Imagen: Youtube / C-SPAN

Trump necesitaba ganar el último round. No lo logró.

Es improbable que, incluso en su presentación más moderada, el presidente haya conseguido atraer de nuevo a los votantes que lo abandonaron por sus omisiones durante la pandemia y su conducta chocante.
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Como un boxeador que sale de su esquina con el rostro cortado y el cuerpo adolorido, en clara desventaja en el conteo de los jueces rumbo al round final, Donald Trump necesitaba que el segundo y último debate presidencial concluyera en un nocaut. A diez días de la elección del 3 de noviembre, Trump está abajo en todos los sondeos nacionales. Está en situación de inferioridad en Pensilvania, Michigan y Wisconsin, los tres estados del llamado cinturón del óxido que le dieron la presidencia hace cuatro años; también en Arizona, Florida y hasta Carolina del Norte. Ha perdido la confianza de las mujeres blancas de los suburbios y los votantes mayores de 65 años, dos grupos demográficos indispensables. Por eso, Trump necesitaba un golpe de suerte, un uppercut que tomara desprevenido a Biden, para darle la vuelta a una contienda que le dejó de favorecer hace varios meses.

No lo consiguió.

Es evidente que alguien, quizás él mismo, convenció al presidente de Estados Unidos de la urgente necesidad de ajustar la estrategia y el tono y dejarse de bravuconadas vulgares e interrupciones. Meramente en términos de estrategia electoral, el Trump del último debate fue el mejor Trump posible (que no es decir mucho, pero en fin): evitó exabruptos y trató de poner a Biden a la defensiva. Por momentos fue hasta respetuoso. Pero no pudo evitar mentir, una y otra vez. Es improbable que, incluso en esta presentación más moderada, Trump haya conseguido atraer de nuevo a los votantes que lo abandonaron por sus omisiones durante la pandemia y su conducta chocante.

Biden tampoco abrió la puerta a una debacle. Aunque el estilo más disciplinado de Trump lo sorprendió al principio, se recuperó a tiempo de evitar, por ejemplo, caer en la trampa de hablar del supuesto escándalo de su hijo Hunter. También reviró con eficacia en momentos clave, como la sección del debate dedicada a la pandemia o el (notable y necesario) segmento sobre migración.

En términos pugilísticos, Biden aguantó bien contra las cuerdas y no dio un paso atrás en los intercambios más bravos, suficiente como para empatar el último round y, quizá, ganar la pelea. Pero la campana final todavía no suena. Quedan unos segundos y seguramente habrá alguna sorpresa, un último golpe al aire. Porque no hay vuelta de hoja: en la política, como en el boxeo, el último minuto también tiene 60  segundos.

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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