¿Qué hacer? Un análisis sobre Vox lleno de contradicciones

Seis lecciones sobre el sorprendente resultado de la ultraderecha en Andalucía.
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Hay varias lecturas del resultado de Vox en Andalucía que parecen contradictorias pero que no son excluyentes.

La alternancia: Es positivo que el partido que ha gobernado un región durante 36 años (desde 1982) pueda salir del poder. El PSOE ha perdido 14 escaños con respecto a 2015; con respecto a 2008 ha perdido 23. En 10 años ha perdido 20 puntos porcentuales (ha pasado del 48% al 28% de los votos). La alternancia es esencial en una democracia. Al mismo tiempo, el fin de un gobierno de partido único durante décadas, con tendencias patrimonialistas y caciquiles, y plagado de corrupción, no abre una etapa ideal. Vox va a ser clave en el próximo gobierno. Si no influye directamente lo hará indirectamente, arrastrando a los partidos del establishment hacia posturas extremas.

La cobertura mediática: En un ensayo sobre la crisis económica, el escritor John Lanchester afirma que “No estoy seguro de que sea filosóficamente posible que una acción sea a la vez necesaria y un desastre, pero eso es en esencia lo que fueron los rescates.” Algo parecido ocurre con la cobertura de Vox. Su cobertura es necesaria y a la vez un desastre. El partido ha pasado de 0 a 12 diputados. Tiene representación en todas las provincias. Es un fenómeno político y es comprensible que la prensa hable de él. Es difícil determinar hasta qué punto su victoria depende de una cobertura demasiado sensacionalista e inflada, como han sostenido algunos analistas. Pero está claro que silenciarlo o ignorarlo no tiene sentido ahora. Al mismo tiempo, hay una saturación de contenido sobre Vox. A veces se confunde la cobertura comprensible con la alarma innecesaria o el catastrofismo. El partido tiene un 11% de los votos. Muchas de sus medidas son vagas, ambiguas, exclusivamente retóricas, y son inconstitucionales y requerirían de reformas constitucionales de calado. No tienen programa en Andalucía. Hay que hablar de Vox, ignorarlo es posible que sea una mala estrategia, pero a veces la cobertura mediática es propaganda gratis.

Las culpas: 1) La izquierda y los liberales creen estar en el lado bueno de la historia. En muchas cosas tienen razón. Pero a veces tener razón no es suficiente, y tener razón no convierte al establishment progresista en totalmente inocente. La politóloga Karen Jenner habla de “amenaza normativa” para explicar cómo se activan tendencias autoritarias en los votantes. Es difícil discernir qué es lo que realmente ha provocado el voto a Vox, pero se pueden dar tres hipótesis: el independentismo catalán, el feminismo y la inmigración. No hay una amenaza migratoria insostenible en España, pero el gobierno ha sido demagogo y sensacionalista con el tema de la inmigración, que ha usado de manera partidista. No se ha roto España tras el procés, pero se produjo un golpe contra el orden constitucional, el gobierno ha pasado del eje constitucionalista a una alianza parlamentaria con los independentistas, y de exigir en la oposición que debería aplicarse el delito de rebelión a los presos independentistas a sugerir su indulto. Los hombres heterosexuales no están siendo perseguidos por su condición, pero el gobierno ha usado el feminismo como elemento polarizador, especialmente a través de la vicepresidenta Carmen Calvo.

2) El surgimiento de Vox ha coincidido con una renovación del PP, que con el liderazgo de Pablo Casado quiere dar la “batalla ideológica” y reivindica un retorno a los principios. Pero ese “rearme ideológico” ha sido sinónimo de derechización, nacionalismo, populismo punitivo, xenofobia y discurso del miedo. Da la sensación de que al PP le han herido el orgullo las acusaciones de Vox de “derechita cobarde”, y se ha dedicado a seducir al potencial votante de ultraderecha con exaltaciones retóricas: ha hablado del descubrimiento de América, ha hecho demagogia sobre una inmigración bárbara que no se adapta a nuestras costumbres. Como ha sucedido en otros países, el centroderecha sufre una crisis de identidad ante la ultraderecha y coquetea con sus postulados, que de pronto ganan legitimidad y se normalizan.

