Guadalupe Álvarez Chulim, presidenta de la organización ambientalista cozumeleña Citymar, es capaz de cualquier cosa para comprobar si las iniciativas que proponen los tres niveles de gobierno (el federal, el estatal y el municipal) afectarán o no la ecología de Cozumel. Esta vez se subió a una avioneta, junto con un fotógrafo italiano, y documentó desde el aire el daño que causarán dos proyectos en puerta: el desarrollo eólico en el oriente de la isla –que promueven el gobernador Roberto Borge y el presidente municipal Aurelio Joaquín González– y un amplio complejo turístico privado a construirse en el noreste de Cozumel.
Guadalupe me explicó hace unos días con mapas y fotos de por medio que, en la isla, el trabajo ambientalista tiene que ser preventivo: una vez que se aprueba y empieza a construirse una obra no hay poder humano que la detenga. Es el caso de la marina Fonatur junto al hotel Presidente. La marina se construyó en una zona pletórica de cenotes, ríos subterráneos y manglares. En las fotografías aéreas se aprecia el trabajo terminado: las aguas de la marina, blancuzcas de cal, sólo esperan que se abra el estrecho artificial que las comunicará al mar para arrojar arenas y desechos, resultado del proceso de construcción, al océano –materiales que afectarán inevitablemente al arrecife coralino que está enfrente, llamado con justicia “Paraíso”. El MIA (Manifiesto de impacto ambiental), documento que autorizó la construcción de la marina, avalado por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP), dependiente de Semarnat, establece que los arrecifes “desaparecerán temporalmente”. Depende, por supuesto, de lo que la CONANP entienda por “temporal”: un siglo, ocho, o un milenio –el tiempo que tardaron los arrecifes en formarse.
El complejo privado en el noreste es un proyecto napoleónico que destruiría una zona lacustre y de manglares protegida para dar lugar a una aberrante Venecia cozumeleña: residencias rodeadas por canales artificiales con aeropuerto propio y toda la cosa.
Menos grave, pero doblemente contradictorio, es el desarrollo eólico en el este de Cozumel. Las fotografías aéreas de Guadalupe Álvarez muestran los destrozos en la zona de manglares que ya se llevaron a cabo en esas tierras estatales para colocar los rehiletes que generarán energía movidos por el viento. El oriente de la isla es un edén natural protegido por el poder de los huracanes que golpean por ahí el territorio isleño. Lo único que ha resistido a lo largo de los años en esa parte de Cozumel es el faro de Punta Sur. Gracias a la fuerza de la naturaleza, lagunas, manglares, chitales y una inmensa variedad de aves y otros animales han sobrevivido intactos en el este de la isla. Esta es una zona protegida por la Norma Oficial 059 que prohíbe llevar a cabo cualquier desmonte como el que se ha realizado ya que el proyecto de generadores eólicos no ha sido aprobado por la Semarnat.
El plan es contradictorio por partida doble, porque en aras de desarrollar fuentes alternativas no contaminantes de energía para proteger el medio ambiente, destruirá el medio ambiente de una amplia zona de Cozumel si Semarnat lo aprueba. “No hay necesidad de huracanes que destruyan nuestros recursos naturales”, concluye Guadalupe Álvarez. “En Cozumel, esa Secretaría se encarga de acabar con ellos.”
Cozumel es, como Cancún, un excelente botón de muestra del concepto equivocado de desarrollo que se aplica en México. Hace poco más de un siglo, la isla estaba prácticamente deshabitada. En un territorio virgen que vive del turismo podría haberse planeado, con inteligencia y responsabilidad, casi todo: un proyecto urbanístico de casas achaparradas con amplios pórticos y columnatas –como las viejas casonas cozumeleñas–, en lugar de las horrendas construcciones de chile, dulce y manteca que se extienden por todas partes; y aplicado una política de defensa de los recursos naturales marítimos y terrestres que constituyen el atractivo turístico fundamental de la isla.
Por el contrario, los gobernantes de la isla han promovido un modelo de desarrollo “extractivo” que explota y destruye la urbanística y el medio ambiente en beneficio de unos cuantos a corto plazo. La lucha de organizaciones como Citymar para transformar ese modelo en uno inclusivo –que sirva a la sociedad entera– responsable y visionario, rebasa las fronteras de Cozumel: es un proyecto que deberíamos apoyar todos los mexicanos.
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(Publicado previamente en el periódico Reforma)
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.