Algunas razones (de peso) por las que cerré mi cuenta de Facebook

Diez razones para cerrar tu cuenta de Facebook. 
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Para Fernanda

 

1. Los admiradores de José Mujica, presidente del Uruguay. “Cómo me gustaría que Mujica fuera nuestro presidente”. “Deberían de aprender los políticos mexicanos”. “Qué bueno que legalizó la mariguana”, se lee en el muro de los lamentos de Facebook. Así se expresan todas esas pobres almas. Imágenes con retratos y frases de Pepe Mujica por todas partes, notas periodísticas en donde lo vemos conducir su Volkswagen con una sonrisa bonachona, calzado con huaraches, y vestido como la izquierda latinoamericana en los años setenta (ya nada más le falta un poncho y una flauta de carrizo). José Mujica se ha convertido en algo así como el Santa Claus de las clase media mexicana despolitizada, y especialmente de los mariguanos; aquellos que, como los taxistas, han hecho de la máxima “todos los políticos son iguales” su zona de confort. Pero ahora existe Pepe Mujica (ni modo, nos mataron a Olof Palme). Siempre es más cómodo soñar con un mundo ideal (con un presidente ideal), que hacer algo por transformar nuestras circunstancias inmediatas. Es una pena tener a Peña Nieto de presidente, pero siempre puedo soñar que me siento en las rodillas José Mujica, ese lindo y amigable viejecito, y pedirle que me cuente un cuento.

2. Los entusiastas de la lectura: Memes con frases apócrifas de Borges, Cortázar, Benedetti, Coelho, José Emilio Pacheco, La Poni, etcétera. Nada me parece más chocante que los entusiastas de la lectura. Aunque esta clase de usuarios presume todo el tiempo su entusiasmo por los libros, no parece que lean mucho puesto que son incapaces de escribir una sola línea y de tener ideas propias (algo que la lectura debería incentivar). Por el contrario, se la pasan compartiendo imágenes y eslóganes en donde instigan a los demás a leer. Para ellos la lectura es una especie de estilo de vida que los diferencia de la chusma y están muy preocupados por demostrarlo todo el tiempo. ¿Por qué será?

3. Los nazis de la ortografía: Recorro el país con mi teléfono celular inteligente (1, 000 USD) con cámara de ochenta megapixeles. Mi misión: evidenciar el nivel de analfabetismo del pueblo mexicano. Mis blancos favoritos: las “cómicas” faltas de ortografía en los carteles hechos a mano de las fondas, mercados, puestos de fritangas. Mis enemigos favoritos: la doñita de delantal, diabética, del puesto de quesadillas, que no estudió la primaria porque tiene que trabajar desde los seis años; el empleado de la talabartería que tiene que trabajar desde de los doce, y víctimas similares. En resumen: todos esos malditos campesinos ignorantes. El nazi de la ortografía es una subespecie del entusiasta de la lectura. Ambos comparten algunos rasgos en común; el más evidente: el complejo de superioridad. A la versión femenina del nazi de la ortografía le gusta además compartir memes en donde la buena ortografía es una cualidad que hace al hombre deseable sexualmente. La buena ortografía es una especie de tamiz que divide al humano de los animales (no es el raciocinio, ni la bondad, ni la caridad cristiana). Lo que está implícito en el acto de compartir estos memes es lo siguiente: “tienes que tener una buena ortografía como yo para poder aparearte con alguien superior, como yo”. Es decir: “no debes pertenecer a la chusma, como yo”. Lo que NO dicen estos carteles es algo que yo sé muy bien: alguna de la gente más necia que conozco tiene muy buena ortografía.  Un dato curioso: el nazi de la ortografía solo logra algo parecido al placer sexual cuando corrige a los demás.

4. Los amantes de los gatos. Hace 11 años que tengo un gato. Se llama Fátima, es negra con blanco (o blanca con negro) y tiene la nariz rosa y muy mal carácter. Podría postear en Facebook todo lo que he gastado en ella en cuentas del veterinario, operaciones de emergencia, comida, viajes y accesorios, pero ¿qué demostraría? ¿Un hombre que tiene un hijo escribe cuánto le costó la apendicitis del mismo? Quiero mucho a mi gato, pero no veo por qué tendría que expresarlo todo el tiempo. Más aún, me gustan mucho los gatos. Los encuentro adorables, me gusta jugar con ellos. Pero a diferencia de los amantes de los gatos (cruza entre los amantes de la lectura y de los amantes de los animales, de los que hablaré más adelante), los gatos no definen en un 100 por ciento mi personalidad. Mi vida interior no será muy rica, pero sí más que la de un amante de los gatos. En este sentido esta especie está emparentada con los hinchas de los Cowboys de Dallas; es decir: una vida interior parecida al paisaje de Marte. ¿Y los gatos? Sí, son aristocráticos y elegantes, limpios, llenos de personalidad, pero hay algunos palurdos que al tener gatos creen ilusoriamente que serán como ellos; desgraciadamente no es así. ¿I’m too sexy for my cat? Bitch, please. Cuando veo a todos esos individuos volviéndose locos con videos y memes de gatos me pongo a pensar si no hay demasiado plomo en el agua potable.

