Esta noche he cenado con un amigo y hemos hablado de cómo la nueva era que acaba de comenzar hace que muchos de nuestros conocimientos, o formas de pensar, sobre relaciones internacionales, políticas económicas, pobreza y riqueza, etc., parezcan obsoletos, anticuados, pintorescos y, a veces, tontos. Hemos hablado de personas cuyos escritos fueron influyentes e incisivos hace veinte o más años, y que hoy no tienen nada que decir, salvo repetir lo que hemos oído de ellos cientos de veces antes. Y hacerlo de la manera más aburrida y tediosa.
Hace un año escuché a un famoso economista que, en el momento en que se avecinaba una guerra nuclear entre Rusia y EE. UU. o una guerra convencional entre EE. UU. y China, y Gaza era bombardeada hasta quedar hecha añicos, hablaba –como si no pasara nada y estuviéramos en los días idílicos de la década de 1990– sobre países que cooperaban en la lucha contra el cambio climático. Y uno se quedaba preguntándose: los países están a punto de aniquilarse entre sí, y tú hablas de que colaboren en la lucha contra una fuerza invisible y apolítica, cuando lo único en lo que pueden pensar es en cómo destruirse entre sí.
Leí una parte de un libro (definitivamente no pude soportar el libro entero) de otro famoso economista que podría haber sido escrito en el año 2000: los mismos tópicos, los mismos autores, las mismas discusiones intercaladas con, por si acaso, una mención a Trump aquí y allá. Tonterías sobre zancos en el mundo actual.
Te hace darte cuenta de que las influencias intelectuales dependen de manera crucial del tiempo.
Luego intentamos convertirlo en una observación más amplia sobre la historia intelectual.
Hay escritores que tienen una influencia muy breve y muy brillante en un momento dado. Digamos que es similar a lo que ha hecho recientemente Yuval Noah Harari. Se convirtió en una celebridad intelectual. Estoy dispuesto a apostar no solo a que nadie lo leerá dentro de diez años (en realidad nadie lo lee ahora mismo) sino a que ni siquiera será recordado. Los escritores de su clase son como estrellas fugaces: están con nosotros un tiempo y luego nadie recuerda que alguna vez existieron. Nadie los lee, nadie los cita: como cometas que aparecen de repente y luego desaparecen para siempre en la oscuridad.
Y hay otros escritores, la segunda categoría, que también se hacen famosos en un momento dado, pero hacen más que los primeros. Definen una época determinada. Cuando necesitamos explicar cómo veían esa época los contemporáneos, volvemos a sus nombres, los citamos, aunque rara vez los leemos. Se han convertido en sinónimos de la época que describieron. Si necesitas explicar cuál era el pensamiento de la dorada élite cosmopolita en la Europa occidental e Inglaterra antes de la Primera Guerra Mundial, Norman Angell es tu hombre. Todo el mundo sabe lo que escribió, aunque probablemente nadie lo lea hoy en día. Se ha convertido en sinónimo de una época.
El mismo destino, o gloria, le ha ocurrido recientemente a Francis Fukuyama. Se ha convertido en un sinónimo. Incluso el título de su libro es algo que usamos para definir el período comprendido aproximadamente entre 1990 y 2008.
Y luego hay una tercera categoría de escritores que son singularmente afortunados (¿o tal vez había algo más en ellos?), cuya influencia se extiende mucho más allá de su época. Escribieron sobre un determinado período de tiempo, se preocuparon por los problemas de la época, pero de alguna manera los temas fundamentales sobre los que escribieron resultaron ser atemporales. No necesitamos remontarnos a Aristóteles y Platón para eso. Pensemos en alguien más cercano a nosotros, como Maquiavelo. Cuando uno examina sus escritos, palabra por palabra, se da cuenta de que tratan de cuestiones políticas muy circunscritas a la península italiana, Francia y España. Maquiavelo los escribió para conseguir apoyo o volver a ganarse el favor de los potentes de la época. Tienen todas las características de la época. Son totalmente específicos, limitados a los lugares sobre los que se escribieron. Pero, curiosamente, trascendieron su tiempo y su lugar. Se leen hoy de la misma manera que se leían hace uno o doscientos años y de la misma manera que se leerán dentro de uno o doscientos años. Ignoramos los lugares, los ejércitos y los príncipes sobre los que se escribieron y a quienes Maquiavelo trataba de engatusar, influir y complacer. Nos centramos en el “residuo”, en lo que es la historia independientemente del tiempo y de los nombres de los participantes.
Hay una gran cantidad de accidentes y suerte en eso. Pero tal vez hubo algo que se dijo que se prolongó en el tiempo. Quizás la razón por la que no nos importa la mayor parte de lo que se escribió hace veinte o treinta años es porque realmente no valía la pena leerlo: era simplemente una destilación de lo que se creía entonces, y se ha considerado deficiente a medida que las nuevas creencias se han impuesto. Sin embargo, podría haber un autor oculto, alguien a quien quizá hayamos pasado por alto y que, aparentemente limitado a los tiempos y lugares de la era neoliberal, haya contado una historia mucho más amplia. ¿Quién es él o ella?
Trascender los acontecimientos históricos que se describen y, por lo tanto, aplicarlos en muchos lugares y circunstancias históricas diferentes es el sueño al que aspirar. Pero nunca sabremos si tenemos éxito o no hasta que haya pasado el tiempo.
Traducción del inglés de Daniel Gascón.