En el museo del Palacio de Bellas Artes se exhiben obras del expresionismo alemรกn. Si se quiere tomar fotografรญas hay que pagar 30 pesos. “Permiso de toma de fotografรญa”, reza el boleto. Los dos o tres guardias por sala –entrecruzando los dedos, ahora cruzando los brazos, ahora caminando hacia una silla de plรกstico al fondo– estรกn al pendiente de las obras. Y al pendiente de los celulares. Que nadie saque su celular frente a una pieza, que nadie finja una llamada para tomar fotos.
Es un detalle. Mรญnimo: cuesta 30 pesos fotografiar piezas en Bellas Artes. ¿Por quรฉ? Si eso acordaron con el MoMA que prestรณ las piezas, si Hacienda administra ese dinero, si Bellas Artes lo utiliza para tal o cual cosa, no es relevante aquรญ. ¿Por quรฉ cobrar 30 pesos a un adolescente que quiere sacar fotos de las piezas? Para formular la pregunta de otro modo, ¿cรณmo afecta a la idea que tenemos del espectador en este paรญs? ¿Quรฉ implicaciones tiene la la burocracia alrededor del arte en la nociรณn que tenemos del espectador?
Generalmente, hay dos opciones: se permite tomar fotografรญas sin pagar o se prohรญbe (porque se deteriora la obra, por cuestiones de derechos o porque el artista asรญ lo pide). Si hay que pagar una suma, por modesta que sea, entonces hay un postura. Se puede, pero pase usted a taquilla. En esta ciudad, en este paรญs, el punto intermedio, la cantidad tibia: los 30 pesos que un estudiante tiene que pagar para sacar fotos con su celular.
Vivimos tiempos en los que cualquier niรฑo encuentra nรญtidas imรกgenes en Internet, de esa y de cualquier otra exposiciรณn en el mundo. Es evidente que sacar una fotografรญa, para el pรบblico general, no supone lucrar. Tomar fotografรญas con el celular en un museo es el balbuceo del espectador. Las frases improvisadas de un padre explicando el cuadro a su hijo. Sorber refresco en el cine. Dejar el ticket de compra entre las pรกginas del libro. Un comentario, un codazo, un carraspeo: una fotografรญa en el celular.
La fotografรญa forma parte de la vida diaria, es una moneda corriente en las redes sociales, un gesto equivalente a estornudar. De hecho, en cualquier restaurante hay mรกs fotos que gente estornudando. Fotografiar se parece mรกs a doblar un dedo. O a parpadear. Atrรกs, muy atrรกs, quedaron las puestas en escena familiares, los รกlbumes y su narrativa, los momentos extraordinarios enmarcados. Ahora todos somos fotรณgrafos, todos tenemos la cรกmara en el instante indicado. Somos capaces de fotografiar o de hacer un video en cualquier momento. Esto, como sabemos, ha tenido repercusiones directas en la polรญtica y en los medios de comunicaciรณn. Aunque Instagram no hace a la Rinko Kawauchi o al Enrique Metinides, todos tenemos cรกmara. Con el tiempo sรณlo se estira la liga. Anoche, por ejemplo, mi hermano me enseรฑรณ las fotos en su celular de un viaje reciente. De pronto dos, tres fotos rompรญan la historia: su sonrisa muy de cerca, mostrando con detalle sus dientes frontales. Esto quรฉ, le preguntรฉ: “Es que no habรญa espejo en ese restaurante y querรญa ver si tenรญa el clรกsico frijolazo.”
Regreso. Cobrar 30 pesos en un museo en Mรฉxico lastima la idea que tenemos del espectador. No es Bellas Artes, es un pretexto, un tema. Esos 30 pesos son el resumen de otra cosa. La burocracia que circunda el arte, por ejemplo. El alto costo de los libros (¿quรฉ pasรณ con el precio รบnico?). ¿Cรณmo se apoya al teatro? ¿Algรบn programa que invite a los espectadores a las funciones de danza? ¿Quรฉ se hace para invitar al pรบblico a las salas de concierto? Quien tome este tipo de decisiones debe estar a favor de la idea de que los jรณvenes se acerquen a la cultura. Acercar, siempre y a costa de todo: nunca alejar. Mรกs delicado en un paรญs en donde, por decir lo menos, la cultura no es una prioridad en la educaciรณn. Habrรญa que estar a favor de una sociedad capaz de interactuar con el arte, capaz de dialogar.
No quiero pecar de abstracta. Esa tarde, un estudiante sacรณ una foto con su celular. Un guardia rรกpidamente llegรณ. El estudiante tuvo que borrar la foto. Le preguntรฉ con quรฉ fin habรญa sacado la foto de un Schiele. El estudiante respondiรณ: “Pues me gustรณ mucho, nomรกs la querรญa tener.”
Habrรญa que apostar por menos estudiantes copiando fichas tรฉcnicas en cuadernos cuadriculados, mรกs espectadores capaces de conversar. “Es la obra de arte una isla imaginaria que flota rodeada de realidad por todas partes.”, escribiรณ Ortega y Gasset a propรณsito del espectador. No hay que olvidar esa realidad. Menos en los tiempos que corren, menos en este paรญs.