I.- Los números
La efeméride nos recuerda que este 27 de enero se conmemoran 32 años del fallecimiento de Victoria Ocampo; que tres años antes de morir, en 1976, fue designada miembro de la Academia Argentina de las Letras y que, así, se convirtió en la primera mujer que recibió tal honor; y que, finalmente, hace ochenta años, apareció bajo su cargo el primer número de la revista Sur, una de las más influyentes que ha dado este continente.
La efeméride celebra, también, aquel impulso latinoamericanista que se lee en el prólogo que Victoria Ocampo firmó en el primer número de la revista:
Waldo, en un sentido exacto, esta revista es su revista y la de todos los que me rodean y me rodearán en lo venidero. De los que han venido a América, de los que piensan en América y de los que son de América. De los que tienen la voluntad de comprendernos, y que nos ayudan tanto a comprendernos a nosotros mismos.
Una rápida asociación de nombres relacionados con la revista confirma este impulso: como miembros del consejo de redacción firmaban, entre otros, Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, Guillermo de Torre y María Rosa Oliver (la única mujer además de Ocampo); como parte del consejo extranjero, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Jules Supervielle, José Ortega y Gasset, Ernest Ansermet, Drieu La Rochelle, Leo Ferrero y Waldo Frank, hispanista y novelista norteamericano a quien la directora le dedica no solo el prólogo sino la revista entera.
II.- Las dos Ocampo
La primera Victoria Ocampo es la que en 1931 funda, edita la revista y escribe un prólogo en el que se presenta como una mujer que, casi obligada por un círculo muy cerrado de hombres letrados, acepta quejosa y afectadamente la empresa, como pude verse en esta antología de frases entresacadas del prólogo:
-Nunca se me hubiera ocurrido por sí sola la idea de fundar una revista.
-Usted me acusaba de ser tímida. Es cierto, mi timidez llega hasta el sufrimiento.
-La idea de la revista era para mí, al embarcarme hacia Europa, como esos dolores neurálgicos que no se localizan y que uno siente a veces en la espalda…
-Usted, Waldo, me ha impuesto esa tarea. Finalmente vencida, la he aceptado de usted como un don precioso.
-Entonces llamé por teléfono a Ortega, en España. Esas gentes tienen costumbre de bautizarnos… Así, Ortega no vaciló y, entre los nombres enumerados, sintió enseguida una preferencia: “Sur”, me gritaba desde Madrid.
Muchos años después, en 1967, otra Victoria Ocampo tomó la pluma y en el prólogo de la revista número 303-305 (noviembre de 1966 a abril de 1967) reprodujo la historia de la fundación con un tono, por fortuna, un poco más cínico, pues aunque reconoce el predominante papel de los hombres y la influencia que tuvieron en ella, reconoce que fue su perseverancia y no las sombras detrás las que llevaron a buen término el proyecto:
Hojeando un diccionario de la Academia (lectura que tanto me recomendaba Ricardo Baeza, pues soñaba con que yo adquiriera un vocabulario decente…) […] di por casualidad con el vocablo mula y la definición siguiente: “Cuadrúpedo de unos 12 decímetros de altura, hija de asno y de la yegua, o de caballo y asna. Es menos ágil que el caballo y más que el asno, y excede a entrambos en fuerza y sufrimiento.” Esta definición me aclaró providencialmente el panorama. No fue preciso que continuara indagando. Doy por sentado que Waldo Frank y Eduardo Mallea, sin comunicármelo, sospecharon que yo pertenecía a la raza subalterna de cuadrúpedos. Por ser bastardos no dejan de ser resistentes y de rendir servicios al hombre. […] Esa es, por lo menos, mi interpretación del nacimiento de Sur y de mi participación en él. No puede haber una más certera por aquello que “de hombre es errar, y de bestia perseverar en el error.” Si Waldo Frank y Mallea cometieron un error al elegirme, yo lo agravé perseverando.
Aunque no lo parezca de inmediato, el tono de cada prólogo sí demuestra una evolución. 36 años después, ya con el nombre Sur como una marca de prestigio y estatus, Victoria Ocampo puede burlarse de esa posición subalterna que tuvo en un principio pero que logró trascender con trabajo e inteligencia y que finalmente le otorgó el prestigio que hoy se le reconoce.
III.- La memoria
Al lado de otros nombres, junto a Borges y Bioy, junto a su hermana Silvina, para hablar solamente de un círculo muy cerrado de la revista, quizá Victoria Ocampo padezca la maldición de aquellos cuya obra debe hacerse, cuando se hace mejor, a la sombra. Dos de las tareas que más la ocuparon, la de editora y la de traductora, se alaban mejor cuando no se notan. Además de la revista, creó también la editorial del mismo nombre en cuyo catálogo pudo leerse, gracias a sus traducciones, a Camus, Claudel, Graham Greene, y Faulkner, por ejemplo.
Su inclusión en la Academia Argentina de las Letras fue así el reconocimiento a dos espacios: el de la mujer en el ámbito cultural, y el que ella misma posibilitó para el desarrollo de las letras en América. Estas dos coincidencias quizá superen en mucho el tópico que precede –por voluntad de la misma escritora– toda esta historia, el que detrás de muchos hombres hubo una gran mujer.
– Jorge Téllez
(Imagen tomada de aquí)
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Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.