En los primeros meses de este aƱo, las esperanzas de que las reformas econĆ³micas emprendidas por el gobierno de RaĆŗl Castro avanzaran mĆ”s y, eventualmente, se abrieran al campo de los derechos civiles y polĆticos, por medio de una nueva legislaciĆ³n en materia electoral, asociativa y de medios, se vinieron abajo. Aquellas expectativas surgieron del proceso de restablecimiento de relaciones con Estados Unidos y de normalizaciĆ³n de vĆnculos con la UniĆ³n Europea, pero tambiĆ©n de las propias declaraciones de RaĆŗl Castro y otros lĆderes del paĆs, por lo menos, hasta la primavera de 2016.
DespuĆ©s del viaje de Barack Obama, el discurso oficial volviĆ³ a encerrarse en su tradicional mezcla de opacidad y triunfalismo. Al malestar que provocaron las palabras de Obama en La Habana y sus reuniones con opositores y empresarios de la sociedad civil, se han ido sumando en los Ćŗltimos meses, la muerte de Fidel Castro, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, con su promesa de revertir el proceso de normalizaciĆ³n, y la crisis en Venezuela que coloca a Cuba ante el dilema de abandonar su tĆmido pragmatismo diplomĆ”tico y regresar a la geopolĆtica estrecha del bloque bolivariano.
Junto con un endurecimiento del discurso oficial, ligado al duelo por la ausencia de Fidel Castro, se ha producido un evidente incremento de la represiĆ³n. No sĆ³lo los opositores sino asociaciones civiles, pĆ”ginas electrĆ³nicas, grupos intelectuales o proyectos comunicacionales, de relativa independencia del Estado, que demandan un avance de las reformas, son descalificados por el oficialismo. Existe, en la zona mĆ”s inmovilista de la opiniĆ³n digital de la isla, una clara agenda de estigmatizaciĆ³n del reformismo o el ācentrismoā como ānuevo rostro de la contrarrevoluciĆ³nā.
Se produce asĆ una atmĆ³sfera contradictoria en la que un evento fundamental para el futuro inmediato del paĆs, como es la elecciĆ³n de la nueva Asamblea Nacional, que elegirĆ”, a su vez, al nuevo Consejo de Estado y procederĆ” a la sucesiĆ³n de poderes, prevista para el 24 de febrero de 2018, es antecedido por una ofensiva ideolĆ³gica contra el cambio o enfĆ”ticamente inclinada al continuismo. La cĆŗpula cubana parece decidida a llegar al tĆ©rmino de la tercera y Ćŗltima presidencia de RaĆŗl Castro sin adelantar las reformas constitucionales que darĆan mayor legitimidad al gobierno sucesor.
Esa resistencia a una reforma constitucional, que el llamado proceso de āactualizaciĆ³n del socialismoā ha vuelto inevitable, es otro indicio de la precariedad del proceso constituyente cubano y, en general, de la cultura jurĆdica en la isla. Las reformas emprendidas por el gobierno de RaĆŗl Castro, sobre todo entre 2012 y 2015, carecen de rango constitucional, lo cual no impide pero sĆ dificulta su aplicaciĆ³n. Desde un punto de vista histĆ³rico, se regresa a una disonancia entre el marco constitucional y la vida econĆ³mica y polĆtica de la isla, parecida a la que subsistiĆ³ entre 1959 y 1976.
El sentido comĆŗn indica que una reforma constitucional, antes de la sucesiĆ³n de febrero del 18, es mĆ”s beneficiosa para el gobierno cubano. AdemĆ”s de reforzar la legitimidad del nuevo mandatario, esa reforma evitarĆa al liderazgo sucesor una intervenciĆ³n en las leyes fundamentales del paĆs, que podrĆa ser delicada para los sectores ortodoxos. Otra hipĆ³tesis para explicar la postergaciĆ³n es que tras abandonar la presidencia de los consejos de Estado y de Ministros, RaĆŗl Castro, desde la jefatura del Partido Comunista, que preservarĆ” hasta 2021, podrĆa encabezar el proceso de reforma, convirtiĆ©ndolo en una prioridad.
La segunda sucesiĆ³n cubana, que veremos en febrero de 2018, a diferencia de la que tuvo lugar tras la convalecencia de Fidel Castro, en 2006, tendrĆ” la novedad de colocar, por primera vez en 60 aƱos āse dice fĆ”cilā, a una persona con apellido diferente en la jefatura de Estado de la isla. Y, probablemente, tendrĆ” tambiĆ©n la mĆnima ventaja de que la presidencia del paĆs llegue a manos de un polĆtico civil y nacido despuĆ©s del triunfo de la RevoluciĆ³n de 1959. Pero en Cuba, como dice el artĆculo 5Āŗ de la ConstituciĆ³n vigente, la āfuerza dirigente superior de la sociedad y el Estadoā es el partido Ćŗnico y su titular seguirĆ” siendo RaĆŗl Castro por varios aƱos mĆ”s.
De manera que el urgente cambio constitucional cubano estarĆa retrasĆ”ndose hasta 2022 o 2023, cuando, tal vez, sea electo un nuevo liderazgo de acuerdo con reglas del juego ligeramente distintas. Reglas que, en el hermetismo cubano suenan sacrĆlegas, como la elecciĆ³n directa del Jefe del Estado, la extensiĆ³n del derecho de asociaciĆ³n y expresiĆ³n a las organizaciones de la sociedad civil o la limitaciĆ³n del rol de las comisiones oficiales de candidatura en el proceso electoral, pero que, en la prĆ”ctica, no amenazan la hegemonĆa del Partido Comunista de Cuba.
Lo mĆ”s grave es que, en estos momentos, aludir a la caducidad del marco constitucional actual se vuelve, en medios oficiales, motivo de alarma. Como si, ademĆ”s de tolerar en silencio el retraso deliberado de la reformas, hubiera que restar importancia al relevo de poderes que tendrĆ” lugar tan sĆ³lo en ocho meses. En ese obsesivo control de los tiempos del cambio y en esa confiscaciĆ³n de la polĆtica nacional en manos de un puƱado de viejos dirigentes reside el meollo del autoritarismo cubano. Eso que algunos todavĆa llaman ārevoluciĆ³nā o, peor, āutopĆaā.
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crĆtico literario.