El asesinato de Shinzo Abe

El ex primer ministro japonés asesinado el viernes pasado dejó como legado una postura diplomática afianzada y enfocada al exterior.
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Japón es bien conocido por ser uno de los países más seguros del mundo. La tenencia de armas está rigurosamente controlada, y suele limitarse a los miembros de grupos del crimen organizado conocidos como Yakuza. El único caso de violencia política ocurrido durante el último medio siglo fue el ataque terrorista en el metro de Tokio en 1995, perpetrado por una pequeña y algo enloquecida secta llamada Aum Shinrikyo. Como cualquier otro país, Japón ha sido testigo de actos ocasionales de violencia a cargo de individuos perturbados, pero nada de naturaleza política. Es por eso que el asesinato de Shinzo Abe, el primer ministro que más tiempo ha ocupado ese cargo, sorprende y, desde luego, conmociona.

El tiroteo ocurrió durante un evento de campaña en Nara, una de las capitales históricas de Japón. La seguridad en ese tipo de eventos es ligera, porque la violencia o incluso la disrupción son casi desconocidas, y tal vez por eso el tirador pudo acercarse a Abe. El domingo 10 de julio, Japón acudió a las urnas para elegir a su Cámara de Consejeros, la cámara alta de la asamblea que detenta el poder del Estado y que es conocida como Dieta (término de origen alemán que fue importado en siglo XIX y se usa en traducciones de la Constitución de 1948, aunque el término en japonés es “Kokkai”). Antes del asesinato, la palabra que más se usaba para definir las campañas era “aburridas”. El ataque las dotó de intensidad por motivos equivocados. Principio del formulario

El más reciente acto de violencia política contra una figura de alto perfil en Japón fue un ataque con cuchillo contra Nobosuke Kishi, abuelo de Abe, cuando era primer ministro, en 1960. Esto hace que el homicidio en Nara sea más estremecedor. Kishi fue apuñalado seis veces poco después de haber logrado un acuerdo en torno a un nuevo y fuertemente discutido tratado de seguridad con Estados Unidos, pero sobrevivió. La historia familiar subraya el hecho de que, aunque el asesinato de Abe fue obra de un individuo trastornado, debe verse como un acto político. El hombre detenido, que sirvió en la Fuerza Marítima de Autodefensa de Japón (la armada japonesa) por tres años hasta 2005, dijo, de acuerdo con la policía, que su motivo no fueron las creencias políticas del ex primer ministro. Más allá de que tan cierto sea ese dicho, Abe, como su abuelo, podía considerarse una celebridad política de su país, tanto por la dinastía política a la que pertenecía como por su inusual longevidad en el cargo.

Con la fama vino la controversia. Tanto Kishi como su nieto eran figuras nacionalistas, deseosas de fortalecer la seguridad de Japón. Abe no escondía su admiración por el legado de su abuelo y deseaba continuarlo, idealmente logrando una revisión de la Constitución de 1948, para eliminar su pacifismo formal y normalizar el rol de las fuerzas armadas. Pero no lo consiguió durante sus dos períodos de gobierno, de 2006 a 2007 y de 2012 a 2020.

Lo que sí hizo fue aclarar y fortalecer la política exterior de Japón y aumentar el presupuesto de defensa de manera constante pero modesta, al tiempo que tuvo éxito en implementar una reinterpretación del texto constitucional que permitiría a las fuerzas militares luchar en apoyo de un aliado, de ser necesario. Abe fue una figura innegablemente nacionalista, que en ocasiones sostuvo posiciones controvertidas acerca de la historia de Japón durante la Segunda Guerra Mundial, en particular en lo referente a las “mujeres de confort” de Corea y otros países ocupados, que fueron obligadas a trabajar en burdeles militares.

Como primer ministro fue más discreto de lo que había sido respecto a esas visiones revisionistas, ya que su meta principal era construir lazos diplomáticos más sólidos y profundos a lo largo del Indo-Pacífico, incluyendo el sureste asiático, India y, con mayor dificultad, la vecina y antigua colonia de Corea de Sur. En esta tarea tuvo éxito, y tal vez su éxito final fue la resurrección del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) para el comercio y la inversión entre once países luego de que Donald Trump retiró a Estados Unidos a principios de 2017.

En parte gracias a su prolongada estancia en el cargo, que permitió continuidad y credibilidad, el principal legado de Abe será una postura diplomática más afianzada y enfocada al exterior, así como instituciones como el TPP, hoy llamado Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico, que mejoran las perspectivas de preservar y extender un sistema normativo en el Indo-Pacífico y crean un contrapeso a la influencia china en la región.

En 2007, Abe también puso en marcha el llamado “Quad”, o Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, que reúne a India, Australia, Estados Unidos y Japón, aunque este ha tenido un recorrido más accidentado a causa de una India decidida a mantenerse autónoma y evitar un compromiso profundo, así como de una Australia preocupada por ofender a China. Luego de una breve existencia durante el primer período de Abe, el Quad permaneció inactivo de 2008 a 2017, cuando fue reanimado. Solo ha tomado forma plena en los dos últimos años, luego de que Abe dejara el cargo. Su gran error fueron sus repetidos intentos de acercarse a Rusia como balance ante China, como una forma de diversificar las fuentes de energía de Japón y con la esperanza de recuperar algunas de las cuatro islas al norte de Japón que las fuerzas soviéticas ocuparon en 1945. Ese intento fracasó hace algunos años, y ha sido rebasado por la invasión rusa de Ucrania.  

Pese a todo, su firme postura de política de exterior será el legado más claro y duradero de Abe. Mayormente se esfumaron sus esfuerzos por promover su política de economía nacional como una “Abenomics” que transformaría la fuerza de la economía nacional. Desde luego, su permanencia de siete años en el poder significó que su gobierno tuvo el crédito de logros en áreas como el derecho laboral, el gobierno corporativo, los secretos oficiales y, en menor medida, el empoderamiento femenino, pero los historiadores no considerarán que alguno de ellos haya sido transformador. Incluso su política exterior tenía elementos de continuidad con gobiernos anteriores del Partido Liberal Democrático al que pertenecía. Aun así, será recordado tanto por darle a esa política exterior una intención, voz y agenda claras, como por llevar a cabo reformas institucionales como la de crear un secretariado nacional de seguridad, que hizo que el diseño y la implementación de la política exterior fueran más efectivos.

Ese legado de Abe está en la base de la respuesta sorprendentemente decidida y coherente que el actual primer ministro, Fumio Kishida, ha tenido ante la invasión de Ucrania. Cuando Kishida consiga–como parece muy probable que ocurra– elevar el presupuesto de defensa de Japón hasta el 2% del PIB, que es la meta de los países de la OTAN (actualmente se sitúa en 1.24%), en efecto estará dando continuidad, y a la vez beneficiándose, del trabajo de Shinzo Abe.

Publicado originalmente en Bill Emmott’s Global View y reproducido con autorización.

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es un periodista y editor inglés, autor de catorce libros y editor de The Economist de 1993 a 2006. Es presidente de la Japan Society del Reino Unido.


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