Cartas inéditas de Octavio Paz

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Tres cosas sobre Octavio Paz

En aquellos tiempos inmemoriales, anteriores al correo electrónico, Octavio Paz se comunicaba con nosotros –sus colaboradores en la revista Vuelta– a través de tres medios: la conversación en persona, el teléfono y el siempre noble y ahora casi extinto género epistolar.

Además de las reuniones mensuales con el consejo de redacción (que merecen una evocación aparte) y de la ocasional coincidencia en reuniones sociales, mis encuentros con Paz ocurrían en su departamento de Reforma y Guadalquivir. Me encantaba la atmósfera de recogimiento que se respiraba en aquella biblioteca, aislada del cuerpo principal del edificio y del mundanal ruido por un patio de baldosas rojas y el invernadero que Marie Jo mantenía amorosamente. Las visitas ocurrían al filo de las seis de la tarde, después de la siesta y al calor de un buen whisky. Aunque Octavio era riguroso con su “orden del día”, la charla transcurría relajada y cordial. Tras recorrer con detalle los temas propios de la revista (autores, colaboraciones, números futuros, puntos administrativos) abordábamos las querellas intelectuales o políticas del momento y a veces tocábamos asuntos más personales. La seriedad característica de Octavio, su incesante búsqueda de la verdad, derivaba casi siempre a una referencia filosófica, histórica o literaria que venía al caso y que tenía una localización precisa en su biblioteca. Sus libros eran una incitación permanente, un tablero de relaciones, una extensión de su memoria. Recuerdo, por ejemplo, cómo una alusión incidental a la “fluctuación del alma femenina” lo llevó a bajar de un estante una edición de Alexander Pope y a leer en voz alta, con gran regocijo, un poema que casi nos convence a ambos sobre esa supuesta condición “esencial”. Era una delicia cómo pasaban las horas en esas tardes, que hubieran sido perfectas de no ser por mi antipoética alergia a los gatos, así fueran de Octavio y Marie Jo.

La charla telefónica era diaria y, si no recuerdo mal, ocurría luego de las doce de la mañana. “Hay que estar atentos a su biorritmo”, me advirtió Alejandro Rossi, y tenía razón, porque importunar a Octavio a deshoras podía despertar al Zeus tonante que llevaba dentro. Conmigo, sin embargo, fue siempre cortés y circunspecto, aun frente a mis torpezas o desatenciones, o ante las naturales desavenencias que siempre resolvíamos tomando distancia y acudiendo al ámbito más sereno de las cartas. La plática telefónica era más libre y saltarina que la personal, y de vez en cuando condescendía a la anécdota picante o al suculento chisme. Un hábito extraño de Octavio –acaso una argucia que he referido alguna vez– era su manía de enlistar “tres cosas”: el asunto “tiene tres aspectos”, decía, y uno debía esperar a que terminara el recuento para rebatir o argumentar. Otro rasgo curioso era la forma en que solía dar por terminada una conversación: “Bueno, lo dejo…”, y colgaba el teléfono sin mayor aviso.

De aquellos contactos personales en su casa o por teléfono sólo queda la memoria entrecortada: frases e ideas que de pronto me asaltan proustianamente, o momentos en que Octavio me reconviene en sueños. Todo eso se desvanece, pero por fortuna quedan las cartas que nos enviaba. El archivo de Vuelta conserva una buena colección de ellas. Octavio las dictaba por teléfono a Rosa Bertha Bringas, su gentil secretaria en Vuelta o, con mayor frecuencia, las escribía de puño y letra y las daba a sus sucesivos ayudantes: entre ellos el fiel Eusebio Rojas –que lo acompañó en la India– y la paciente María Luisa Suárez. Todos, secretarios y colaboradores, nos doctoramos en paleografía para poder descifrar su rauda y sinuosa caligrafía.

Las cartas de Paz que conservamos en el archivo de Vuelta corresponden, grosso modo, a cuatro géneros: cartas de trabajo, reflexiones de viaje, postales epigramáticas y misivas de carácter personal. Algunas están dirigidas a mí, varias otras a Aurelio Asiain, héroe silencioso de mil batallas, verdadero interlocutor literario de Paz. Hasta hace poco dormían en sus legajos, pero ahora, gracias a la generosa anuencia de Marie Jo Paz, podemos ofrecer algunas al lector como una pequeña muestra del Paz epistolar. En sus cartas de viaje, por ejemplo, Paz descubre aspectos desconocidos que asimila y conquista para sí mismo y para el público de México. Son borradores de ensayos futuros, o felices confirmaciones de ensayos ya publicados. Muchos de los problemas específicos del siglo XXI aparecen en esos textos, como vislumbres nítidos. Las simpáticas postales, por otra parte, reflejan el humor culto, específico de Octavio. Pero lo más importante desde el mirador de la historia cultural son sus cartas de trabajo, porque reflejan a Paz en su taller: su laboriosidad, su curiosidad, su gusto por el detalle, su pasión por las batallas ideológicas, su espíritu alerta, su cortesía, su atención a la opinión ajena, incluso sus dudas; la mente editorial de Paz era una mesa de redacción –informada y cautelosa– en perpetua discusión consigo misma. El lector medio lo recordará siempre como un poeta y ensayista, pero acaso desde su infancia Paz abrevó en la profesión del editor, que comenzó a desarrollar muy pronto, en sus publicaciones tempranas de los años treinta. Ese entusiasmo editorial lo mantuvo siempre alerta y con ánimo combativo.

