan culpables singulares y claramente identificables. Como complemento a ese recuento de los problemas nacionales se presenta el relato de las soluciones, las cuales suelen ser la reversa de lo que ocasionó los problemas.

El primer momento del ejercicio de gobierno será reforzar, pues, el relato de la transformación. Esto, que puede parecer una redundancia, es en realidad una parte fundamental de la estrategia de gobierno y requiere de un esfuerzo significativo. Para que las controvertidas consultas tengan sentido dentro del relato de la cuarta transformación, se requiere una campaña concertada por proclamarlo en el marco de esa dicotomía: pasado-presente, simulación-democracia verdadera.

Así, mientras los anteriores gobiernos vivían de espaldas a la población, la cuarta transformación la involucra directamente en las decisiones de políticas públicas y programas. Las consultas son por ello legítimas. Las discusiones sobre si estos ejercicios, dada su planeación, logística, contenidos y alcance son realmente una muestra de participación democrática y no una apelación a la base para legitimar decisiones ya tomadas, fundamental en todo debate serio sobre participación social, no tienen relevancia para el posicionamiento del relato de la transformación: lo que importa es el contraste.

Lo mismo ocurre con la lucha contra la corrupción, en el que el anuncio de borrón y cuenta nueva, incluido el perdón fast track para los corruptos, sustituye al diseño de políticas de erradicación de esas prácticas y la concomitante persecución legal contra los culpables de actos de corrupción. Los mexicanos oiremos repetirse el mantra de que la cuarta transformación está en marcha, porque el nuevo presidente así lo quiere, aunque la mayoría sigamos apreciando las viejas formas bajo el nuevo relato.

Una segunda cosa que cabe esperar del nuevo gobierno es que, en la medida en que el relato siga siendo ambiguo y sujeto a interpretación, muchos dirigentes lopezobradoristas cederán a la tentación de tomarse las cosas literalmente. Ya Ricardo Monreal levantó turbulencias financieras con su anuncio de limitar las comisiones que cobran los bancos, algo completamente compatible con las críticas del próximo presidente a los excesos de los banqueros del país, mientras que aparentemente el resto del equipo económico no había bajado la transformación del sistema bancario nacional del plano narrativo. Lo volatilidad económica que ha precedido la toma de posesión de López Obrador se puede entender como producto de la incertidumbre entre un escenario de cambios sustantivos en el modelo económico y otro de continuidad, arropada bajo el relato del cambio de modelo.  

Y una tercera posibilidad del nuevo gobierno es que en verdad habrá cambios de fondo, pero lejos de los reflectores y las estridencias del relato. Hemos visto cómo el equipo negociador de AMLO se ha comprometido a llevar a cabo una completa y muy necesaria limpia de los nefastos contratos de protección en el marco de la renegociación del TLCAN, ahora T-MEC mediante consulta tuitera. Las iniciativas al respecto ya se hallan en el Congreso de la Unión, y bien podría ser que la cuarta transformación inicie en el terreno laboral, un área siempre refractaria al cambio.

Estas tres posibilidades del nuevo gobierno: cambios reales en las leyes e instituciones del país, iniciativas por la libre de dirigentes que se autopromocionan, y un presidente que promueve el relato del cambio a través de su mera voluntad nos traen de vuelta a la viejísima disyuntiva mexicana: ser un país de hombres o un país de instituciones. El juicio histórico es a estas alturas inescapable, pero hay aún quieres se resisten a aceptar la lección. El nuevo gobierno tiene el reto de aprender, a pesar de sus impulsos voluntaristas, a canalizar sus energías transformadoras a través de un marco institucional reforzado y mejorado. Los ciudadanos tenemos la obligación de preservar las instituciones que posibiliten llevar a ese gobierno a cuentas en las urnas, como ocurrió con las administraciones del pasado reciente.

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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