5. Los ateos. ¿Habrá quien necesite más reafirmación que un ateo? A más de doscientos años de la Revolución Francesa el ateo sigue en pie de lucha. Es un descamisado, un hombre de acción que piensa que posteando memes en donde se niega la existencia de Dios está minando la hegemonía de la iglesia y gracias a eso caerá la cabeza del obispo. Su meme favorito, el más original de todos: una fotografía de Nietzsche en donde se lee: “Dios ha muerto”. No importa que no haya leído al filósofo alemán, el ateo no tiene nada más que la creencia de que Dios no existe. En este sentido, es más fanático que un católico mexicano, a quién la existencia de Dios le es totalmente indiferente. El ateo comparte un rasgo en común con los entusiastas de la lectura y los nazis de la ortografía: se siente por encima de los zafios que creen en Dios, se cree un ilustrado; aun cuando no deja de repetir los mismos manoseados argumentos y no duda de recurrir al más abyecto de todos, que es la blasfemia, la cual él considera un chiste, aun cuando carece de sentido del humor. Irónicamente, el ateo de Facebook tiene algo en común con el católico: nunca ha leído la Biblia, y parece que ningún otro libro.

6. Los pejezombies seguidores de Morena (Movimiento de Regeneración Nacional).  “Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro”.  Eso es lo que dice Kant en su ensayo “¿Qué es la Ilustración?” Y más adelante agrega: “Es tan cómodo ser menor de edad”.  Y parece que la gran mayoría de los seguidores de Morena en Facebook no sólo pertenecen a esta minoría de edad sino que además están orgullosos de ello. Pues no parecen cuestionar las decisiones y declaraciones del Gran Timonel. Y sin embargo, los pejezombies se creen la Masa Crítica que llevará a cabo la transformación con likes y compartiendo notas y memes. Por ejemplo, parece que el nombre Movimiento de Regeneración Nacional no les dice nada en concreto. ¿Me preguntó cómo pensará López Obrador regenerar a la nación, rodeado de todos esos miembros de la clase política, a la que él mismo pertenece? ¿Ya se regeneraron muchos de sus seguidores políticos? ¿Son puros? Y sí así es, ¿existe alguna especie de certificado de regeneración? ¿Dónde está? Hay una gran falacia en la palabra regeneración. Presupone que el que la ostenta está en un estado de pureza, y los demás no. Yo regenero, yo soy os bautizo con fuego, yo echo a los mercaderes del Templo, yo decido cuál es la verdad.

7. Los veganos y los defensores de animales. Una vez escuché a un vegano defensor de los animales decir: “No deberían de probar productos químicos con animales, sino con pederastas”. Siempre me ha conmovido el humanismo de los defensores de los animales. Su desprecio por sí mismos y por su propia especie solo puede ser sublimado por el amor que profesan en Facebook a los animales y sus derechos. Si la destrucción de unos talleres textiles dejan 1.127 muertos en Bangladesh, ellos no se sienten conmovidos. Sin embargo, usan ropa de marca hecha en Bangladesh sin importarles la condiciones en que esa prenda fue fabricada. Tampoco les importa saber de dónde y cómo salió el tantalio para producir el celular desde donde defienden los derechos de los animales compartiendo memes de ratas siendo decapitadas para producir los psicofármacos que ellos mismos utilizan. Porque detrás de cada defensor de los animales en Facebook hay un usuario cuyo cerebro es incapaz de segregar por sí mismo serotonina. ¿Cuántos defensores de los animales además no utilizan otra clase de fármacos cuando se enferman, o champús y tratamientos para el pelo, cosméticos, cremas, etcétera? ¿Sabrán que todos estos productos se prueban en animales? La solución es simple, hay que probar estos productos en pederastas; o bien, mandar traer unos niñitos del Congo, de las minas de tantalio.

8. Los antisemitas. Un híbrido entre el ateo y el seguidor de Morena. Cada vez que un pelotón de soldados israelíes hace una excursión punitiva a los territorios de Gaza y Cisjordiana y mata palestinos, el antisemita de Facebook escribe cosas como: “Malditos judíos”. De tanto seguir los discursos del Gran Timonel, Padre Eterno de la Patria, Andrés Manuel López Obrador, se les ha fundido la neurona que hace posible que un humano distinga entre el Estado de Israel (es decir: ¡un estado!) y el Judaísmo (¡una religión!). Es como si cada vez que Estados Unidos bombardeara un país árabe, alguien exclamara: “Malditos cristianos”. Este usuario de Facebook además es capaz de decir toda clase de atrocidades, como aquella ya muy vieja de que “El holocausto no existió”. Me parece alarmante ver en mi pantalla que una persona aparentemente tranquila de pronto se ponga a  hablar de Los protocolos de los sabios de Sion.

9. Los escritores underdogs. De todos los casos mencionados arriba esta es sin duda la patología más aberrante. Esta clase de individuos no se la pasa más que haciendo escarnio de los admiradores de Pepe Mujica, los entusiastas de la lectura, los nazis de la ortografía, los amantes de los gatos, los seguidores del Hermano Número Uno, Luz de la Montaña, Guía de los Pueblos, Andrés Manuel López Obrador, y demás fauna. Su única manera de expresarse es la queja. Por si fuera poco, además, no existe un momento del día en que no esté autopromocionándose. Su narcisismo no tiene límites: “Lean mi bitácora en Letras Libres”, “Me gané el Premio Juan de los Palotes”, “Lean la reseña de mi libro en Tangamandapio News”, “No se pierda mi entrevista, hoy, en Radio Ranchito, en AM”. Digo, ¿a quién diablos le importa todo eso?

10. Me faltaron las feministas, pero como mi madre es una de ellas decidí evitarme problemas.

 

 

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Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).


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