A Lucía Segovia.
Se dice que somos los maestros que nos han hecho mejores. No sé si esto aplica a mi relación con Rafael Segovia, quien acaba de fallecer a sus recientes 90 años, pero sé que desde su cátedra en El Colegio de México mejoró muchos destinos. ¿No es ese el sino de un gran maestro?
Nacido en 1928, Segovia fue español por nacimiento y mexicano por adopción. Francófilo y anglófilo, su conocimiento de la historia política de México y Europa era, no hay otra palabra, enciclopédico. En sus clases apreciaba más que supiéramos un poema de memoria a que fuéramos capaces de hacer una presentación tipo Mackenzie, algo que habría abominado. No podía ser de otra manera tratándose de un hermano del poeta Tomás Segovia.
Si hubiera que definirlo políticamente, yo diría que Segovia fue un liberal laico. Quizá por ello le gustara el carácter anticlerical de los gobiernos postrevolucionarios. Conozco a más de uno que sufrió crisis de identidad religiosa tras asistir a uno de sus cursos.
Pensaba que, a pesar de todas sus deficiencias, el PRI le había ahorrado a México dos destinos aciagos: el de las guerrillas iracundas que en el poder se vuelven tiranías y el de su contrapartida, los regímenes militares de corte sudamericano. Su simpatía por el régimen postrevolucionario se fundamentaba en una prudente evaluación de las opciones disponibles. Aunque a muchos no nos convencía esta posición, no cabe duda de su poderío explicativo.
En cuanto a la índole de sus investigaciones, no es exagerado decir que fue uno de los más perspicaces introductores en México de los estudios sobre cultura cívica. De sus labios, los nombres Almond y Verba sonaban en mi mente como si fueran la pareja Lennon y McCartney. Su libro pionero en México, La politización del niño mexicano, deriva de esos estudios y quizás ahora debería ser revaluado. El estudio escudriña los factores que inciden en la forma en que los mexicanos entienden la política desde temprana edad. Pero fue escrito cuando México vivía en un régimen de partido único. Un discípulo de Segovia podría quizás emprender un estudio de este fenómeno en un contexto democrático.
Era en el periodismo político donde Segovia se sentía más a sus anchas. El título de uno de sus libros que recopila varias de sus columnas no podía ser más acertado: Lapidaria política. Su escritura reproducía su capacidad oral para la invectiva y el uso de la lengua como navaja. Había leído con ojo clínico los dichos y andanzas de Samuel Johnson y sus sentencias parecían sacadas de ese Londres narrado por Boswell. Por cierto, quizás una de las astucias más fructíferas de Segovia es haber comparado el sistema de clientelismo y corrupción del PRI con el periodo de la hegemonía whig en la Inglaterra del siglo XVIII.
Después de la elección del 2000, fue uno de los más finos críticos del foxismo y de su círculo de funcionarios. Le gustaba comentar cómo tal o cual asesor cercano de Fox le había llamado para quejarse de una de sus lapidarias columnas. Nadie los irritaba más.
Aparte de Alejandro Rossi, de quien era amigo y urdidor de lejanas conjuras, no conozco a mejor conversador. Después de su retiro del Colegio de México, lo visité unas cuantas veces en su casa en Polanco. Ahí supe más acerca de sus gustos: el whisky y los cuentos de Gogol, el fútbol (que jugó de joven) y las canciones de Bob Marley, entre ellas “Buffalo Soldier”.
En algún tiempo fue colaborador de Vuelta y estuvo cerca de Octavio Paz , aunque luego, por distintas desavenencias, se alejó de él. Aun así, le dio tiempo de participar en el Encuentro Vuelta en 1990. El nombre de ese encuentro, La Experiencia de la Libertad, podría ser un epígrafe a la biografía de Segovia, quien siempre practicó la escritura de manera libre.
Aunque tenía convicciones fuertes, era muy abierto y tolerante con sus estudiantes. Creo que le divertía que le hablara de simpatías que yo creía inéditas. Una vez me preguntó cómo me definía políticamente. Tras una pausa, murmuré que yo era un anarquista. El hombre de traje siempre elegante tenía simpatía hacia los bohemios.
El profe Segovia, como le decíamos, fue un formador de varias generaciones de prominentes funcionarios públicos y de académicos que han enriquecido la vida mexicana. Su magisterio era humanista, en la amplia acepción de la palabra. Su erudición era auténtica y el hecho de que la haya compartido en nuestro país debe considerarse uno de los grandes logros del exilio español en México. El fracaso de la tecnocracia de los últimos gobiernos, con su insistencia monotemática en modelar la realidad de acuerdo a los imperativos de la econometría y ciencias anexas, quizás nos permita revaluar el saber humanista de Segovia como guía de un mejor liderazgo. Después de Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas, Rafael Segovia se convirtió en el símbolo viviente de la misión espiritual del Colegio de México. Su gusto fue el saber y su vocación la docencia. Su enseñanza fue sobre todo oral, como la del maestro de Platón. Creo que habría sido feliz en la Atenas del siglo V antes de Cristo: Segovia o nuestro Sócrates.
(ciudad de México, 1967) es ensayista, periodista e historiador de las ideas políticas.