Para Daniel
A Barack Obama deben gustarle los finales de campaña cardiacos. Inexplicablemente, durante el debate presidencial del último miércoles, le regaló al candidato republicano Mitt Romney la ventaja que había acumulado gracias a los errores seriales de su oponente en las últimas semanas.
En el terreno de la imagen le dejó el escenario completo: mientras Romney se veía enfático y tan confiado como si tuviera realmente una estrategia clara y eficaz para resolver los problemas económicos que aquejan a los Estados Unidos, Obama transmitió una imagen distante, adusta, dubitativa y, por momentos, displicente. Hizo contacto visual con la cámara –y en consecuencia con los millones de televidentes que presenciaban el debate– en contadas ocasiones, se negó a confrontar a su oponente y pasó interminables minutos moviendo la cabeza, clavado en sus papeles como si buscara inútilmente la clave para responder a Romney.
Mitt Romney es una amiba ideológica, pero sólo quién haya seguido día a día la campaña podría haber detectado durante el debate los giros en posiciones que ha defendido desde que se postuló como candidato republicano. El trabajo de Obama era exhibirlos en el mejor foro posible, y no lo hizo.
Romney negó enfáticamente haber dicho lo que ha pregonado por meses: que de llegar a la presidencia reducirá la tasa impositiva del 1% de los norteamericanos que reciben mayores ingresos. Obama dejó pasar la oportunidad de confrontarlo. Se declaró el candidato de las clases medias, robándole al presidente su principal bandera de campaña, y en un arranque de populismo miró a la cámara con gesto contrito y confesó su profunda preocupación por los pobres y desprotegidos. Esos mismos a los que había mandado semanas antes al basurero de la campaña como lo demuestra un video que lo exhibía afirmando que esos pobres, y el resto del 47% del electorado que vota demócrata, lo tenían sin cuidado. El presidente Obama no recogió ni esa declaración ni las muchas que forman la agenda social republicana que privarán –si Romney llega a la presidencia– de ayuda y apoyo a los que dependen de Medicaid y Medicare, para no hablar de los estudiantes que reciben becas gubernamentales y de los inmigrantes indocumentados.
Los últimos dos años de gobierno de Barack Obama se han caracterizado por la parálisis legislativa. La radicalización de los republicanos, que se han dedicado a bloquear las propuestas del presidente, ha detenido una tras otra las iniciativas de Barack Obama, aún en procedimientos de trámite. Durante el debate, Romney tuvo el descaro de ponerse como ejemplo de la habilidad de un político –en su caso como gobernador de Massachusetts– para negociar con sus opositores y pasar iniciativas bipartidistas en el legislativo, y acusar al presidente de imponer las suyas sin el acuerdo republicano. Obama dejó pasar la acusación sin mencionar siquiera la polarización política provocada por los republicanos que tanto daño ha hecho al país.
El eje de la campaña ha sido, sin embargo, el papel del Estado. El moderador del debate les dio la oportunidad a Obama y a Romney de exponer cara a cara su visión del rol que debe jugar el gobierno en una sociedad moderna. Dando gusto a la base dura republicana Romney pintó con eficacia al Estado benefactor como un supuesto usurpador de las libertades individuales. Obama perdió la oportunidad de exponer la importancia del Estado como garante de esas mismas libertades y como agente encargado de redistribuir el ingreso y garantizar el acceso de todos los ciudadanos a los llamados “bienes públicos”, como la salud y la educación. Hubiera necesitado nada más echar mano de los destrozos provocados por el huracán Katrina en Nueva Orleans, provocados en parte por el retiro de la ayuda federal a los estados en casos de desastres decretado por George W.Bush.
Romney explotará su triunfo en el debate durante quince días cruciales muy cercanos a la elección. Barack Obama deberá recuperar los puntos perdidos en el siguiente debate presidencial, sacar a relucir sus dotes oratorias en un territorio menos comprometido que la economía, y hasta el sentido del humor que lo abandonó en el encuentro del miércoles. Una nueva derrota podría costarle la elección.
No sólo él pagaría el precio. México no existe en la agenda diplomática de Romney y ha adoptado como programa frente a los indocumentados la llamada “autodeportación”.Una estrategia inhumana que consiste en hacerle la vida imposible a los inmigrantes, privándolos de cualquier derecho, hasta expulsarlos de los Estados Unidos.
(Publicado previamente en el periódico Reforma)
(Imagen tomada de la transmisión del debate)
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.