Barbie, la muñeca más famosa del mundo y propiedad de la empresa Mattel, ha entrado, micrófono y cuaderno de notas en mano, al mundo de los medios y el periodismo. Es famosa sin haber hecho nada y a pesar de que durante años se ha afirmado que refuerza estereotipos negativos sobre las mujeres, vende millones de dólares anuales.
La aparición de una muñeca que solo necesitó de un cambio de outfit para posicionarse como líder de opinión es una ironía sobre de la grave crisis de profesionalismo que vive el periodismo y que tiene su origen en el narcisismo, la tenaz búsqueda por posicionar un nombre, sin que a este le acompañe necesariamente un trabajo serio.
A nadie le importa lo endeble de sus piezas periodísticas, los trabajos llenos de autorreferencias y el exceso de autocomplacencia; el nombre de Barbie pesa, genera audiencia y lectoría, y con los accesorios necesarios puede ser estrella lo mismo de un informativo radiofónico por la mañana que en un reality vespertino o en un semanario político.
Un artículo del Columbia Journalism Review, firmado por Walter Pincus, considera que hace ya más de una década que el periodismo se olvidó de sus lectores y sus audiencias; mientras los propietarios de los medios solo han mostrado interés por obtener mayores ingresos por ventas y publicidad, editores y reporteros se han enfocado más en ganar premios o aparecer en televisión. “Los editores han puesto mucha más atención en aquello que les da prestigio entre sus propios compañeros que en los asuntos que afectan la vida cotidiana de sus lectores”, observa.
El mismo Pincus no duda en referirse al caso Watergate como el gran momento en el que el periodismo de su país demostró ser vehículo de información realmente seria sobre asuntos que atañían a todos. Sin embargo, también considera que desde entonces la labor periodística ha sido un cuesta abajo constante, pues conseguir una pieza como la de Woodward y Bernstein se volvió la única meta para otros compañeros de la profesión.
Tomás Eloy Martínez cuenta que lo mismo pasó en la Argentina durante los años noventa, cuando “la carnada del éxito atrajo a cardúmenes voraces”, y casi no hubo periodista novato que no se transformara de la noche a la mañana en un fiscal en busca de corruptos.
A la búsqueda del éxito social le ha seguido el periodismo en primera persona, no aquel que habla de sí mismo, haciendo pasar cada acontecimiento por su sola experiencia, sino el que se vuelve el absoluto centro y protagonista de la noticia, temible perdonavidas capaz de callar agresivamente a sus entrevistados con un “aquí el que hace las preguntas soy yo” o que usa sus espacios para dirimir conflictos y rencores con la competencia.
Los medios de comunicación electrónicos e impresos tienen más poder hoy sobre la opinión pública que hace 50 años. Pero lejos de explicar y poner contexto lo que está sucediendo y trabajar en una agenda que también permita explicar el después, se ha optado por crear eventos de comunicación para obtener cobertura, no importa si esta se desbarranca hasta las páginas de Espectáculos.
Líneas atrás citaba un texto de Tomás Eloy Martínez, quien dice que un periodista que confía en la inteligencia de su lector jamás se exhibe, pues la atención de este no se consigue con el escándalo ni con golpes de efecto, sino con investigación honesta y la narración de cada hecho dentro de su contexto y de sus antecedentes.
De ahí mismo rescato el llamado recurrente a evitar servir como vehículo de los intereses de grupos, a recordar siempre que “el periodismo es, ante todo, un acto de servicio”, que “el periodismo es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro. Y, a veces, ser otro”.
El periodista no dispone de otro patrimonio que su nombre, por eso cuando lo malversa, lo malvende o lo pone al servicio de cualquier poder "arroja un puñado de lodo sobre el oficio”.
Para Barbie periodista es distinto; mañana, con ropa y accesorios nuevos podrá jugar nuevos roles que vendan: Barbie rescatista, Barbie defensora de los pobres, Barbie #YoSoy132 o Barbie vocera del candidato del pueblo. La ética periodística y la congruencia se venden por separado.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).