Arne Jacobsen, de quien se cumple el centenario de su nacimiento, es uno de los grandes arquitectos del siglo XX. Artista integral, sus aportaciones comprenden edificios únicos, como el Hotel SAS en Copenhague, y también objetos utilitarios. De líneas sobrias, su propuesta se basa en disminuir el peso de lo superfluo para enfatizar lo importante.
Stanley Kubrick escogió la cubertería que Arne Jacobsen diseñara en 1957 para que comieran los protagonistas de su película 2001, una odisea del espacio. Corría el año 1969 cuando aquella historia se filmó. 33 años después y superado el propio 2001 el diseño estilizado de Jacobsen sigue produciéndose y vendiéndose. En aquellos cubiertos, sólo una hendidura, un filo o una ligera curva permite distinguir entre cuchara, tenedor y cuchillo. Es el gesto suficiente para que los utensilios funcionen, la síntesis del ideario arquitectónico de Arne Jacobsen: esencialidad, elegancia, contención formal, calidad material y excelente ejecución. Al igual que ocurre con los sobrios edificios firmados por el danés, la austeridad de los cubiertos contrasta con la explosión formal de sus muebles. De la mano de la misma tecnología avanzada que empleó al idear sus edificios, y apoyándose en un idéntico interés por los nuevos materiales, el proyectista obtuvo resultados contrapuestos. Mientras sus edificios son hermosos contenedores cartesianos, la mayoría de sus sillas son blandas a los ojos. Incluso las butacas realizadas en chapa de madera tienen el aspecto ondulante y suave que dan las curvas proporcionadas. La silla hormiga, la butaca huevo, el sillón cisne y la silla 3107 desdibujaron las formas de los asientos para reproducir coloreados los contornos sinuosos de un cuerpo.
Hijo único de una familia judía, Jacobsen creció junto a una playa, en el estrecho de Øresund. Desde su casa veía cambiar el azul celeste del mar en verano por el verde plomizo que brillaba en invierno. Los grises y los verdes, los tonos de la hierba en la playa, fueron siempre sus colores favoritos. Y fue éste un creador al que fascinaron los colores. De niño quiso ser pintor y toda la vida, jardinero. A lo largo de los años se convertiría en las dos cosas. Si sus edificios dominan sin estridencias el paisaje urbano, sus diseños evocan la sabiduría de las formas vegetales. Si fue el gusto por combinar los colores lo que le acercó primero al bambú, a los árboles y la hierba después para acabar con las rosas su verdadera obsesión, llegó a atesorar más de trescientas variedades en un jardín de pocos metros o si, por el contrario, fueron los jardines los que le descubrieron la gama de verdes, es un misterio tal vez sólo descifrable por Christian Petersen, el jardinero fiel con el que trabajó durante años.
Así, la vivienda del arquitecto en Klapenborg era una construcción racional, cúbica, como casi todos sus edificios, y la vegetación que la rodeaba, la fuente que le confería un color distinto con cada cambio de estación.
En aquella casa colgó la acuarela de una vista de Paestum que él mismo había pintado al visitar el templo con 52 años. Ya cuando era estudiante, Italia, y sobre todo Roma, había dejado una primera huella en su formación: la de la permanencia. Pocos años después, en 1925, al viajar a París durante la Exposición Universal en la que Le Corbusier exponía su Pabellón del Esprit Nouveau, hallaría en las líneas puristas de aquella vivienda una segunda lección, la de la simplificación: evitar lo superfluo como camino para enfatizar lo importante. Por las mismas fechas, y midiendo edificios para una de sus clases con el profesor Kaj Gottlob, daría, finalmente, con la clave fundamental para sus diseños: el estilo no importa, lo que decide es la proporción. Así, con las medidas justas y la voluntad de permanencia, un cuidado artesanal en los acabados y una exquisita selección de materiales se convertirían en el sello de alguien como Jacobsen, que había aprendido el oficio de albañil antes de convertirse en arquitecto.
