Durante aรฑos, mi abuelo paterno se tratรณ de cataratas con Cineraria marรญtima, remedio recomendado por su amigo Chiunti, el Licenciado.
Ignoro quรฉ sea la cineraria โmuy probablemente una planta. Admiro, sin embargo, la belleza prosรณdica del nombre: Cineraria marรญtima. Que lo guarde en la memoria despuรฉs de tanto tiempo me impele a suponer que mi paladeo por las palabras se remonta a esos remotos aรฑos infantiles.
Las gotas oftรกlmicas de cineraria venรญan en un frasquito ambarino con gotero de hule. Dรกndole guerra en el asiento trasero de la camioneta, mi hermano y yo acompaรฑรกbamos a mi padre al centro, a comprar la cineraria en el expendio del laboratorio mismo, un modesto tercer piso de la calle de Palma. El envoltorio con seis cajitas verdes se expedรญa rumbo a Cosamaloapan por el servicio de paqueterรญa exprรฉs de Autobuses de Oriente y no se mencionaba mรกs el asunto hasta el aรฑo entrante.
A mi abuelo lo conocรญ poco. Carezco de elementos para retratarlo con justicia. Poseo, no obstante, suficientes para afirmar que fue un gran hombre de modesto destino. Un hombre austero, recto, recio, impaciente, hosco. Intratable, sin duda. Su habla era atropellada, un mascullar salpicado de gruรฑidos que de improviso manaba a borbotones. Y ahรญ que comprendiera quien pudiera. Vuelta hacia el interior, no era un habla bien dispuesta para el diรกlogo: pasรณ varios aรฑos sin dirigir palabra a su mujer.
Hasta donde sรฉ, toda su vida transcurriรณ en la cuenca del Papaloapan. Su vida, imagino, pudo medirse con la distante sirena de cambio de turno del ingenio azucarero, en encendidos atardeceres tropicales, en crecidas del rรญo y calores sofocantes, con el canto de los sapos escalonando โdetrรกs del mosquiteroโ las profundidades de la noche. Pero ello no es sino lo que recogen, al modo impresionista, mis nostalgias de infancia: en Cosamaloapan nosotros pasรกbamos โsi acasoโ cuatro o cinco dรญas al aรฑo, despuรฉs de navidades.
Mi abuelo, llamado, como mi padre, Ernesto, ponรญa bastante en alto un mรญtico origen francรฉs: vagos linajes que se esfuman en la Guerra de Intervenciรณn. Pidiรณ prestados en las novelas de Vargas Vila, para sus hijas, los singulares nombres de las heroรญnas: Aura, Lucila, Elda, Idalia, Freya. Gustaba tambiรฉn de las truculentas intrigas de Paul Fรฉval y de la rima viril de Dรญaz Mirรณn. Lector asiduo de la revista ยกImpacto!, sus prejuicios no fueron pocos, pero tampoco fueron mรกs โo mayoresโ que los que acostumbrรณ su รฉpoca.
El abuelo Ernesto fue carpintero (mi padre es tambiรฉn un creador de formas, pero ello no vendrรก a cuento sino mรกs adelante). De su aserradero recuerdo las feroces sierras de disco, tan altas como el niรฑo que fui; el olor afrutado de la viruta de guanacaste; las garlopas de perfiles diversos; el minucioso desorden; el polvo de madera cubriendo cada superficie, metiรฉndose en los pliegues de la piel sudorosa; el abollado casco de aluminio.
Vigas y tablones dejaban, bastos, el aserradero, y en la carpinterรญa se buscaban las formas que llevaran dentro: esbeltas mecedoras, trasteros, fรฉretros, canceles. Formas estrictas, funcionales.
Objetos de otro tiempo, hoy de chabacano valor decorativo, se ensamblaron tambiรฉn, por centenares, ruedas de carreta. Las carretas cargaban con la zafra. O distribuรญan de casa en casa botellones de agua electropura. Recuerdo el vรญvido relato, en boca de mi tรญo, de cรณmo se enllantaba. La maniobra, de gran violencia, habรญa de concluirse en cuestiรณn de segundos y requerรญa de varios hombres para colocar en torno de la rueda el cincho de metal al rojo vivo. Debรญa ser enfriado de inmediato, a cubetazos, antes de que inflamara la madera.
Artesano ejemplar, con genio para la mecรกnica, se cuenta que Don Ernesto concibiรณ maquinarias complejas enteramente fabricadas en maderas nobles, con piezas mรณviles y transmisiรณn por correajes.
