El probable candidato presidencial por default del partido republicano para las elecciones del 2012, se ha convertido en un enigma. Hasta el inicio de la campaña electoral, el ex gobernador de Massachusetts tenía una posición política tan clara como su biografía. Empresario exitoso y pragmático, mormón fervoroso y creyente en las conversiones post-mortem y otras supersticiones extrañas (para los seguidores de otras religiones que ven como naturales y evidentes las suyas propias),aplicó en Massachusetts un programa liberal y moderado que debería haber encarnado en su proyecto de campaña.
Romney, el candidato a gobernador de Massachusetts, estaba a favor de la despenalización del aborto y del derecho de las mujeres a decidir cuántos hijos quieren y de quién. Como gobernador electo diseñó un programa de salud casi idéntico al famoso Obamacare, que los republicanos han atacado sin tregua ni pausa y prometen destruir si retoman la Casa Blanca. El gobernador Romney se opuso también a permitir el libre funcionamiento de una industria que generaba energía con base en el carbón, contaminando el ambiente.”No voy a crear empleos, o a mantenerlos, a costa de matar ciudadanos” declaró Romney antes de aplicar a la planta en cuestión estrictas medidas para proteger el ambiente.
Ese Mitt Romney es el mismo que hoy se declara opuesto al aborto, rechaza el matrimonio entre personas del mismo sexo, apoya la reducción del Estado y sus funciones redistributivas. Niega que el sistema de salud de Massachusetts se parezca al Obamacare. Ha acusado al gobernador tejano Rick Perry de no ser lo suficientemente duro frente a los inmigrantes ilegales, y ha hecho a un lado sus preocupaciones ambientalistas.
El mundo ha sido siempre una preocupación marginal para la derecha conservadora estadounidense. Aislacionista de cepa, su visión combina dos posiciones contradictorias: mantener la primacía política y militar de los Estados Unidos, pero evitar a toda costa que el país se involucre en cualquier aventura en el ámbito internacional que implique algún costo económico para los ciudadanos. La derecha radical defiende un imperio renuente. Romney ha comprado esta posición y ha establecido que Dios no creó a los Estados Unidos “para ser una potencia entre otras”. Pero tiene solo una propuesta concreta para mantener la primacía estadounidense: elevar el gasto militar.
Es difícil saber si Mitt Romney vivió su propio camino a Damasco y un golpe de luz lo convirtió de manera genuina a los “valores” del electorado ultraconservador, o haciendo gala de un oportunismo notable aún en un político, pretende engañarnos a todos. Converso o no, tiene dos difíciles tareas por delante. Primero, convencer a los radicales escépticos, de los que depende que gane la candidatura republicana, de que sus nuevas convicciones son legítimas y profundas Y después, convencer a los electores independientes, a los moderados de centro, a los votantes hispánicos y al ala derecha demócrata, que la conversión que profesa fue tan sólo una maniobra política y que, si triunfa, gobernará Estados Unidos como lo hizo en Massachusetts.
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.