En México hemos inaugurado una bonita tradición. Cada tres meses nos unimos para señalar a coro que “la aprobación del presidente Enrique Peña Nieto ha llegado a nuevos mínimos históricos”. Luego repasamos el álbum de sus errores y omisiones al frente del gobierno. Es como sentarse en familia a ver esos maratones de las mismas películas navideñas del Canal 5 el 25 de diciembre, comiendo el recalentado. Pero enojados. Y con el recalentado rancio.
De acuerdo con la última encuesta de Buendía y Laredo, solo 29% de los mexicanos aprueba al presidente, mientras 63% lo reprueba. Probablemente lo más grave es que el eje de la narrativa de este gobierno, las reformas estructurales, es lo que más gente considera “lo peor” que ha hecho. En términos de discurso, este gobierno tiene una enfermedad autoinmune: entre más hable de sus reformas, peor le irá.
Pese a su impopularidad, nuestro presidente está obligado a representarnos ante el mundo en eventos internacionales. Uno de ellos es la Cumbre de Líderes de América del Norte. Para la mala suerte de Peña Nieto, el Presidente Obama y el Primer Ministro Trudeau son dos darlings de los medios por sus posturas progresistas, su actitud cercana a la gente, su discurso elocuente, su preparación e inteligencia, su factor cool… ¿debo continuar? Con esa vara, el enojado imaginario nacional midió a nuestro Jefe de Estado (Aunque hay que decir que fuera de México, la prensa elogió su buen vestir… y ya).
Dado que ni en sus acciones ni en sus dichos Peña Nieto ha sido especialmente respetuoso o sensible (“ya chole con tus quejas”, “el mal humor es percepción”, “la corrupción es cultural”…) los medios y la audiencia han respondido con cinismo y burla a los faux pas discursivos y de imagen de nuestro mandatario. Las redes sociales han tenido una fiesta de memes y chistes que saben a desprecio y malinchismo. Incluso cuando Peña tuvo razón y Obama no (sí, esas anomalías espacio-tiempo pueden ocurrir) aquí no se lo reconocieron. La conclusión lapidaria es que no solo tenemos un presidente que está muy lejos del liderazgo moderno e inteligente que proyectan Obama y Trudeau, sino que nos da mala imagen.
Lo cierto es que la reputación de los países sí se ve influenciada por la imagen y el discurso de sus liderazgos políticos. No sería lo mismo el Estados Unidos cool y abierto de Obama que el Estados Unidos hostil y primitivo de Trump. No es lo mismo el Brasil ganador y autosuficiente que vendía Lula, que el Brasil caótico y humillado de Dilma y Temes.
Dicho eso, es claro que reemplazar a la persona a cargo de las relaciones públicas de la patria no lo arreglará todo. Una encuesta reciente de la empresa Vianovo arroja datos muy preocupantes. Por ejemplo:
- 45% de los estadounidenses tiene una imagen negativa de México. Solo 22% tiene una imagen favorable de nuestro país.
- Cuando se le preguntó a la gente por qué opina así de México, 36% dijeron que por la violencia / drogas / crimen, 16% porque “no sabe lo suficiente” del país y 12% por “la corrupción”.
- 54% de los encuestados cree que México es una fuente de problemas para Estados Unidos contra 22% que nos considera buenos vecinos.
- 32% cree que Estados Unidos debería salir del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, contra 30% que lo apoyan… etcétera.
La conclusión de Vianovo es muy clara: “estos resultados sugieren que el discurso de Donald Trump sobre México es un síntoma, y no la causa,de la pobre imagen del país en Estados Unidos. Trump ha explotado las creencias pre-existentes que muchos estadounidenses tienen sobre México, algunas basadas en la realidad y muchas otras resultado de percepciones equivocadas”.
Lamentablemente, en México suele pensarse que esto se arreglará con hermosos videos HD que retratan las bellezas naturales, las joyas arqueológicas, las hermosas playas, las alegres notas del mariachi y el sabor de nuestra comida. Esto equivale a que una persona con reputación de gandalla, corrupta y violenta salga a decirle a sus vecinos que en su sala tiene un Monet, que su colección de Porsches clásicos es la mejor de la ciudad y que su guardarropa de trajes bespoke le han brindado fama en la alta sociedad. ¿Por qué? Porque los países como las personas, se hacen fama por lo que hacen, no por lo que tienen.
Para convencer a los demás de que somos mejores que la reputación que tenemos, tendríamos que enfocarnos en aportar al mundo más ideas, talento, artistas, becas, intercambios científicos, visas para refugiados, cascos azules para la paz global, programas de desarrollo, organización de elecciones, asistencia médica, voluntarios en ONGs, tecnología para energías sustentables… y un largo etcétera. La reputación de México mejorará en la medida en la que participe en la solución a los problemas globales. Seguir lamentando nuestra mala suerte no va cambiar la imagen negativa que proyectamos. Pensar que un país puede ayudar a los demás hasta el día que no tenga ni un solo problema interno es precisamente lo que nos tiene sumidos en el desprestigio como una nación ensimismada, que en teoría tiene mucho, pero que le da poco al mundo. Así, no habrá campaña publicitaria que nos salve de ser el vecino incómodo: el Peña Nieto que no tiene cabida en la selfie cool de Barack y Justin.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.