El de carpintero es oficio de precisiรณn. Vendiรณ las sierras y cerrรณ el taller cuando la vista comenzรณ a fallarle.
โข
Una catarata no es otra cosa que una opacificaciรณn del cristalino. Al perder รฉste su transparencia, los contornos pierden definiciรณn y โpadeciรฉndose ello con mayor congojaโ los colores pierden intensidad y brillo.
Con el correr de los aรฑos, su visiรณn fue disminuyendo paulatinamente, de manera imperceptible e insidiosa. Y su modesto mundo se deslavรณ en un turbio borrรณn impresionista. Aquejado de ceguera parcial โla palabra ceguera, que yo recuerde, jamรกs se pronunciรณโ debiรณ terminar deambulando por un caliginoso territorio de sombras, pardo y difuso; una terca neblina luminosa, por decirlo con un endecasรญlabo de Borges. Los recuerdos cobrando nitidez a medida que el dibujo de las cosas se apaga.
Caso es que la sospechosa Cineraria marรญtima โdos gotas color ajenjo, maรฑana y tarde, en los lagrimalesโ habรญa impedido, o eso escuchรฉ durante aรฑos, que la catarata madurara. Su operaciรณn resultaba, por ende, poco viable. Aquello de tener en los ojos una catarata inmadura excita la imaginaciรณn infantil, que suele fundir lo literal y lo metafรณrico. La cientificidad dudosa del asunto salta sin embargo a la vista.
Hoy dรญa, la catarata no es ya causa de ceguera. Un cirujano avezado realiza en una maรฑana media docena de intervenciones. Hace veinticinco aรฑos, en las riberas del rรญo Papaloapan, permitirse llevar el bisturรญ a los ojos resultaba, para un hombre nacido en 1906, harto mรกs afrentoso y problemรกtico.
Durante aรฑos, las olas encontradas de la conversaciรณn trajeron y llevaron cierto barco-clรญnica de ciertos oftalmรณlogos holandeses que iban de puerto en puerto curando a la gente.
โCon ellos quizรก sรญ โDon Ernesto declaraba. Sรญ, con los holandeses sรญ se operarรญa.
De arribo siempre inminente, en los herrumbrosos muelles de Alvarado jamรกs amarrรณ.
Siguiรณ pasando el tiempo. Sin prevenir, acaso con subterfugios, algรบn familiar terminรณ por llevar al abuelo a Tuxtepec: cogido con la guardia baja, se quitรณ el sombrero, apretรณ los labios y se dejรณ operar por unos misioneros. Y al artesano ejemplar que habรญa visto su oficio ceder terreno ante el avance arrollador de los materiales sintรฉticos le implantaron, en cada ojo, un cristalino de plรกstico.
โข
Un auto ensartado en una sinuosa fila de semi-remolques y autobuses. La ascensiรณn, tensa y tediosa, hacia el altiplano central. Difรญcil animarse, con tanto cambio de luces en la niebla, a rebasar.
Telefonemas cruzados han dispuesto que el abuelo convalecerรก en casa de mis padres, y alguno de sus yernos lo conduce a la Ciudad de Mรฉxico. Con los ojos vendados, Don Ernesto padece en la oscuridad los jalones centrรญfugos de las abruptas curvas de Las Cumbres. Su respiraciรณn acompasada mantiene a raya el mareo. Los dedos entrelazados sobre el regazo, el abuelo pone sus nerviosos pulgares a rodar uno en torno al otro. En un sentido, pausa, en el sentido inverso. Del autorradio escapa โmalinconรญa, ninfa gentileโ un popurrรญ de arias con los tenores de รฉxito.
Llegados a la caseta de Puebla, Don Ernesto saca un billete de la cartera, lo palpa, pide se le diga su valor y se compre una caja de camotes envinados. El cassette se rebobina y por enรฉsima vez, ya encarrerados, los tenores insisten โtrรก la-ra lera, trรก la-ra lera, trala la-lara larรก la-larรก. Jamรกs el trayecto le habrรก parecido tan demorado; jamรกs una lengua extranjera tan elocuente.
โข
A su arribo a la casa, lo tomo torpemente del antebrazo โme reconoce por la vozโ y negociamos juntos la reja de la calle, el fragante sendero que lleva de ella a la puerta, los escalones de la entrada.
La tarde siguiente, asisto al ansioso desenvolver de gasas: recuerdo los esparadrapos manchados de yodo, el tibio lavado de los pรกrpados con infusiรณn de manzanilla.
