2014 me recuerda a 2006

El futbol es una buena metáfora de una elección presidencial. En ambos casos, la ruta más viable a la victoria es mantener el control sobre las acciones durante toda la duración del evento.
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Han pasado pocas horas desde el final del partido que nos dejó fuera del Mundial de Brasil. Me siento muy triste, decepcionado, frustrado, con mi corazón futbolero partido a la mitad, pero sorpresivamente tibio. Es una especie de paz en medio de la tristeza; la convicción de que el resultado final del partido se explica totalmente por lo que se vio en la cancha entre los dos equipos, un duelo cerradísimo y tenso a más no poder en donde los errores del arbitraje fueron una parte notoria del juego, pero no determinante en el resultado. El equipo mexicano desplegó un esfuerzo impresionante de la voluntad, pero al final no bastó para amarrar el partido. La sensación general que me queda es que la selección mexicana cayó por su propio trabajo en el terreno y eso me permite mantener cierta serenidad en un momento en que mi cuenta de Twitter se llena de denuncias al arbitraje y expresiones crudas de intolerancia contra los que se atreven a señalar los errores de la defensa mexicana en los últimos 10 minutos del partido.

De golpe me doy cuenta de que la naturaleza de mis sentimientos es casi idéntica, pero por supuesto a una escala mucho menor, a lo que experimenté durante los días posteriores a la primera elección que no pudo ganar Andrés Manuel López Obrador. El futbol es una buena metáfora de una elección presidencial. En ambos casos, la ruta más viable a la victoria es mantener el control sobre las acciones durante todo el evento. Incluso si se plantea una formación defensiva, el contendiente debe buscar reducir al máximo la sensación de peligro sobre su marco. Es también, maquiavélicamente hablando, la virtud de mantener a la fortuna bien domada y militando en tu bando.

El Piojo Herrera plantó a su cuadro con la intención de repetir contra Holanda la dosis que les aplicó tan exitosamente a los croatas: un primer tiempo trabadísimo en el medio campo, abrumando a los armadores del rival y obligando a los puntas, Robben y Van Persie, a bajar hasta su mitad del campo para tomar pelotas y jugar a algo. Las únicas jugadas de peligro fueron mexicanas.  Al inicio del segundo tiempo, el planteamiento táctico del Tri pareció encaminarse franco al mismo destino fulgurante. Un zurdazo impecable de Gio nos puso a soñar con el paraíso perdido del quinto juego. Por otros 15 minutos después del gol, la escuadra mexicana siguió marcando la pauta del encuentro. La media cancha holandesa se deshilachaba en pases irrelevantes y la zaga mexicana casi no dejaba resquicios. En el último episodio de esa dinámica, Ochoa demostró que la fortuna se pliega a los designios del virtuoso: su reacción milagrosa a un disparo a dos metros de distancia pareció atraer la intervención del poste.

Pero hasta ahí llegó la supremacía tricolor. El equipo del Piojo les cedió el manejo del partido a los holandeses. La última línea dejó de crear y se revolvió en rechazos a donde caiga. La media hora final del partido se desenvolvió entre la torpe insistencia de los de naranja, la impotencia de la media cancha mexicana y el garabato táctico del Piojo, quien ahora deberá debatir con su almohada por qué metió a Aquino por Gio.

La elección de 2006 también la viví como aficionado; es decir, sin ningún tipo de participación en la campaña y siguiendo el encuentro a través de los medios. Después de haber visto a López Obrador controlar las acciones durante meses, manteniendo los ataques rivales a raya, dictando los tiempos y términos de la discusión pública, me parece que puedo señalar el momento exacto en que la campaña lopezobradorista no solo cedió la iniciativa, sino que perdió el manejo del ritmo de la contienda: la decisión de no participar en el primer debate. Desde ese momento, el candidato de mi esperanza estuvo bailando al son que sus adversarios le tocaban.

Entre mayo y junio de 2006, igual que en los últimos 25 minutos del partido de México contra Holanda, me la pasé maldiciendo, gritando, deplorando la falta de control de los equipos que apoyaba con tanta pasión. Me desesperé viendo cómo los directores técnicos terminaron apostándole a la inercia, la suerte y lo que pudiera manifestarse en su favor. La adversidad me encontró emocionalmente exhausto. Cuando cayó el primer gol de Holanda me desplomé en mi sillón derrotado, pero casi aliviado por la concreción de lo inevitable. Antes del segundo gol, la intensidad de la fe no logró opacar la certeza de que estábamos sentenciados por el reflujo de la marea: sin fluidez entre las líneas, desenchufados en la media cancha y haciendo agua atrás. El penal apresuró la agonía. ¿Qué pasó ahí? Rafa Márquez metió la pierna tarde y el leve pero innegable contacto le dio la oportunidad a Robben de tirarse como ardilla voladora. Jugada apretadísima, pero no un robo.

De igual forma, pasado el dos de julio de 2006, me tragué mis lágrimas, logré serenarme y tras la calificación oficial de la elección guardé mis banderas y me dije que había que aprender la lección y prepararse para la siguiente. En ambos casos no pude convencerme de la existencia de la trampa determinante. En mi recuento de las derrotas, la posible intervención de la mano negra no termina de cuadrar con mi recuerdo puntual de los acontecimientos y, sobre todo, con la conciencia de que se tuvo el triunfo en la mano casi todo el tiempo.

El futbol es el juego más bello del mundo porque a pesar de la riqueza de metáforas y analogías que permite para varios otros órdenes de la vida no deja de pertenecer al universo de lo lúdico. Uno puede retorcer la lógica o hacer rollito la evidencia y al final no pasa nada. Puede el Piojo Herrera seguir convencido de que nos han robado el ya mítico quinto juego y la única consecuencia es que los fanáticos volveremos a llorar dentro de cuatro años. Sin embargo, en política la tendencia a la autovictimización tiene consecuencias serias. Véase cómo desde 2006 la izquierda sigue jugando al ritmo del contrario, jamás logró retomar el control del medio campo y le siguen anotando goles con rebotes al filo del área y penaltis dudosos. Y todo el país está pagando por ello.

 

 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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