Cabeza de Vaca reloaded

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En diciembre de 2010 se estrenó en cines de París Cabeza de Vaca. Es gracioso que se haya filmado hace veinte años y que para los franceses haya sido ayer: Le Nouvel Observateur la proclamó “la revelación del año” y dijo que “sus imágenes parecen venir de la noche de los tiempos” (pues sí, veinte años). L’Humanité celebró el “film visionario, este halu-cine que había permanecido escandalosamente ignorado en Europa”.1 Esa película la escribimos su director, Nicolás Echevarría, y yo que, según el diario Le Monde, soy un “universitaire de renom” (si supieran…).

Comenzamos a urdir ese guión hace 25 años. Yo llevaba tiempo colaborando en los documentales de Nico, haciéndole textos, narrándolos o ayudándole a armarlos. Mientras, Nico buscaba desesperadamente el millón de dólares necesario para filmar Cabeza de Vaca y se convertía en la máxima autoridad mundial sobre el turbulento e incómodo conquistador Álvar Núñez Cabeza de Vaca, sabiduría que vaciaba en un libro de contabilidad que es, de suyo, una obra de arte que me parece más interesante que la película y que Nico debería publicar: tres kilos de dibujos, acuarelas, pastiches y collages, pritt, lágrimas, sueños, storyboards, escritura…

Hice un primer tratamiento narrativo, muy largo, difícil y, sobre todo, muy costoso. (Y muy “hablado”: la idea del cine que tiene Nico incluye que no hay nada que decir.) Esa primera versión la publicó hace años Ediciones El Milagro con un prólogo de Álvaro Mutis. Sospecho que me daría pena ajena propia releerla. Luego, durante cinco años generamos una decena de versiones hasta lograr una que se puso más barata. Fue una buena friega, y además gratis, pues por motivos inescrutables jamás vimos un centavo de regalías (sospecho que acabaron en la bolsa del dueño de la Sogem de entonces, al que le daba por los lujos). ¿Nos pagarán los franceses?

La cosa es que cuando por fin se juntó el dinero en varios países, alcanzó para dos aldeas indígenas, para el vestuario (aunque en buena parte de la película todo mundo ande encuerado), para hacer un naufragio en un estanque de Churubusco, para alquilar tres arcabuces y cuatro caballos, para traer de España a un actor neurótico que se llama Juan Diego y para contratar a mi cuate Daniel Giménez Cacho; luego Nico se encontró en Nayarit a un pescador impactante que sale de chamán, y a un gordito desprovisto de extremidades que sale de su viene viene.

Al trabajar con Nico siempre pasaban dos cosas: nos divertíamos de lo lindo y nos peleábamos a muerte. Uno de esos pleitos, especialmente interesante, continúa hasta la fecha. El problema es de índole teórica y se plantea así: un ciego ¿puede tener punto de vista?

En efecto, había una escena en la que un chamán ciego quiere tocarle el rostro a Cabeza de Vaca antes de proceder a ponerlo hasta la madre o, como diría Nico, “meterlo a una ruta iniciática”. Pues bien, yo quería que la toma se hiciera desde el “punto de vista” del dueño de las manos que tocan el rostro (estoy seguro de que a los franceses les habría encantado esa toma). Pero Nico se puso epistemológico y empezó a alegar:

–¡Cómo que su punto de vista! ¡El cabrón está ciego, cabrón!

–Eso no impide hacer la toma desde su punto de vista.

–¡Que está ciego, con una chingada, o qué!

–Sí, pero este es un cabrón ciego que puede ver.

–Si no hay vista, ¿cómo va a haber punto de vista, cabrón?

–Por eso.

–¿Por eso qué? ¡No se puede!

–¡Sí se puede!

–¡Pues a la chingada!

–¡A la chingada, pues!

El trabajo se suspendía un mes.

La otra cosa muy divertida fue inventar un dialecto para que lo masticaran los indios en las escenas en las que salen haciendo la comida o poniéndose hasta la madre para entrar a una ruta iniciática. Aún hoy los amigos que estuvimos cerca de la película (como Mario Lavista, que hizo la música) seguimos utilizando algunas palabras de ese dialecto hechizo. Las más empleadas son huachichilá que significa “vamos a ponernos hasta la madre para ver si entramos a una ruta iniciática” y nacahuítate, que significa “siéntate cabrón, ¿quieres un tequilita?” Nos quedó tan bien ese dialecto que algún crítico aseguró que era una variante del seminol. Y ahora en París, otro celebró que no estuviera subtitulado porque así se afirmaba “el abismo de lo otro”. Menos mal.

Alguien me envió hace tiempo una página web2 en la que varios profesores norteamericanos discuten la película y hacen análisis sesudos con las más profundas connotaciones científicas. Uno alega, por ejemplo, que en una escena “Cabeza de Vaca aletea como un pájaro porque el animismo indígena se ha mezclado con el simbolismo cristiano de las aves”. Pues no. Lo que pasa es que Juan Diego hacía esos movimientos porque se había ardido con el solazo de la playa y le dolía mucho, lo que llevaba con pundonor pensando en que Álvar habría padecido igual.

Ya no escribimos más películas. El último intento era una historia rarísima que giraba alrededor de esta escena que inventó Nico: un hombre baja por una escalera y, de pronto, ve colgado en la pared “un cuadro negro”.

–¿Un qué?

–Un cuadro negro, o qué.

–Y ese cuadro negro… ¿qué es?

–¡Pues es un cuadro negro, cabrón!

–Bueno, sí, pero… ¿qué significa?

–¡Pues significa que es un cuadro negro!

–No entiendo.

–¡Pues a la chingada!

–¡A la chingada, pues!

Y en esas estamos. Aunque, claro, ahora se me ocurre que en una de esas hay un productor francés que sí entiende el “cuadro negro” y está dispuesto a meterle dinero… ~

 


notas

1 Estas y otras reseñas pueden leerse en www.allocine.fr/film y en www.eddistribution.com

2 http://www.library.txstate.edu/swwc/cdv/further—study/the—mystical—transformation.pdf

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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