Abre los ojos.
Sombras.
Algo masculla, decepcionado.
Pasado el mediodรญa, el cuarto en que se le hospeda queda sumido en la penumbra. Se le acompaรฑa, pues, a la terraza. Medio vaso con agua resplandece sobre la mesa. En torno destellan visos de luz, ardientes, astillados. Llorosos, las cosas y los seres se visten de un brillo renovado. Dispuestos tambiรฉn sobre la mesa hay varios tiestos de violetas africanas. Al cabo de un rato el afelpado verde, el ocre, el violeta, recuperan su sonrisa. Pronto unos antejos para catarata les devolverรกn afilados sus perfiles.
โข
Se consultรณ al optometrista. Cuatro o cinco dรญas mรกs tarde mi padre y mi abuelo volvieron de la รptica Lux, ambos con gafas nuevas. Los dos pares de gafas del abuelo eran macizos, un armazรณn negro de pasta, lupas espesas y cรณncavas. Lentes de fondo de botella, como quizรก se diga todavรญa; los anteojos del Mr. Magoo de los dibujos animados, cuya aguda miopรญa podรญa llevarlo, con la mayor naturalidad, a plantar sobre el ala de un aviรณn su tienda de campaรฑa.
Me los puse y acerquรฉ una pรกgina del diario: combas, las palabras caso omiso, Palacio Legislativo. Las lentes para catarata, de tan concentradas, impiden toda visiรณn lateral, lo que obliga a girar el cuello entero. Di dos pasos por la terraza. Imposible domar los vรฉrtigos de un suelo obstinadamente convexo.
โข
Por aquellas fechas mi padre, infatigable, fabricaba palomas de alambre: elegantes dibujos de una lรญnea en el espacio, formas prodigiosas entrevistas en la mente y que sus manos, sin mayor herramienta que un par de alicates y un pedacito de lija para sacarles brillo, hacรญan nacer de un rollo de alambre niquelado. Paulatinamente, la casa paterna se poblรณ de parvadas incorpรณreas, suspendidos sus vuelos a travรฉs de la estancia por hilos invisibles, de pescar.
Ocurrรญa que mi abuelo se enredara en los alambres confusos que en el trayecto de la mecedora a la ventana le salรญan al paso. Divisar las parvadas contra la piedra gris de las paredes era demasiado pedirle a unos ojos que, tras el torrente turbio de la catarata, se habรญan ido volviendo tambiรฉn grises. Los pesados anteojos de Mr. Magoo le permitieron un primer descubrimiento: esos cabrones alambres eran formas sin funciรณn, pero dotadas de sentido.
โSon palomas โse dijo perplejo. Las examinรณ, girando pausadamente en tornoโ. ยกCarajo, quรฉ bien hecho estรก esto! โfue su elogio, de corte mรกs bien tรฉcnico.
Puede parecer parco. No lo es. Viniendo de รฉl, es magnรกnimo.
โข
Las hormigas, su minucioso divagar. Un tema propicio para la digresiรณn. Debo a James Joyce โpor mordaz cortesรญa de Jorge Luis Borgesโ el haber sabido percibir y nombrar la modesta epifanรญa de la que ahora parten, o a la cual conducen, todos estos meandros.
Borges nunca fue muy afecto a lo joyceano. Alguna vez, bajo el guiรฑo Borges y Joyce, recopilรฉ buen nรบmero de sus pronunciamientos al respecto. Sin รฉl serlo todavรญa (su vista comienza a declinar gradualmente desde los aรฑos veinte y la habrรก perdido por completo para mediados de la dรฉcada del cincuenta), Borges, en la revista El Hogar de febrero de 1937, cierra su โBiografรญa sintรฉticaโ de Joyce con expresivo laconismo: โEstรก ciegoโ.