Si en la posguerra los arquitectos pueden volver a soñar, la suya es una profesión casi inútil durante una guerra. Sin materiales, sin dinero, sin ilusión y sin futuro es muy difícil decidirse a construir algo. Un Jacobsen en pleno desarrollo profesional se vio obligado a huir a Suecia para escapar de la ocupación alemana que sufrió Dinamarca durante la Segunda Guerra Mundial. Entre 1943 y 1945, en plena efervescencia de ideas, tuvo que contentarse con diseñar los tejidos para tapizados y cortinas que él mismo vendía (seis de ellos fueron adquiridos por el Museo Nacional de Estocolmo). Ya de niño había ganado algún dinero dibujando flores naturales y sus acuarelas llegaron a ser muy populares. En Suecia recuperó esa afición y ese oficio, y casi al final de su estancia construyó una casa junto al estrecho de Øresund para un cliente danés.
Cuando pudo regresar a Copenhague estaba lleno de planes. Volvía con una afición recuperada, la del dibujo y los tejidos, y con nuevos conocimientos sobre la arquitectura japonesa que había podido ver en el museo etnográfico de Estocolmo. Tenía además la voluntad de construir sus nuevas ideas: edificios para vivir mejor y diseños para ser más feliz. Irradiaba también la ilusión necesaria para poder construirlos.
Los primeros beneficiados de tales propósitos fueron los niños. La Escuela Munkesgard, que levantó en Gentofte, era mucho más que un alegato contra los edificios escolares entendidos como monumentos. Era un espacio pensado para los niños. Las aulas se agrupan todavía en torno a patios (todos ellos distintos) por los que los chavales reciben sol y luz, se sienten cercanos a la naturaleza y pueden incluso sentarse a escuchar la lección en verano. Uno debía ser muy abierto o muy niño para juzgar ese proyecto, y lo cierto es que en 1958 la escuela no gustó. "¿Qué iban a sentir unos niños con una escuela tan lujosa al regresar a su humilde casa?"
Tampoco gustó el Hotel SAS de Copenhague, uno de sus diseños más completos. Muchas de sus mejores ideas, la butaca huevo o el sillón cisne, compartían protagonismo junto a la cubertería, la vajilla, los tejidos y las lámparas en el mobiliario de este imponente prisma de 22 plantas. Desde el vestíbulo, los huéspedes tenían acceso a un jardín de orquídeas conservado entre paredes de vidrio. Cuando se completó, en 1961, el hotel fue declarado por la prensa el más feo de la ciudad. Hoy, cuando sus habitaciones han sido transformadas por un mobiliario insípido y sin embargo los curiosos se amontonan en el hall, la torre del hotel sigue erigiéndose orgullosa junto a la estación central de la capital danesa.
A pesar de las críticas, al terminar el SAS Jacobsen se había convertido ya en un respetado arquitecto y comenzaron a llegarle encargos institucionales. Luego vendrían los viajes a Oxford y a Hamburgo y la posibilidad de construir en otros climas. "El verde de la hierba, los azules brumosos del cielo. Hasta la niebla y la lluvia tienen en otros países colores diferentes." En Oxford levantó el St. Catherine's College. Las lámparas que diseñara para esa universidad están todavía en producción. Ocurre con casi todos los diseños de este creador insaciable: fueron ideados para amueblar un edificio concreto, pero han tenido luego una larga vida propia.
Hoy, cuando la mayoría de sus diseños roza los cincuenta años, Jacobsen es una figura de la historia de la arquitectura y una excepción en la historia del diseño. Sus edificios han alcanzado la calidad inasible de la atemporalidad, pero son sus diseños los que todavía admiran a un sinnúmero de generaciones. Jacobsen murió de golpe, sin aviso ni tiempo para terminar sus últimos proyectos. No dejó legado escrito, ya dijimos que era un hombre práctico. Son sus edificios y sobre todo sus diseños los que hoy y siempre hablarán por él. ~