Se ha escrito mucho sobre los motivos ideológicos de quienes justifican o disculpan las acciones de Putin desde Occidente, pero apenas se han abordado las posibles explicaciones psicológicas. Me gustaría compartir con los lectores de Letras Libres algunas observaciones al respecto, que son fruto de mis interacciones personales, tanto con apologistas del dictador ruso como con aquellos que se dedican a desacreditar y buscar defectos en la víctima (Ucrania) en el momento mismo en que está sufriendo una agresión.
Héroes de teclado
Quiero hablar en primer lugar de quienes reivindican, en Twitter y a través de blogs y artículos de prensa, una heroicidad colectiva que ellos mismos se atribuyen erigiéndose en cruzados de causas proscritas por las élites y el sistema. Sorprende que muchos de estos usuarios y columnistas críticos con la flacidez acomodada de nuestras sociedades no hayan visto un ejemplo de lo que piden en la movilización patriótica que estamos viendo en Ucrania.
La razón podría estar en la imagen que les devuelve el espejo ucraniano. Es más fácil exaltar las gestas de quienes expulsaron de España a los árabes o cruzaron el Atlántico en barcos precarios de la época para conquistar América que conmoverse ante las que protagonizan nuestros contemporáneos. Los héroes del Descubrimiento y la toma de Granada, o los de la resistencia a los nazis y la Guerra Civil en cualquiera de los dos bandos, ya no existen, como no existen las circunstancias en que actuaron.
Ucrania está aquí al lado y ofrece múltiples formas de implicarse en una causa radicalmente justa desde muchos puntos de vista: el patriótico, el nacionalista, el antifascista, el anticomunista; el de la libertad, el de la democracia, el del antiimperialismo o simplemente el del humanismo y la justicia más elemental para una gente que quiere decidir su futuro libremente y se niega a someterse a un dictador.
La resistencia ucraniana recuerda a todos estos desencantados que el heroísmo no solo existe. Es posible y lo tienen a unas pocas horas de avión a Rumanía o Polonia y un trayecto desde allí, en tren o autobús, hasta las ciudades europeas donde hoy se muere por los valores supremos de la libertad y la justicia.
Ucrania no les deja seguir culpando a la sociedad y el Zeitgeist de la vida de molicie en que viven. Continuar haciéndolo requiere ignorar a Ucrania, o decir que no es verdad lo que estamos viendo todos desde febrero.
Admirar a un coetáneo
Esta incomodidad ante las gestas contemporáneas se agrava cuando los héroes tienen nuestra edad. Los aficionados al fútbol perdemos la pasión infantil que teníamos por los jugadores cuando alcanzamos su edad. Porque nos vemos obligados a aceptar que nunca llegaremos a lo que han llegado ellos y dejamos de verlos como referentes.
Zelenski tiene 44 años y un estilo de persona normal que atrae la simpatía de algunos pero espanta a otros. Su conducta desde que empezó la guerra solo puede despertar admiración, pero es más fácil venerar a un viejo en retirada que es fruto de otra época y con el que no nos medimos. A alguien como Putin, por ejemplo. A alguien como Castro o a alguien como Trump (quien, a diferencia de los dos líderes anteriores, no es un dictador ni un asesino).
Zelenski es, además, un artista, un cómico, un actor de formatos comerciales y comedia ligera. Es un rasgo que se le afea a menudo, incluso entre quienes le defienden: es verdad que era un simple actor, pero se ha ganado el respeto de todos. ¿Cómo que pero? Ser actor no es sinónimo de estupidez, ni tampoco de frivolidad.* Sí es signo, en cambio, de una cierta valentía sin la que nadie subiría a hacer reír y conmover desde el escenario. Y de la inteligencia que requiere abandonar la literalidad envarada que castra a la mayoría para ganarse la vida jugando a ser otro.
Además de un líder valiente que resiste junto a su pueblo y galvaniza a la nación en su lucha por la supervivencia, Zelenski es un hombre de muchos registros capaz de hacer reír a la gente y seducir bailando, como lo demuestran sus actuaciones en el programa de baile de la tele ucraniana que ganó en 2006. Son, todas ellas, aptitudes raras y muy codiciadas. Que el presidente de Ucrania las aúne no ayuda a su popularidad entre ciertos segmentos de la población, porque muy pocas personas podemos evitar compararnos.
Ampliar el santoral
La epopeya ucraniana la protagonizan, a menudo, personas jóvenes y de mediana edad de clase media europea, con estilos de vida y profesiones muy parecidos a los nuestros. Esta cercanía puede ser un factor de identificación, pero también, por las razones expuestas antes, de desconfianza y rechazo.
Cuando admiramos a alguien nos gusta pensar que haríamos lo mismo en su situación. Cuanto más se parece a nosotros el admirado más exigente es ese ejercicio, más directa es la interpelación.
Rendir homenaje a alguien accesible, de carne y hueso, requiere más humildad que postrarse ante lo remoto. Mucha gente que sí ha digerido a Churchill le pone peros a Zelenski. Siempre surgen resistencias cuando se trata de ampliar el santoral.
El ladrón y su condición**
Las reservas hacia Ucrania vienen a menudo de personas cínicas. Gente que ha optado en la vida por el cinismo y necesita negar la viabilidad de actitudes más nobles para poder ir tirando. Ucrania es una refutación radical e incontestable de su mundo, en el que Rusia habría ganado la guerra en tres días.
*Sí es un signo de estupidez y superficialidad asociar el humor a la falta de seriedad y la profesión de actor a la superficialidad.
**Quiere el ladrón que todos sean de su condición.
Marcel Gascón es periodista.