Trata siempre de Joyce con maliciosa ambivalencia. Juzga sus novelas como โindescifrablemente caรณticasโ pero estima โincomparableโ la delicada mรบsica de su prosa. Elogia los dones verbales, la feliz omnipotencia de la palabra. Afirma que โcomo ningรบn otro escritor, Joyce es menos un literato que una literaturaโ. Al prologar a Whitman, empero, asesta: โHablar de experimentos literarios es hablar de ejercicios que han fracasado de manera mรกs o menos brillante, como las Soledades de Gรณngora o la obra de Joyce.โ
El menos brillante segรบn el parecer de Borges, entre los fracasos de Joyce, habrรก sido Finnegans Wake. Ya la nota biogrรกfica de 1937 desacredita los anticipos publicados (se les conociรณ con el tรญtulo de Work in Progress) como โun tejido de lรกnguidos retruรฉcanos en un inglรฉs veteado de alemรกn, de italiano y de latรญnโ. En junio de 1939, reseรฑa, de nuevo para El Hogar, la tan esperada novela. La considera โuna concatenaciรณn de retruรฉcanos cometidos en un inglรฉs onรญrico y que es difรญcil no calificar de frustrados e incompetentesโ. Y brinda, para probar el punto, un ejemplo de retruรฉcano frustrado e incompetente: โNo creo exagerar. Ameise, en alemรกn, vale por hormiga; amazing, en inglรฉs, por pasmoso; James Joyce acuรฑa el adjetivo โameisingโ para significar el asombro que provoca una hormiga.โ
Confieso que si bien venero al Joyce de las Epifanรญas y del Giacomo Joyce, si bien releo Ulisses cada cuatro o cinco aรฑos, en el exigente Finnegans Wake nunca he logrado hincar el diente. Mis atolondradas nociones de alemรกn, no cabe duda, me habrรญan escamoteado a la lectura la palabra ameising. Agradecรญ que la lupa acuciosa del Borges etimรณlogo/entomรณlogo (ahorro, aquรญ, el retruรฉcano evidente) la compartiera conmigo y me obligara a sopesarla en sus implicaciones como objeto verbal.
Ameising.
Me pareciรณ, efectivamente, un tรฉrmino forzado que pecaba de exceso de precisiรณn; un tรฉrmino fabricado ergo superfluo. Difรญcilmente aplicable. Bastante โpido clemencia por mi pobreza de expresiรณnโ jalado de los pelos.
ยฟCรณmo pasarรญa ameising al espaรฑol?
ยฟAzhormigado?
ยฟPasmhormigoso?
Pensรฉ en ello unos instantes y, arbitrando contra Joyce en favor de Borges, concluรญ, tajante y sabedor, dando tambiรฉn yo palos de ciego desde la autoridad de mis diecisiete aรฑos: โEl idioma no requiere de un tรฉrmino tal. Abre la vรญa a toda clase de excesos filolรณgicos. Bien se puede โy vale mรกsโ formar una frase.โ
Ja.
โข
Dejamos al abuelo descubriendo las palomas de alambre. Un par de dรญas mรกs tarde, fui testigo presencial de una modesta epifanรญa. Nunca la he referido. Ocurriรณ de manera un tanto atropellada. Debรญa yo, de reversa, sacar un coche del garaje para guardar otro, pues se habรญa decidido que partiรฉramos en el primero. El zaguรกn amenaza siempre con cerrarse durante la maniobra y arrancar retrovisores y molduras. Pido pues al abuelo Ernesto me detenga la puerta.
En un momento de suspensiรณn entre mis dos maniobras, el abuelo se acerca al reborde de una ventana. Mรกs que de una ventana, se trata del arranque de un muro (adentro queda la terraza) en gruesos tabicones de vidrio prensado.
Se queda boquiabierto, mesmerizado โbusco, a tientas, mis vocablosโ con regocijo infantil: una hilerita de hormigas recorre a todo lo largo el estrecho reborde y va a perderse en una grieta en la losa. Avecinรกndose las lluvias las hormigas se mudan a su nuevo refugio, en el interior de la casa.
Deus ex machina. Con un dedo, el รญndice, el abuelo les tapa la ruta: momentos de casi pรกnico, hormigueo intenso, frenรฉticos intercambios de mensajes.
Un instante despuรฉs, el amenazante รญndice se levanta dejando libre una vez mรกs el camino, y las huestes de soldados y exploradores reorganizan rรกpidamente los intrincados flujos de la minuciosa caravana.
Yo lo atestiguo todo al pasar, llaves en mano, de un auto a otro, perplejo, a mi vez, ante el regocijo infantil de su mirada. Mi abuelo es un hombre corpulento, de casi noventa aรฑos, que lleva en el bolsillo del pantalรณn un revolver Smith & Wesson calibre 22. Como los lentes de Mr. Magoo restringen la visiรณn perifรฉrica, รฉl, absorto, apenas nota que lo miro.
โCarajo, nieto โse exclama ya dentro del automรณvil, una lรกgrima insinuรกndose en sus ojosโ, ยกveinte aรฑos tenรญa yo de no ver una hormiga! Ni me acordaba ya de que existรญan.
