El jueves 12 de marzo de 2020 fue un día como cualquier otro en Reino Unido. Ese día Italia cerró todos los comercios no esenciales y la República de Irlanda anunció el cierre de los colegios debido al avance de la Covid en Europa. En Reino Unido, los periódicos deportivos comentaban la victoria del Atlético de Madrid frente al Liverpool: 50.000 aficionados se habían apiñado en el estadio de Anfield. En una conferencia de prensa, el primer ministro Boris Johnson, su principal asesor científico sir Patrick Vallance y el director médico Chris Whitty explicaron que los colegios permanecerían abiertos y se seguirían celebrando eventos públicos. Johnson afirmó que, según sus consejeros científicos, prohibir los grandes eventos tendría poco efecto en la propagación de la enfermedad.
Al día siguiente, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció el estado de alarma para contener los contagios por Covid en España. Ese mismo 13 de marzo el asesor científico jefe del Primer Ministro británico Patrick Vallance dijo a la BBC que el “objetivo” del gobierno era “desarrollar algún tipo de inmunidad colectiva”. Recuerdo estar en el trabajo esa semana, en las oficinas de un medio nacional británico, y preguntar a un colega si no pensaba que era raro que estuviéramos todos ahí mientras en España, Francia e Italia estaban confinados. “Aquí no puedes pedirle a la gente que se quede en sus casas, los británicos no lo aceptarían”, me contestó, puede que de forma sarcástica.
El 23 de marzo, diez días después que en España, el gobierno de Boris Johnson no tuvo más remedio que rendirse a la evidencia y decretó el primer confinamiento en el Reino Unido. Un año después, el Reino Unido ha sufrido tres confinamientos nacionales y lidera el número de muertes por Covid en Europa.
No se puede entender la historia de la pandemia en el Reino Unido sin entender el mito de la excepcionalidad británica. Así lo piensa el columnista irlandés Fintan O’Toole, quien el pasado abril escribió en el periódico The Guardian que la idea de que el Reino Unido es un país excepcional y distinto a cualquier otro es lo que subyace en la estrategia del gobierno frente a la Covid. “Ese excepcionalismo no es, lamentablemente, mera autocomplacencia retórica”, decía O’Toole. “Anida tras la idea de que el Reino Unido debía responder de forma distintiva a este desafío global, y de que había algo peculiarmente antinatural en esperar que los británicos obedecieran restricciones drásticas”. El resultado, según O’Toole, ha sido una gestión desastrosa, en la que “miles de vidas han sido sacrificadas en este altar del excepcionalismo”.
Una historia isleña
La mayoría de los países del mundo se consideran excepcionales de una manera u otra. Pero el mito del excepcionalismo británico tiene sus raíces en la manera en que cuentan su historia como la de una isla distinta a Europa, dice David Reynolds, Profesor emérito de Historia Internacional en la Universidad de Cambridge. Reynolds, que acaba de publicar su último libro Historias de islas, una historia poco convencional de Gran Bretaña, afirma que el éxito de Gran Bretaña se mide a través de sus victorias contra los europeos: la victoria sobre la Armada Española, las Guerras Napoleónicas, y las dos guerras contra Alemania. Y por supuesto, el mito fundacional más importante de todos: que en 1940, Reino Unido se enfrentó en solitario a la Alemania de Hitler. “Existe una narrativa muy poderosa de que lo excepcional de Gran Bretaña es su separación del continente: es una historia isleña”, afirma Reynolds.
Este relato se enseña en los colegios y se disemina a través de la cultura popular. Cuando pregunto a mis amigos británicos qué estudiaron en sus clases de historia cuando eran pequeños, la mayoría recuerda dos temas principales: Enrique VIII y sus seis esposas y la Segunda Guerra Mundial, en la que el Reino Unido aparece como el protagonista indiscutible. El profesor Reynolds también está de acuerdo en que estos dos momentos son especialmente destacados en las clases de historia de los colegios. “Enrique VIII no inició su divorcio como un proyecto protestante de forma consciente, pero esa es la forma en que se cuenta la historia”, explica. “Eso refuerza la percepción de una Gran Bretaña excepcional”.
Pero Reynolds cree que los británicos adquieren esta visión sobre todo a través de la cultura popular. “En la década de 1960 se hicieron muchas películas en el Reino Unido que celebraban episodios de la Segunda Guerra Mundial en los que la heroica Gran Bretaña juega un papel distintivo, sin mucha referencia a otros países. En mis clases enseño que la guerra no podría haberse ganado sin los americanos ni los rusos, pero eso no penetra en la cultura popular de la misma manera”.
Es imposible vivir en el Reino Unido sin escuchar referencias constantes al papel que los británicos desempeñaron frente a Hitler. Desde series y películas como Dad’s Army en los años 70 y Descifrando Enigma con Benedict Cumberbatch a la bien conocida obsesión de Boris Johnson por Winston Churchill (el libro escrito por el Primer Ministro sobre el héroe inglés es, según The Guardian, un intento no muy sutil de establecer un parecido entre él y Churchill), la Segunda Guerra Mundial sigue dominando la imaginación de los británicos.
