El Valle de Orcia, en el centro de Italia, es uno de esos lugares encantadores, aparentemente bendecidos con demasiados dones. En sus suaves colinas coronadas por pueblos medievales y en sus verdes viรฑedos que se alternan con campos de trigo, es fรกcil imaginar que los pocos felices que viven allรญ nunca han visto lo peor de lo que es capaz la humanidad.
La verdad es muy diferente. En el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, los nazis ocuparon la regiรณn. Cuando los partisanos se defendieron, organizando valientes ataques desde las montaรฑas cercanas, las SS ejercieron una retribuciรณn sangrienta, ejecutando a decenas de civiles. En una de mis paradas favoritas hay una placa discreta que recuerda a los visitantes esta historia sombrรญa: โTรบ que pasas y admiras este valle pacรญficoโ, dice, โquรฉdate un rato y recuerda a los que han perecido aquรญโ.
En tiempos de paz, siempre es imposible imaginar โimaginar real, verdadera, vรญvidamenteโ la guerra. Cuando miras las colinas de la Toscana de hoy, no puedes evocar los horrores que sus habitantes alguna vez atestiguaron. Cuando caminas por las calles de una ciudad bulliciosa como Taipei, como lo he estado haciendo durante los รบltimos dรญas, es imposible comprender, mรกs que en un nivel abstracto, que la decisiรณn de un solo hombre pronto podrรญa convertirla en un campo de batalla sangriento. Y por todas estas razones, la mayorรญa de la gente no pudo imaginar lo que implicarรญa que Rusia lanzara una invasiรณn a gran escala de un paรญs con el que compartรญa tanta cultura e historia, o hasta quรฉ punto esta guerra extraรฑamente decimonรณnica iba a estar llena de los horrores del siglo XX.
En las primeras semanas despuรฉs del 24 de febrero de 2022, el impacto de una guerra en el (casi) aquรญ y (mucho) ahora captรณ la atenciรณn indivisa del mundo occidental. Ucrania dominรณ las portadas de todos los periรณdicos. Miles de edificios y cuentas de redes sociales se adornaron con banderas ucranianas. Mucha gente, al menos al principio, siguiรณ absorta cada giro de la guerra.
Pero la mente humana no solo se aturde ante la idea de que un lugar como Kiev o Taipei o el Valle de Orcia pueda convertirse de un dรญa para otro en un campo de batalla: a menos que el conflicto domine su vida cotidiana, tambiรฉn le es difรญcil mantener esa idea en foco. Es asรญ como la atenciรณn que gran parte del mundo prestรณ al conflicto en Ucrania ha disminuido gradualmente. La guerra ya no domina las portadas de los periรณdicos. Los departamentos de marketing de las grandes corporaciones idearon planes para retirar las banderas ucranianas de sus edificios de oficinas y de sus redes sociales de la manera mรกs discreta posible, a menudo reemplazรกndolas temporalmente con un sรญmbolo de apoyo a alguna otra causa digna.
La desconcertante verdad del asunto es que la guerra, cuando no es una amenaza a la supervivencia inmediata, es a la vez aterradora y fundamentalmente aburrida, lo que hace que mirar hacia otro lado sea tentador y sencillo. Cuando parecรญa que los tanques rusos estaban a punto de avanzar por las calles de Kiev, el mundo mirรณ en suspenso. Cuando los primeros informes de terribles crรญmenes de guerra emanaron de Bucha, el horror puro fue suficiente para llamar la atenciรณn. Pero cuanto mรกs se prolonga una guerra y mรกs se acumulan los cadรกveres, menos parecen distinguirse las noticias de un dรญa a las de otro.
Algunos dรญas un ejรฉrcito avanza unas pocas millas, otros dรญas es otro ejรฉrcito el que avanza. Algunos dรญas, los habitantes de un pueblo lejano son masacrados, otro dรญa, los civiles de este otro pueblo lejano son bombardeados. En algรบn momento, ni siquiera quienes sentimos una profunda compasiรณn por el sufrimiento de las vรญctimas inocentes podemos dejar de notar que, desde un punto de vista puramente narrativo, las guerras son menos emocionantes que un partido de fรบtbol cualquiera.
En el punto รกlgido de la avalancha colectiva de preocupaciรณn por Ucrania, algunos comentaristas estadounidenses insinuaron que habรญa algo racista en la solidaridad generalizada por la causa ucraniana. La sangrienta guerra civil en Siria, dijeron, fue olvidada; si estamos prestando atenciรณn a Ucrania, debe ser porque nos preocupan mรกs las vidas de los blancos. (Cuando eres un martillo, todo parece un clavo, y en Estados Unidos, รบltimamente se ha producido en masa un tipo particular de martillo).
Pero, como temรญ en aquel momento, resulta que esta acusaciรณn se basaba en una premisa errรณnea. Hoy, en el primer aniversario del renovado asalto ruso a Ucrania, el deseo humano de apartar la mirada del horror cotidiano de la guerra se estรก reafirmando. Si esta terrible guerra sigue ardiendo en su segundo o tercer aniversario, es probable que se habrรก desvanecido de la atenciรณn, como ocurriรณ eventualmente con el terrible conflicto en Siria.
La tentaciรณn de mirar hacia otro lado es tan humana como la capacidad de asesinar personas en nombre del orgullo nacional o la pureza ideolรณgica. Pero, como nos recuerdan los filรณsofos, un comportamiento puede ser natural sin ser correcto o aceptable. Y, por lo tanto, debemos luchar, yendo en contra de esos instintos profundamente arraigados, para ocuparnos lo suficiente del conflicto de Ucrania como para asegurarnos de que los gobiernos hagan lo correcto.
Para los civiles y soldados ucranianos, el que estemos en sintonรญa con el horror que viven cotidianamente no tiene una consecuencia directa. Pero hace toda la diferencia que los civiles tengan suficiente dinero para calentar sus hogares, o que los soldados cuenten con armas suficientes para expulsar a un brutal invasor de su paรญs. Aunque nos resulte cada vez mรกs difรญcil prestar atenciรณn, al menos debemos asegurarnos de que nuestros gobiernos hagan todo lo posible para apoyar una causa justa.
Cientos de miles de soldados de Ucrania siguen arriesgando sus vidas en defensa de sus libertades. Su รฉxito determinarรก si 44 millones de sus compatriotas sufrirรกn, en el futuro previsible, la dominaciรณn neocolonial. Tambiรฉn puede determinar si los residentes de Europa central y occidental pueden continuar disfrutando de la frรกgil paz que durante mucho tiempo dieron por sentada. Incluso podrรญa determinar si el pueblo de Rusia tendrรก algรบn dรญa otra oportunidad de gobernar su propio destino.
Cualquiera que sepa algo sobre la naturaleza de la guerra debe esperar que los campos de trigo en Ucrania pronto se vean tan pacรญficos como los campos de trigo en el Valle de Orcia. En el primer aniversario de la guerra, mi mรกs profunda esperanza es que no haya un segundo aniversario. Pero la paz, cuando llega, debe ser justa y duradera. A mediados del siglo XX, los partisanos toscanos tuvieron razรณn al luchar contra los nazis. Hoy, el pacรญfico pueblo de Ucrania tiene razรณn en resistir a los tanques que intentan anexar su paรญs. Lo menos que podemos hacer es ayudarlos, en las formas concretas que mรกs importan. ~
Traducciรณn de Emilio Rivaud Delgado.
Publicado originalmente en Persuasion y reproducido con autorizaciรณn.
Yascha Mounk es director de Persuasion.