A la luna de Valencia

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Cuando oigo hablar de viajes al espacio me vienen a la mente unos versos de Pedro Casariego Cรณrdoba: “mujeres soรฑadoras que ignoran que la luna es รบnicamente un aro de baloncesto mรกs / para que se entrenen Collins, Glenn, Aldrin y tambiรฉn los rusos”. Pedro Casariego acababa de cumplir los catorce aรฑos cuando Armstrong se convirtiรณ en el primer hombre que puso el pie en la superficie lunar y sin duda ese momento quedรณ marcado para siempre en su memoria. ร‰l y sus hermanos mรกs pequeรฑos, al menos cinco de los siete que llegarรญa a tener, los que en aquel entonces no solo habรญan nacido, sino que podรญan enterarse un poco de lo que estaba ocurriendo, siguieron con expectaciรณn la aventura del Apolo 11, desde que saliรณ de Cabo Caรฑaveral hasta que llegรณ a la Luna y regresรณ a la Tierra.

El alunizaje se retransmitiรณ en directo por televisiรณn en buena parte del mundo. En nuestro paรญs eran casi las cuatro de la maรฑana cuando Televisiรณn Espaรฑola emitiรณ aquellas borrosas imรกgenes en blanco y negro. Pedro Casariego, sus hermanos y sus padres estaban sentados frente al televisor en un salรณn descarnado y vacรญo, porque la casa en la que vivรญan desde hacรญa poco seguรญa en obras. Su padre les habรญa levantado de la cama un rato antes y les habรญa dicho: “Es un paso inmenso. Serรก emocionante.” Aquel verano, inspirรกndose en las portadas de ABC, los seis niรฑos dedicaron buena parte de sus juegos a reproducir con muรฑequitos cada episodio de la aventura espacial. Cuando Armstrong bajรณ con sus botas gordas y blancas por la escalerilla se sintieron aterrados. Aรบn se preguntaban si la Luna serรญa una masa sรณlida o simplemente una enorme concentraciรณn de polvo. Respiraron tranquilos al verle pasear por allรญ rebotando como una pelota.

Yo tenรญa solo ocho aรฑos. Acababa de hacer la primera comuniรณn y, como la religiรณn fue siempre algo ajeno en mi familia, con aquellas historias de santos y รกngeles que me contaron levitaba por los aires. La noche del 20 al 21 de julio de 1969 estรกbamos en Moralzarzal, un pueblo de la sierra de Madrid al que รญbamos a pasar los fines de semana y casi todas las vacaciones. En casa de unos amigos, los Felgueroso: Elena, que con su memoria increรญble me ha ayudado a reconstruir los hechos, Carlos, Leticia y Anita. Debiรณ de ser por entonces cuando yo, en plena racha mรญstica, soรฑรฉ que enseรฑaba a volar a la mรกs pequeรฑa. Planeando a pocos centรญmetros del suelo, cogidas de la mano y arrancando florecillas, nos golpeรกbamos con las piedras y los troncos de los รกrboles, pero nos reรญamos de todo. Creo que nunca soรฑรฉ con volar tan alto como Armstrong.

Un hombre introvertido de ojos azules y pelo rubio que desde pequeรฑo sueรฑa con volar, hasta el punto de convertirse en piloto y en astronauta y de ir a la Luna sin saber si podrรก volver, un hombre que ha nacido en un pequeรฑo pueblo llamado Wapakoneta, en el estado de Ohio, hijo de Stephen Koenig Armstrong y de Viola Louise Engel, parece un personaje de Sherwood Anderson, un personaje condenado a la mediocridad o al heroรญsmo mรกs anรณnimo, que en el empeรฑo por huir de la soledad se encuentra con otra aรบn mayor. Su destino tiene que ser triste o violento, mientras รฉl imagina uno que al menos sea sorprendente. Y el de Neil Alden Armstrong lo fue. Fue un destino sonado.

 Nosotros quisimos verlo, pero en la casa de Moral entonces no habรญa luz elรฉctrica, y tampoco televisiรณn. Por las noches nos iluminรกbamos con lamparillas que flotaban en aceite. Nos calentรกbamos con salamandras, aquellas estufas de hierro con ventanucos de mica que soltaban escamas y parecรญan naves espaciales, o junto al fuego de una chimenea. Y cocinรกbamos en un infiernillo de gas. Aquel 20 de julio, como cada domingo, el tรญo Carlos, el padre de nuestros amigos, apareciรณ con una ristra de churros colgando de un junco verde y las porras para el desayuno, pero tambiรฉn con un aparato de televisiรณn. Y, con ayuda de mi padre, lo enchufรณ a la baterรญa de su coche, sacando el cable por una ventana. Encima colocaron una antena de cuernos.

Despuรฉs de cenar, nos sentamos repartidos por el sofรก y sobre un par de sillones gordos y achaparrados, envueltos en trapos y mantas, porque allรญ, incluso en verano, en cuanto cae el sol refresca. Los mayores mataron el tiempo contando chistes y chascarrillos. Los Felgueroso, varios de sus primos, mi hermana y yo escuchรกbamos boquiabiertos. De vez en cuando alguien salรญa a ver las estrellas y a comprobar que la Luna seguรญa allรก arriba. En cuarto creciente. Tambiรฉn cambiaban el empalme de la televisiรณn de la baterรญa de un coche a la de otro para que no se gastara. Y estรกbamos a punto de ver el acontecimiento cuando a mรญ, acurrucada en uno de aquellos sillones repletos de niรฑos, se me cerraron los ojos y me quedรฉ dormida.

Aquellos eran aรฑos de experimentos. De fe en la ciencia, en el progreso. Y en la humanidad, a pesar de la Guerra Frรญa. Por el dรญa en el campo algunos abrรญan ranas para hacer trasplantes de corazรณn, emulando a Barnard, mientras otros explorรกbamos cada rincรณn lupa en mano. El afรกn investigador no nos daba tregua. Nuestros padres eran ingenieros y nosotros, en especial las niรฑas, querรญamos ser como ellos. Destripar motores. Arreglar electrodomรฉsticos estropeados. Y descubrir satรฉlites e incluso planetas. En naves fabricadas con poco mรกs de cuatro palitroques, papel de plata, cinta americana y muchรญsimo arrojo.

Sin embargo, para mรญ, los miembros de la tripulaciรณn del Apolo 11 en cierto modo eran como los tres cerditos del famoso cuento. Todos querรญan ser el protagonista y chinchaban a los demรกs. Al comandante Armstrong le tocรณ la gloria de ser el primero en poner el pie en la luna, pero dicen que Aldrin le hizo llevar la cรกmara, con lo que al final el que sale en la mayorรญa de las imรกgenes es รฉl.

Aquella noche de julio de 1969 Armstrong pisรณ la Luna y terminรณ con la era de los descubrimientos. Pedro Casariego Cรณrdoba pudo verlo, y sin duda lo recordรณ cuando su corazรณn gris se convirtiรณ en miga de luna para las mujeres. Yo me quedรฉ a la luna de Valencia. ~

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(Madrid, 1961) es escritora y traductora. Ha publicado las novelas 'Leo en la cama' (Espasa, 1999), 'Los pozos de la nieve' (Acantilado, 2008) y 'Venรญan a buscarlo a รฉl' (Acantilado, 2010).


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