La pandemia de la Covid-19 ha provocado una comparación interminable con la Segunda Guerra Mundial. Al inicio de la pandemia, el ministro de Sanidad Matthew Hancock hizo un llamamiento a que los británicos adoptasen el “espíritu del Blitz”, refiriéndose a la campaña de bombardeos alemana contra Reino Unido en 1940. La reina Isabel II de Inglaterra también hizo referencia al espíritu del Blitz en un discurso televisado el 5 de abril de 2020, en el que comparó las medidas para vencer el coronavirus a las evacuaciones en tiempo de guerra, y concluyó su discurso repitiendo las palabras del himno bélico que la cantante Dame Vera Lynn popularizó durante la Segunda Guerra Mundial: “nos volveremos a encontrar”. El 8 de mayo, mientras el país celebraba el 75 aniversario de la victoria contra los alemanes en Europa, Boris Johnson afirmó que el espíritu de la “mayor generación de británicos que jamás haya vivido” debía desplegarse contra la batalla del coronavirus. El salto a la fama del capitán sir Tom Moore, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que recaudó millones para el servicio nacional de salud británico, ayudó a cimentar la conexión entre la pandemia y la Segunda Guerra Mundial.
El profesor de historia moderna Europea de la Universidad de Kent Charlie Hall es uno de los muchos expertos que piensan que la equiparación de la pandemia con el espíritu del Blitz no fue el mensaje más adecuado. “Según la narrativa del Blitz en este momento histórico, cuando Gran Bretaña resistió en solitario contra la beligerancia de la Alemania nazi, el público británico estuvo a la altura de la ocasión”, escribió en mayo. “Al negarse a desmoronarse y al continuar en gran medida con normalidad, mantuvieron a Gran Bretaña en la lucha hasta que la Unión Soviética y los Estados Unidos pudieron unirse al conflicto […]. Pero la idea de que debemos imitar el espíritu del Blitz –una actitud bastante mitologizada de resiliencia y estoicismo– y continuar nuestra vida con normalidad es profundamente problemática. Seguir con normalidad es exactamente lo que no deberíamos hacer frente al coronavirus”.
Los británicos no solo se consideran excepcionales debido a su historia. El servicio nacional de salud británico (NHS) es una de las instituciones más emblemáticas del país, y en las encuestas de opinión pública siempre aparece como una de las principales razones para sentirse orgulloso de ser británico (muy por encima de la familia real). A finales de marzo, muchos británicos pensaron que el colapso sanitario que se estaba viendo en países como España e Italia no llegaría a suceder en Reino Unido. Cuando los hospitales empezaron a llenarse y empezó a subir el número de fallecidos en el país, una popular presentadora de radio hizo el siguiente comentario en Twitter: “Cuando vi el número de muertos en China, luego en Italia y luego en España, me consolé pensando que no veríamos esos números aquí. Pero mira el número de muertos ahora, y cada vez va peor. ¿Qué diablos ha pasado?”. Una de las respuestas a este tuit fue el siguiente comentario: “me parece extraño que pienses que eso no iba a suceder aquí. Esa es la mentalidad que ha causado muchos de nuestros problemas”.
El NHS no es ni mucho menos único en el mundo. La mayoría de países desarrollados tiene un sistema de atención sanitaria universal (Estados Unidos es la excepción más notable). En un informe publicado en la revista médica The Lancet en 2017, la NHS ocupaba el puesto 30 de 100 en su ránking de sistemas de salud, a la zaga de otros países europeos como Alemania, España e Italia. Pero hablando con mis amigos y compañeros de trabajo británicos me doy cuenta de que muchos no saben que otros países europeos también tienen un equivalente a la NHS. He perdido la cuenta de cuántas veces mis compañeros de trabajo me han preguntado si España tiene un sistema sanitario universal. Esto no parece sorprender al profesor Reynolds de Cambridge. “En Reino Unido hay más conocimiento sobre Estados Unidos que sobre Europa, por lo que muchos británicos saben que en EEUU no tienen cobertura sanitaria universal”, afirma. “Esto se debe probablemente a que gran parte de la gente de este país solo sabe hablar inglés, así que les resulta más fácil leer sobre lo que está pasando en Estados Unidos o en Australia. No creo que el británico medio sepa mucho sobre Europa, o si los demás países europeos tienen un sistema sanitario como el nuestro”.
