Dicen que Carmelo Pérez pisó terrenos nunca antes pisados. Hoy, de esos terrenos queda una callecita que conecta Ponciano Díaz con Transmisiones Militares en Naucalpan de Juárez. ¿Quién conoce los nombres que camina?
a mis queridos Le Batard
Dicen que Carmelo Pérez pisó terrenos nunca antes pisados. Hoy, de esos terrenos queda una callecita que conecta Ponciano Díaz con Transmisiones Militares en Naucalpan de Juárez.¿Quién conoce los nombres que camina?
a mis queridos Le Batard
La cornada que mató a Carmelo Pérez fue espeluznante. El toro se llamaba Michin, de San Diego de los Padres en el Estado de México. Era un toro retinto albaraco, meano, carifosco, con dos cuernos y cinco años bien puestos. La crónica del 18 de noviembre de 1929 dice que lo cogió primero por los machos de la taleguilla, luego la espalda, el vientre y los riñones. Lo arrastraba. Lo pisoteaba. Dice que se lo paseó de un pitón a otro como un trágico pelele. Dice que fue más de un minuto largo como las noches de invierno son largas.
Ese día Carmelo Pérez se sintió torero. Despertó temprano. Desayunó un cocol tostado con natas y un vaso de leche caliente. Salió a caminar por el Parque General San Martín que quedaba cerca del hotel y de la plaza. Iba toreando el aire, imaginándose la faena de la tarde. No podía creer que apenas un par de años antes desembarcaba carneros en el rastro de Tacubaya para el puesto de barbacoa de sus padres en el mercado de San Juan, donde también despachaban sus hermanitos Silverio y Conchita. Tampoco daba cuenta de la muchedumbre que un día antes había asaltado el número 68 de la calle de López en busca de un boleto para verlo torear. Había perdido noción del tiempo cuando regresó al hotel. Su mozo de espadas ya lo esperaba para vestirlo de luces, seda color obispo y oro bordado.
-Apriétale bien los machos, va estar mi flaca en el tendido, que se me vea buena nalga.
Debajo del chaleco, del lado izquierdo, se guardó los pétalos de un pensamiento que ella le había regalado y un escapulario de María Auxiliadora. La crónica dice que Carmelo “quedó en la arena hecho un guiñapo humano, chorreando sangre por varios sitios, medio desnudo”.
Más que la cornada lo mató el olvido. Su flaca lo dejó. El gran Cagancho, su padrino de alternativa, no le mandó ni un saludo al hospital. Hasta su perro prefirió volverse callejero. Antes había sido un portento. Al inicio, lo anunciaban como “El Novillero que Asusta”, porque pisaba terrenos que nadie nunca había pisado, mostrándole el pecho al toro mientras se lo llevaba hacia adentro con un suavísimo giro de la muñeca. Tal vez parado en el redondel del Toreo de la Condesa, la tarde del 17 de noviembre de 1929, con la sangre corriéndole a los ojos, mientras escuchaba a Michin bufar sus malas intenciones, recordó las palabras de Lagartijo: “o te quitas tú o te quita el toro.” Carmelo no se quitó, y lo quitó el toro. Luego nadie se acordó de él. Solamente Silverio. Solo él le cambiaba las gasas y le hacía las curaciones. Solo Silverio atendía cuando oía los fatídicos lamentos de su hermano. Solo el niño de catorce años le inventaba historias del amor devoto de la desaparecida flaca para que no le doliera tanto.
Carmelo Pérez todavía juntó las fuerzas para reaparecer en Guadalajara, después de convalecer por un año. “Hecho pedazos, con el costado sumido por falta de siete costillas, tubo de canalización metido en el pulmón, tuvo el valor inmenso de enfrentarse a un toro. Carmelo volvía por sus fueros.” También buscó sus fueros en España, donde toreó una sola corrida, en Toledo, el día de Corpus de 1931. Murió al poco tiempo, una tarde triste, extranjera, desposeída, solitaria. En el entierro de Carmelo, en el Panteón de Dolores, Silverio Pérez de dieciséis años, entre sollozos declaró su intención: “Quiero ser torero”.
En el primer "Inventario biográfico de diestros que han pisado los ruedos" del tercer tomo de Los Toros: tratado técnico e histórico, de Cossío, Silverio aparece como “matador de novillos mejicano, hermano del matador de toros Carmelo”. Después dirían que “es valiente y se distingue por la quietud y temple de su estilo”. Luego vendrían los poemas y los monumentos. Luego lo apodarían el “Faraón de Texcoco”. Luego sería llamado “El Tormento de las Mujeres” y viviría un legendario amor con La Pachis. Luego diría Agustín Lara, en su paso doble, “que cuando torea Silverio no cambiaría ni por un trono mi barrera de sol”. De Carmelo Pérez, en cambio, solo queda una callecita que conecta Ponciano Díaz (otro grande de la fiesta) con Transmisiones Militares, recién entrando por Periférico o Río San Joaquín al municipio de las cuatro casas, Naucalpan de Juárez. Ni hablar.
Cuando te toca, aunque te quites; cuando no te toca, aunque te pongas.
¡Olé!
– Nicolás José
(Imagen tomada de aquí)
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Antropólogo. Doctorando en Letras Modernas. Autor de dos libros de poesía. Bongocero. Nace en 1976. Pudo ser un gran torero pero...