Cuando comenzaba a tomar conciencia de lo polĆtico, allĆ” por mi adolescencia, descubrĆ el concepto que desde entonces representarĆa para mĆ el valor del compromiso. De un compromiso que podĆa ser intelectual y moral. Que lo era con la libertad y con la verdad. Con uno mismo y con la sociedad. Un compromiso que exigĆa la renuncia a la comodidad propia y una frecuente comuniĆ³n con el peligro. El personaje que lograba encarnar todos esos valores en sus distintos planos vitales era un librepensador.
Para mĆ, un librepensador era lo mĆ”s parecido a un hĆ©roe con lo que una podĆa toparse fuera de la ficciĆ³n. A mis catorce aƱos eran librepensadores las personas a las que mĆ”s admiraba. Lo era Savater, que arriesgaba la vida en cada columna de opiniĆ³n, en cada clase, en cada manifestaciĆ³n, por defender la democracia y el Estado de derecho. Enseguida comprendĆ que ser librepensador era una actividad de alto riesgo.
Con el tiempo, la expresiĆ³n cayĆ³ en desuso, o acaso lo que disminuyĆ³ fue el nĆŗmero de sus representantes. Una cierta confusiĆ³n comenzĆ³ a rodear al tĆ©rmino librepensador, que tendiĆ³ a equipararse de manera bastante burda con otras formas de declaraciĆ³n mucho menos sofisticadas. Se llamĆ³ librepensador a quien decĆa hablar āsin pelos en la lenguaā, que en el mejor de los casos era un contrarian en busca de atenciĆ³n y en el peor no era mĆ”s que un maleducado.
AsĆ empezĆ³ a darse altavoz a las opiniones que quebraban consensos mĆ”s o menos establecidos, de modo que el acuerdo parecĆa ahora una pradera en la que pacĆa la masa de borregos. Si el librepensador clĆ”sico estaba guiado por ciertos valores de honestidad intelectual y rectitud moral, aquel fondo fue pronto desdeƱado en aras de una nueva estĆ©tica. Ya no se trataba de un compromiso Ć©tico o cientĆfico que podĆa llevarlo a uno por derroteros impopulares. Ahora, ir a la contra era un fin en sĆ mismo, una moda que tenĆa muy poco que ver con las convicciones y casi todo con lo meramente formal.
Se atacĆ³ las convenciones desde un rechazo frĆvolo de lo que se dio en llamar ācorrecciĆ³n polĆticaā. Alentados por este nuevo vigor de los discutidores, los reaccionarios encontraron en los contestatarios una formidable sombra bajo la que cobijarse. Envueltos en el romanticismo de remar contracorriente, intolerantes de todo pelaje comenzaron a salir de esa ājaula cortesanaā, por decirlo con Norbert Elias, que fue el consenso liberal establecido al tĆ©rmino de la Segunda Guerra Mundial.
Proferir exabruptos contra las minorĆas religiosas, sexuales, Ć©tnicas o culturales dejĆ³ de ser un motivo de vergĆ¼enza y autocensura, y la zafiedad se abriĆ³ paso. El nacionalismo, ese fantasma tabĆŗ que tratamos de desterrar con un fraterno ānever againā, y que solo habĆa sobrevivido en ciertas regiones con aspiraciones de naciĆ³n, retornĆ³ en volandas de nuevas guerras culturales.
Hicieron su agosto los Trump, los partidarios del Brexit, los Le Pen. El populismo prosperĆ³, aupado por un discurso de oposiciĆ³n a la correcciĆ³n polĆtica, frecuentemente asociada con unas Ć©lites que habĆan defraudado a los ciudadanos. Quienes se llaman a sĆ mismos librepensadores en 2017 suelen pertenecer a esta nueva categorĆa refractaria a la que mueven mĆ”s las tripas que las razones. Hoy en dĆa, lo transgresor es defender la correcciĆ³n polĆtica, que no es mĆ”s que un eufemismo malintencionado para referirse a lo que las personas razonables han llamado toda la vida respeto.
De Savater a Trump se ha producido un viaje en cuyo transcurso el concepto de librepensador se ha devaluado hasta hacerse irreconocible. Uno en el que se han ido perdiendo los valores de la honestidad, la educaciĆ³n, la tolerancia y el compromiso. Cuando la libertad retrocede y el pensamiento mora en los mĆ”rgenes del debate pĆŗblico, quizĆ” vuelva a ser tiempo de hĆ©roes.
Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politĆ³loga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.