Con anรกlogo azoro redescubrirรญa en las copas de los รกrboles โen dรญas previos burdas nubes verduscasโ la creciente precisiรณn de los ramajes.
โข
Los aรฑos han pasado. Don Ernesto muriรณ en 1995. El caluroso cementerio de Cosamaloapan de Carpio tiende a anegarse en รฉpoca de lluvias. Provincianas intrigas familiares que en poco vienen a cuento impidieron que se le sepultara โinjusticia poรฉticaโ en el ataรบd de cedro que aรฑos atrรกs, previsor, รฉl mismo fabricara a su medida. Sus restos deben ser hoy tierra tropical. Quedan acaso dientes, fragmentos de hueso, los botones de la camisa y, lรญmpidas joyas en el humus opaco, dos cristalinos de acrรญlico.
Las hormigas las descubrimos, fascinados, en la infancia. Simpรกticas, nos acompaรฑan. Nos suben por las piernas. Puede que nos muerdan. Aliviadas, nos miran crecer, alejarnos de ellas, dejarlas por la paz. Luego transcurre, bien que mal, la vida. Y la vejez viene a entornarnos las puertas de la percepciรณn.
Al menguar gradualmente su vista, el mundo del abuelo se desdibujรณ. Las hormigas perdieron en proximidad, en realidad concreta. No es que olvidara el concepto hormiga, bien atrincherado en sus circunvoluciones cerebrales, pero las hormigas, y muchas otras cosas con ellas, supongo, se volvieron meras abstracciones, recuerdos. Acaso alguna vez, durante el desayuno, sintiera ascender por el antebrazo un leve cosquilleo. De un barrido apenas consciente โel mismo gesto con que se sacuden las migas de la mesaโ se lo sacudirรญa con el dorso de la mano, y beberรญa un sorbo mรกs en su taza de cafรฉ. La afanosa responsable, la hormiga aventurera venida del almendro del patio en busca de un granito de azรบcar, nada tendrรญa que ver, en la apagada percepciรณn del abuelo, con el moroso cosquilleo. (Afuera, entre la hojarasca, caerรญan los saltos hรบmedos, sordos, pesados, de algรบn sapo, y rojo, preciso, avanzarรญa un cortejo diminuto: hormigas en fila india llevando sus huevecillos translรบcidos en andas.)
โข
De las manos de mi padre siguen naciendo formas. Hoy dรญa โpienso en la memorable secuencia de Un perro andaluzโ nacen de ellas prodigiosas hormigas. El abdomen, el tรณrax, la cabeza, son de piedra de rรญo, amorosamente trabajada al esmeril โchirriante surtidor de chispas. Las antenas, las patas, son de hierro. Hormigas grandes y densas, esculturas monumentales si se les contrasta en escala con sus modelos, cada una es distinta.1
Cuando de vuelta por la Ciudad de Mรฉxico, en visita a la casa paterna tras varios aรฑos de ausencia, descubrรญ la fรฉrrea y pรฉtrea caravana de hormigas y tomรฉ en mis manos una hormiga de piedra โpara aprehenderlas, me parece, debemos sopesar su materialidadโ, me volviรณ a la mente el ameising de Joyce, y, con gran nitidez, las circunstancias con que para mรญ, por vez primera, la exquisita palabra cobrรณ vida. Las hormigas de piedra de mi padre cifran, por otros medios, el milagroso redescubrimiento de lo nimio.
Tambiรฉn los meandros llevan el rรญo hacia adelante.
โข
Con varios kilos de exceso de equipaje โen la aduana debiรณ brindar explicacionesโ, mi hermano trajo algunas esculthormigas a Parรญs, donde nos ha tocado vivir desde hace varios aรฑos. Una es mucho mayor que las demรกs: la hormiga reina. Las colocamos en la vitrina del despacho, bien visibles para quien pasa por la acera. Quedan a la altura de los ojos de un niรฑo. A diario, lรญmpidos y azorados, los ojos infantiles se detienen en las grandes hormigas hechas de fierro y piedra-bola. Pegado al cristal, con la mirada imantada, un niรฑo hace a sus padres o su niรฑera una pregunta de tintes presocrรกticos. Pregunta que รฉstos, bien que mal, esquivan o barren de lado: no sospechan que con palabras puede responderse plenamente a las dรกdivas del mundo. ~
(ciudad de Mรฉxico, 1970) es escritor y cineasta. Publicรณ el libro Evocaciรณn de Matthias Stimmberg (Heliรณpolis) en 1995, traducido al francรฉs y reeditado por Interzona en 2007.