Cuando le pregunto a Reynolds si cree que esta percepción de que el Reino Unido es distinto a los demás países europeos ha afectado a la gestión de la pandemia, el profesor lee el siguiente extracto de un discurso pronunciado por Boris Johnson el 3 de febrero de 2020, en el que el Primer Ministro enfatizaba la nueva independencia de Reino Unido tras salir de la Unión Europea y hablaba del nuevo virus: “[…] cuando existe el riesgo de que nuevas enfermedades como el coronavirus provoquen el pánico y un deseo de segregación del mercado que vaya más allá de lo médicamente racional, hasta el punto de hacer daño económico real e innecesario, entonces en ese momento la humanidad necesita un gobierno que esté dispuesto a defender el comercio libre… necesita un país que esté dispuesto a quitarse las gafas de Clark Kent y saltar de la cabina telefónica y emerger con su capa como campeón del derecho de las poblaciones del mundo a comprar y vender libremente entre sí”. Para Reynolds, lo que Johnson está diciendo es que no vamos a permitir que el virus controle nuestra cultura amante de la libertad. “Esa actitud explica mucho sobre la gestión de la pandemia, por ejemplo, la reticencia a imponer el primer confinamiento o la idea de que el Reino Unido puede con todo”, dice el profesor.
Esta creencia de los británicos de que su cultura se distingue por ser “amante de la libertad” me resulta curiosa. Existen muchos estereotipos sobre los británicos en el resto de Europa (por ejemplo, que son excesivamente puntuales, no son muy efusivos y beben té a todas horas), pero no creo que exista una percepción de que los británicos sean más amantes de la libertad que otras sociedades. Sin embargo, este es el mensaje que podía leerse entre líneas cuando el 20 de marzo Boris Johnson anunció el cierre de pubs y restaurantes: “Estamos privando a las personas libres nacidas en Reino Unido de su derecho antiguo e inalienable de ir al pub”, dijo. “Sé lo difícil que es esto, cómo parece ir en contra del amor por la libertad del pueblo británico”. Como explica O’Toole en su columna de The Guardian, el “derecho antiguo e inalienable” de los británicos de ir al pub no es algo real, pero lo que Johnson estaba haciendo era evocar un sentido del excepcionalismo muy británico, “una fantasía de libertad personal como un marcador de identidad étnica y nacional”. El profesor Reynolds explica que estos valores británicos son realmente valores que cualquier país occidental consideraría suyos. “La idea de que son exclusivamente británicos es parte de nuestra obsesión con nuestro excepcionalismo”, dice el profesor.
“Una cultura amante de la libertad”
Este énfasis en “una cultura amante de la libertad” puede verse en la resistencia a adoptar el uso de la mascarilla. Al contrario que en España o en Italia, el uso de la mascarilla como protección contra la Covid está muy poco extendido en Reino Unido. Las mascarillas no son obligatorias en la calle y hasta marzo de este año tampoco lo eran en los colegios. Durante toda la pandemia he viajado en transporte público con personas con la cara al descubierto (y con revisores que nunca han dicho nada), y he entrado a diario en supermercados donde había personas sin mascarilla.
Susan Michie, profesora de psicología de la salud en la University College de Londres, cree que sería injusto culpar a los británicos de a pie ya que esto se debe a una “falta de liderazgo y mensajes claros” por parte del gobierno. En los primeros meses de la pandemia el gobierno de Boris Johnson hizo muy poco hincapié en el uso de la mascarilla. Cuando en julio el gobierno por fin anunció que el uso de la mascarilla sería obligatorio en tiendas, un grupo de diputados tories expresó su desacuerdo. The Daily Telegraph, un periódico muy cercano al Partido Conservador (y donde Johnson fue columnista durante muchos años), publicó un artículo titulado “Las mascarillas obligatorias son una prueba de que el bulldog británico se ha convertido en el gato asustadizo de Europa”. Al igual que en Estados Unidos, el uso de las mascarillas se ha convertido en una especie de guerra cultural en el Reino Unido, y para muchos británicos no llevarla se ha convertido en un símbolo de resistencia.
Ha pasado un año desde el inicio de la pandemia, y el Reino Unido tiene el mayor número de muertes por coronavirus en Europa. En abril, el columnista Fintan O’Toole pronosticó que la desastrosa gestión de la pandemia resultaría en el fin del “mito del excepcionalismo británico”. Sin embargo, la narrativa de que el Reino Unido es un país excepcional ha remontado este año debido a la campaña de vacunación del país. Reino Unido ha logrado un ritmo impresionante de vacunaciones, debido a su estrategia de comprar millones de vacunas distintas antes de que fuesen aprobadas por los reguladores. La decisión del gobierno de priorizar la primera inyección y así vacunar a más personas lo antes posible también parece estar dando frutos: la mortalidad entre los más vulnerables ha caído en picado.
“Las vacunas serán tratadas como un ejemplo de lo excepcional que es Gran Bretaña”, pronostica el profesor Reynolds. “Ahora mismo se está construyendo una narrativa de que esta campaña de vacunación no habría sido posible si el Reino Unido hubiese permanecido en la Unión Europea (lo que es falso, ya que los países europeos siempre han tenido la opción de comprar vacunas por su cuenta). Esta narrativa sostendrá que Gran Bretaña es realmente un país independiente y ahora estamos de vuelta en nuestro hábitat natural”. El mito del excepcionalismo británico sobrevive a la pandemia, más fuerte que nunca.
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