Las etiquetas: Es correcto denominar a Vox extrema derecha. Al mismo tiempo, ese señalamiento no parece muy útil, y Vox usa las etiquetas que le pone el adversario con orgullo (dicen ser de “extrema necesidad”, no les preocupa la etiqueta “facha”). Hillary Clinton llamó “cesta de deplorables” a los votantes de Trump y esto les dio una identidad política que llevaron con orgullo (en camisetas, gorras…).

Podemos pide la unión de las fuerzas antifascistas, pero eso solo consigue movilizar a quienes están ya movilizados. Tras años catalogando a partidos demócratas como fascistas, la alerta antifascista suena vacía y ridícula. No sirve para convencer al votante desencantado que ha votado a Vox o ha coqueteado con sus ideas. ¿Qué soluciones tiene la izquierda ante la ultraderecha? Si realmente Podemos sigue la frase de Walter Benjamin de que detrás de cada auge de la ultraderecha hay una revolución fallida, ¿qué cree que ha fallado? ¿O no ha fallado nada? Gritar “No pasarán” solo sirve para convencerse uno mismo de la integridad de sus ideas, no para convencer a nadie nuevo.

Una izquierda menos preocupada por su crisis de identidad se centraría no tanto en la etiquetación del adversario, ni en trazar una línea clara que les separe de la ultraderecha, sino en estudiar qué causas reales (y qué inventadas) motivan el voto a la ultraderecha, más allá de la taxonomía y el señalamiento de 400.000 votantes. Casi medio millón de andaluces han votado a un candidato machista con una agenda xenófoba y autoritaria, pero eso no les convierte en votantes automáticamente machistas, xenófobos o autoritarios. Considerar que hay una bolsa de votantes imposibles de salvar porque están manchados por sus prejuicios es renunciar a la política. Claro que hay votantes con ideas desagradables. La cuestión es conseguir que no voten pensando en ellas.

Vox son ultraderecha, pero las categorías derecha e izquierda están cada vez más superadas o tienen menos sentido, a pesar de que normalmente quien hace este tipo de análisis es acusado desde frívolo a falangista. Hay votantes que no ven contradictorio el trasvase de una ideología a otra, porque les preocupan temas posideológicos como la nación, la corrupción, el desempleo, la seguridad. Como dice Manuel Cruz en El Confidencial, “los problemas, cuando son auténticos, no son de derechas ni de izquierdas. Lo que son de derechas o de izquierdas son las soluciones.”

Discurso nacional y regional: En el CIS preelectoral de las elecciones andaluzas un 56,4% de los andaluces prefería que los partidos se centraran en “los temas propios de Andalucía”, frente a un 24,8% que prefería que se hablaran de “los temas generales de España”. Sin embargo, los partidos que más han crecido, Vox y Ciudadanos, plantearon la campaña en términos nacionales exclusivamente: era una moción de confianza sobre Sánchez y una denuncia del independentismo. Vox no tenía programa exclusivamente andaluz, sino una especie de exposición de principios que publicó tras su éxito en Vistalegre. Ciudadanos, por su parte, paseó un autobús con las caras de Junqueras y Puigdemont, y Rivera habló de vencer a los independentistas y echar a Sánchez del gobierno. Lo que indica esto es que Vox puede crecer en toda España, y que el fenómeno no es exclusivamente andaluz. Lo mismo puede ocurrir con Ciudadanos, que antes de la moción de censura estaba muy bien posicionado.

La brecha entre percepciones y realidades: Hay miedos reales y miedos infundados y construidos. Que la inmigración no sea un problema en España no significa que no sea percibida como tal. Como dice el periodista Daniele Grasso, “la percepción de la presencia de población inmigrante es, en España, una de las más desfasadas de la Unión Europea”. Los españoles creen que un 23,2% de la población es inmigrante, cuando realmente es solo de un 8%. Uno de los retos de los políticos de hoy es afrontar en serio la brecha entre la realidad y las percepciones.

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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