Foto: The Japan Times

Singapur: chicles, progreso y tierras prometidas

Lee Kwan Yew, el fundador de Singapur,ย dotรณ a su discurso de algo que es esencial para el arte de la persuasiรณn: una tierra prometida.
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En esta bitรกcora, he compartido con ustedes la idea de que los discursos son una herramienta poderosa para articular visiones, construir futuros deseables y a partir de ellos, movilizar voluntades. El discurso sigue y seguirรก siendo el instrumento de comunicaciรณn con el que los lรญderes, en especial los lรญderes polรญticos, persuaden, convencen e inspiran a la gente para alcanzar metas que a veces parecen imposibles. Un discurso poderoso, que ofrece una tierra prometida y que viene respaldado por acciones claras, es para los estadistas el pasaporte a la posteridad.

Esta reflexiรณn viene al caso en el contexto de la muerte, el pasado 23 de marzo, del fundador de Singapur, Lee Kwan Yew. Yo supe de joven acerca de Singapur y su lรญder a travรฉs de las transmisiones que hacรญa Josรฉ Gutiรฉrrez Vivรณ en Radio Red a principios de los aรฑos noventa. Me encantaba escuchar sus narraciones sobre la รฉpica de una lejana ciudad-estado pequeรฑa, ordenada y pulcra, que ante una absoluta carencia de recursos naturales, habรญa alcanzado la prosperidad apostรกndole todo a la educaciรณn y a la innovaciรณn. Escuchaba las historias sobre su moderna infraestructura portuaria y los enormes rascacielos, que se erguรญan orgullosos como sรญmbolo de su riqueza. Me llamaba la atenciรณn, desde luego, la dureza de las reglas impuestas por el gobierno sobre la sociedad en nombre del orden. La prohibiciรณn mรกs cรฉlebre me parecรญa toda una curiosidad: la venta y consumo de chicle se declararon ilegales para evitar que las calles y el transporte pรบblico se ensuciaran.

Lamentablemente, el chicle no fue lo รบnico que los singapurenses tuvieron que sacrificar bajo el rรฉgimen de Lee. El rรฉcord de derechos humanos no ha sido algo para presumir. Las libertades han sido muy limitadas, en lo que algunos han llamado una “dictablanda” y otros una “democracia guiada”. Pero a cambio de su libertad, el sistema creado por este dictador benรฉvolo le dio a su pueblo paz y prosperidad sin precedentes. Hay mucha tela para discutir si es un trade-off razonable, pero lo sea o no, lo que es irrebatible es que Singapur es uno de los grandes milagros econรณmicos del siglo XX, ya que logrรณ pasar del tercer al primer mundo en tiempo rรฉcord. Un dato contundente: el PIB per cรกpita creciรณ de 400 a 40,000 dรณlares al aรฑo en solo cuatro dรฉcadas. No es poca cosa. Muchos otros paรญses no tuvieron ni democracia ni desarrollo en ese lapso.

¿Cรณmo logrรณ Lee convencer a su pueblo de que valรญa la pena seguir el rumbo que รฉl les marcaba? Dotรณ a su discurso de algo que es esencial para el arte de la persuasiรณn: una tierra prometida, es decir, un objetivo superior o destino por el cual vale la pena luchar.

En 1965 Singapur fue expulsado de la Federaciรณn de Malasia. El รกnimo nacional era de temor y duda sobre la viabilidad que la pequeรฑa ciudad isleรฑa tendrรญa como paรญs independiente, ya que era dรฉbil, pobre y estaba rodeado de vecinos hostiles. El mismo Lee apareciรณ en televisiรณn nacional, diciendo entre lรกgrimas que ese era un momento de angustia para todos. Pero el lรญder se creciรณ ante la adversidad y en uno de sus discursos mรกs famosos, llamรณ a su gente a la acciรณn: “Pondremos el ejemplo. Este paรญs nos pertenece a todos. Lo construimos de la nada, sobre pantanos […] Hace cien aรฑos, este lugar era un lodazal. Hoy, es una ciudad moderna. Dentro de diez aรฑos, esto serรก una metrรณpoli. Nunca teman.”  

Lee sabรญa que su visiรณn era utรณpica. Cรณmo lo reconociรณ muchas veces, Singapur es una naciรณn que, en teorรญa, no deberรญa existir. La gente que ahรญ vive no tiene ni historia ni religiรณn o raza en comรบn, porque pertenece a una de tres etnicidades: china, india o malaya. Lo que los unificรณ fue el proyecto de naciรณn prรณspera que articulรณ su lรญder polรญtico, quien no creรญa en razas –como lo dijo en otro discurso: “en Singapur obtendrรกs la misma pobreza o la misma prosperidad, sin importar si eres negro, cafรฉ, amarillo o de cualquier color intermedio”– ni se comprometรญa con religiones.

Recordado tambiรฉn por su pragmatismo econรณmico de lรญnea dura, Lee no permitiรณ nunca que ningรบn obstรกculo se interpusiera en su camino. En 1980, los trabajadores de Singapore Airlines llamaron a un paro. Lee dio un fuerte discurso en el que simplemente les dijo: o regresan a trabajar o les darรฉ una lecciรณn que no olvidarรกn. “Quien gobierne Singapur debe ser de hierro, o renunciar. Esto no es un juego de cartas. Esto es su vida y la mรญa. He pasado toda mi vida construyendo esto y  mientras yo estรฉ a cargo, nadie lo va a destruir”.

Suena duro, pero Lee sabรญa que le hablaba a un pueblo convencido de que el paรญs no podรญa darse el lujo de perder el tiempo en conflictos de clase, raza, polรญtica o religiรณn. Tenรญa que dedicarse disciplinadamente a generar la prosperidad necesaria para defenderse y ganarse su lugar en el conflictivo y competitivo continente asiรกtico. Y tuvieron a un lรญder que logrรณ unificarlos en torno a ese proyecto de naciรณn. Ese es el poder del discurso: marcar el rumbo e inspirar a la audiencia a alcanzar una tierra prometida. Porque, tal como lo dijo Henry Kissinger al hablar de Lee Kwan Yew, “la marca de un gran lรญder es llevar a su sociedad del lugar en donde estรก, al lugar a donde nunca ha estado”.

 

 

 

 

 

 

 

 

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Especialista en discurso polรญtico y manejo de crisis.


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