El fin de Alice de A.M. Homes (Anagrama 2006) está narrado en primera persona por Chappy, un pederasta y asesino de cincuenta años que lleva veintitrés en una cárcel del estado de Nueva York. Chappy se dirige directamente al lector. Le cuenta sobre la perturbadora relación con sus padres, la violencia sexual tras las rejas, su antiguo trabajo en una zapatería infantil, escenario perfecto para conocer niñas, y detalla las cartas que, al parecer, recibe de una joven de diecinueve años.
La novela estuvo prohibida por instituciones y librerías, fue condenada públicamente como una obra innecesaria, perturbadora y malévola. La historia se divide en dos experiencias del deseo sexual por los menores. Chappy asesora a la joven para seducir a Matthew, un chico de doce años. El protagonista se ve reflejado en ella, y a partir de la correspondencia reflexiona sobre sus años antes de la cárcel, hasta revelarnos qué fue lo que le hizo a una chica llamada Alice.
Su chico había estado sometido a observación durante varios años; no era su primer chico, por supuesto, había habido otros y más precoces experimentos, pero aquél iba a ser, ella esperaba, su primera conquista completa. Le había descubierto dos años antes de la manera más anticuada: en el patio de recreo detrás de la escuela. […] Nuestra chica consideraba una lástima que en los alrededores de los condados de Westchester y Dutchess a nadie le obsequiasen con el sabor de carne joven.
La escritura de Homes no me parece formalmente extraordinaria, y la historia está confeccionada con un exceso de cuotas de terror como en las historias más efectistas: suspenso adictivo y escenas explícitas de abuso sexual infantil y carcelero. Pero Homes conoce la psicología de sus personajes y detalla vertiginosamente lo atroz. No es una obra maestra como Lolita de Nabokov, pero hay algo que todavía me llama la atención de El fin de Alice. Más allá de que el libro sea bueno o malo, está hecho con descripciones minuciosas que me llevan a preguntarme por qué alguien querría leer una novela sobre las reflexiones de un par de pedófilos.
Y creo que es porque estas novelas amenazan la comodidad moral del lector. La relación entre el lector y la pedofilia o el asesinato, a través de la perspectiva del criminal, víctima y victimario en diferentes momentos, provocan una mezcla conflictiva de aversión y compasión. Martha Nussbaum defiende que algunas novelas logran que el lector reflexione sobre las dimensiones morales de la historia. El lector, entonces, interpreta a su manera el significado moral de tales circunstancias y desarrolla una perspectiva crítica de cómo los personajes deberían actuar. Nussbaum incluso piensa que algunas novelas son textos irremplazables de filosofía moral. Bienvenidos sean los dilemas. Que empiece la búsqueda por el sentido.
La experiencia narrada y la experiencia del lector se retan en el terreno de lo posible: el lector se adentra en el amor y el deseo sexual que siente un adulto por un niño. ¿Qué tenemos que decir sobre lo que sucede en la novela y sobre por qué sucede? Es una historia difícil y terrible, que incomoda, y sin embargo conmueve. A.M. Homes consigue, a ratos, humanizar a uno de los criminales más repudiados social y legalmente; de paso, humilla a la sociedad estadounidense desde la estructura familiar y, muy interesante, la cuestiona como una incubadora de la perversión.
Me gusta que estas ficciones resultan un acceso menos arriesgado a la experiencia de lo inaceptable.
Ciudad de México