¡Atención: nueva edición del Quijote!

Sobre el uso de las negritas en los textos en línea: una lectura del Quijote.
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Cada vez con más frecuencia, las personas asiduas a portales de información, blogs, periódicos o revistas en línea se encuentran con artículos que utilizan las negritas para resaltar lo que alguien considera como los hechos importantes del texto. El fenómeno resulta interesante por la idea que sugiere: que es posible –y, de alguna manera, útil– indicarle al lector los lugares relevantes en los que debe fijar particularmente su atención. 

Ciertamente, esta moda representa un avance con respecto a otros medios para llamar la atención de los lectores, por ejemplo, LAS MAYÚSCULAS (o uno más antiguo, como el subrayado), que ahora se utilizan sobre todo cuando la persona que escribe intenta expresar ira o demostrar una idea con pocos argumentos pero con mucho ruido, o con la interpretación gráfica de éste.

Hay, en todo esto, una gradación que todos podríamos reproducir de manera intuitiva y que consiste en enfatizar el juicio de valor en lugar de enfocarse en el argumento. Algo así:

Esto es importante.

¡Esto es importante!

¡Esto es IMPORTANTE!

¡Esto es IMPORTANTE!

Es algo parecido a reírse muy fuerte para ocultar que el chiste es malo. Es, también, una excelente forma de tergiversar lo que se está diciendo o lo que se quiere decir. 

Así el estado de las cosas, habría que buscar otros usos menos burdos del recurso que, si lo pensamos, podría ser muy útil en la ya de por sí ardua labor del estudio e interpretación de textos literarios. En lugar de ofrecerle al estudiante fatigosas ediciones anotadas de los clásicos con notas al pie que de todas maneras nadie va a leer, este nuevo método le permitirá, al mismo tiempo, pensar menos y poner más atención

Este tipo de lectura guiada funciona especialmente bien cuando los libros están llenos de palabras en desuso que ponen el peligro el interés de los estudiantes: simplifican la lectura sin omitir una sola palabra. Por ejemplo:

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

Las ventajas de esta nueva manera de considerar estúpido al lector son infinitas: nuestra labor consiste en descubrirlas y en utilizarlas sabiamente.

 

 

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Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.


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