En la Colonia Obrera se encuentran las calles de Efrén Rebolledo y Severo Amador, autores de dos de los poemarios más candentes de la literatura mexicana. Ambos, contemporáneos de la Revolución Mexicana, nos recuerdan que esa Revolución no fue solo de balas y bigotes. ¿Quién conoce los nombres que camina?
En la Colonia Obrera se encuentran las calles de Efrén Rebolledo y Severo Amador, autores de dos de los poemarios más candentes de la literatura mexicana. Ambos, contemporáneos de la Revolución Mexicana, nos recuerdan que esa Revolución no fue solo de balas y bigotes.¿Quién conoce los nombres que camina?
Como todo mundo sabe, la historia de la Revolución Mexicana (sic) ofrece una década caracterizada por bigotes y cananas, treinta-treintas y sombreros graciosos. Es la época en la cual se glorifica la mazorca y se vilifica el foie gras. Abundaban la injusticia, los caudillos y los ideales. El amor, como la tropa, era a la fuerza y el sexo -casi siempre- era a caballo y al galope. Tiempo revuelto en que Borondongo le dió a Bernabé porque le pegó a Muchilanga y a todo mundo se le hincharon los pies. Tiempo, en fin, que redefine y solidifica el porfirismo que aún nos aqueja.
Lo que no todo mundo sabe es que en ese tiempo también se escribieron y publicaron los dos poemarios más candentes de la literatura mexicana. Son tan candentes que solamente de pensar en ellos dan ganas de gritar: ¡ajúa! Apenas ayer, por motivos de muy dudosa probidad, recité algunos de sus versos al oído de una señorita. Puedo asegurarles, por lo mismo, que la bofetada que me propinó dicha señorita no tenía nada que ver con la manera en que el poeta encabalgaba la cesura. Tampoco fue una negación del ultraísmo ni respondía a las exigencias formales de ningún bando literario. Fue una bofetada de pura y simple indignación. Y es que son poemas impúdicos, salaces, concupiscentes. Dispénseme, dicha señorita.
Efrén Rebolledo nació en Actopan, Hidalgo, en 1877 y fue abogado de formación. Colabora con la Revista Moderna y más tarde participa en la fundación de Pegaso. Su entrada al servicio diplomático lo lleva por todo el mundo. Así, publica sus primeros dos poemarios, Cuarzos e Hilo de Corales en Guatemala. Luego, en París, en 1907, los une en Joyeles. En el oriente lejano le surge el gusto por lo exótico y escribe dos poemarios y una novela de tema japonés. En 1936, en Noruega, escribe la novela Saga de Sigfrida la blonda. Antes de tan nórdico lance, durante una estancia en México, publica El libro del loco amor. Publica también Caro Victrix, ni más ni menos que la carne victoriosa, doce sonetos de purísima pasión. No sé si tuviera razón Xavier Villaurrutia al decir que “es entonces cuando el poema de Rebolledo no es ya como una joya, sino una joya”; tampoco sabría decir, con José Emilio Pacheco, que “se trata de labrar el verso […] de dar a la materia del lenguaje los colores de la pintura, las calidades del bronce y del mármol […] pero de carne y sangre”. Al leer algo como:
Jardín de nardos y de mirtos rojos
era tu seno mórbido y fragante,
y al sucumbir, abriste palpitante
las puertas de marfil de tus hinojos.
se me ocurren otras cosas. Dicha señorita, perdone mi bajeza.
Severo Amador, cuyo solo nombre es un poema erótico, nació en Villa de Cos, Zacatecas, en 1886. Tuvo mejor cuna que Rebolledo. Heredó las aptitudes artísticas y literarias de su padre, que fue coronel, diputado, historiador, y escritor de versos y artículos satíricos. Estudió pintura en la Academia de San Carlos bajo José María Velasco. Obtuvo una beca para continuar sus estudios en París, pero no viajó debido a una decepción amorosa. En vez abrió una Academia de Artes Plásticas en Aguascalientes. Su alumno más sobresaliente fue Saturnino Herrán. De vuelta en la ciudad de México se dedicó a la literatura y frecuentó al Grupo Bohemio. Escribió varios libros de poemas, de los que solo sobreviven los títulos y la noticia, y un par de libros de prosa: Confesión (1905) y Boletos provincianos (1907). En 1918, escribió y publicó artesanalmente el Himno a Salomé. La portada era verde olivo y la costura sostenida por estambre verde, también el color de los libros inmorales. Consiste en nueve secciones, cada una de las cuales rinde homenaje a una parte del cuerpo de la asesina de San Juan Bautista, la femme fatale por excelencia.
Le hubiera dicho a dicha Señorita:
Tus senos son dos copas de ámbar llenas de venenos
o
Tus senos son como peras de marfil untadas con leche de rosas
pero su respuesta hubiera sido mucho peor que una bofetada.
Efrén Rebolledo murió en Madrid en 1929, como secretario del Ministro González Martínez. Severo Amador murió sifilítico y demente en el Manicomio General de La Castañeda en la Ciudad de México, exigiendo que le llamaran Yorik Valencia. Siguiendo caminos inversos, ambos terminaron en el olvido.
Propongo que este año el día de los enamorados no sea el 14 de febrero sino el 5, día de la Constitución. En lugar de chocolates con licor, claveles y globos en forma de corazón, recitemos versos eróticos a nuestras queridas y queridos.
– Dicha señorita, la invito a pasear por la calle Cinco de Febrero, en la Colonia Obrera. En la contraesquina de Efrén Rebolledo y Severo Amador, le revelaré “que no se ha calmado la infinita ansia de amar, ni el apetito ha muerto”.
– Nicolás José
(Imagen tomada de aquí)
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Antropólogo. Doctorando en Letras Modernas. Autor de dos libros de poesía. Bongocero. Nace en 1976. Pudo ser un gran torero pero...