En sus últimas semanas me dijo de pronto: “En el futuro usted comprenderá lo importante que fue Vuelta en su formación.” Yo creía saberlo ya entonces pero ahora –a treinta años de la fundación de aquella revista, a la que me incorporé en febrero de 1977– creo entender mejor lo que me quería decir y valoro cada vez más su magisterio, su obra y su amistad. Cuánto lamento que su muerte haya puesto fin a esas invaluables “tres cosas”: su conversación, sus llamadas y sus cartas. ~

Enrique Krauze
     

México, D.F., a 16 de marzo de 1977
      
     Querido Enrique:
     Le envío varios textos, a saber:
     a) El ensayo de A.W. Gouldner que nos propone Zaid. Es interesante aunque un poco largo. Habría que cortarlo un poco, como lo propone Gabriel. Hay que decidir, primero, en qué número podría salir y, segundo, quién podría traducirlo. Además, ¿a quién debemos pedir los derechos? Léalo y deme su opinión. Gracias.
     b) El artículo que me dejó el Embajador polaco. No acaba de gustarme. Ojalá que usted y Zaid lo leyesen y me dieran su opinión. En todo caso, si lo publicamos, hay que hacerlo con una nota y acompañado del otro (punto c) que nos ha enviado Zaid.
     c) Una estrategia de la oposición polaca, por Adam Michnik. Interesantísimo. Hay que cortarlo un poco. Si lo publicamos, debemos pedir el permiso del caso a Esprit.
     d) Le Nouvel Observateur que me envió Julieta Campos. A mi juicio, hay que publicar, en Letrillas, precedidas por una breve nota, más o menos inspirada en lo que publica Le Nouvel Observateur, la entrevista de Bukovski (págs. 26-27). (Le envío, como “documento”, las increíbles y estúpidas declaraciones de Corvalán en L.N.O. anterior). Hay otro artículo (pág. 48) sobre el caso de Huber Matos. Podríamos utilizarlo en una Letrilla pero me parece que el caso de los prisioneros políticos de Cuba –y en primer lugar el de Matos– requiere un texto más serio y documentado. Debemos buscar para un número próximo, muy próximo, un buen texto sobre este asunto. En el mismo número hay un excelente artículo de Claude Roy (pág. 50-52) pero, si lo publicamos, puede parecer que insistimos demasiado en el tema. ¿Qué piensa usted? En cambio, para un número venidero, podemos utilizar parte del artículo de Jacques Julliard (la parte sobre la actitud de los comunistas franceses). Yo podría agregar algún leve comentario refiriéndome a la actitud (mejor dicho: a la ausencia de actitud) de la izquierda mexicana y latinoamericana sobre este tema. He subrayado las partes que podrían traducirse (Por cierto: los párrafos subrayados son de Julieta o de su marido). Mis marcas son azules (pág. 63-64).
     e) The Journal. En las páginas 12-17 encontrará usted un hermoso texto de Lowry Burgess (un joven artista yanqui amigo mío). Me gustaría publicarlo acompañado, claro (sin ellas se pierde todo el efecto) de las fotos que incluyo dentro de la revista. Todas o una parte. Hable con Abel para saber si, con nuestros pobres recursos gráficos, podemos atrevernos a publicar esas fotos.
     f) El pequeño libro de Javier Sologuren. Un excelente poeta menor. He escogido algunos poemas que podrían ir con los del joven venezolano en la sección Plaza de la Nueva Poesía (o como decidamos llamar finalmente a esa página). Guarde el cuaderno con el del poeta venezolano (su nombre se me escapa ahora).
     g) Una entrevista con Ginsberg. Impublicable –difusa y confusa. Pero guárdela– debo escribirle a la periodista que lo entrevistó.
     h) Un texto de un “espontáneo”. También impublicable.
     i) Una carta que envié a Rossi y De la Colina, pero que me devolvieron por un error (en las señas) de correos. Léala y trasmítala a los dos. ¡Gracias!
     j) El texto sobre Berlin: tengo mis dudas. Ya hablaremos (mañana).
      
     Un abrazo grande
     Octavio
      
     Le envío también los sonetos de Camões. ¿Podrían ir en el próximo número? ¿el 6? ¿o en el 7?
     O.P.

     From the American Stanhope Hotel Collection
     Temperance American School, Circa 1850
     © 1981 American Stanhope Hotel
     Nueva York

     

A 17 de octubre de 1982
      
     Sr. Enrique Krauze
     Vuelta
     Leonardo da Vinci 18 bis
     México, 19, D.F.
     México
      
     Querido Enrique:
     Bajo la estrella fría de la templanza, se me apareció anoche el fantasma de Filodemo, maestro de Cicerón, Horacio y Virgilio, para quejarse de las fechorías de Vuelta: en lugar de Demos escribieron Dermos y todavía le arde la piel espiritual.
     Saludos a Isabel y a Tulio.
     Un abrazo. Octavio
     

     The Oriental
     Oriental Avenue, Bangkok 10500, Thailand. Cable orienthotel.
     Telex: th82168,th82997. Tel.: 234-8621-9, 234-8691-9.
      
   

  A 10 de noviembre de 1984.
      
     Querido Enrique:

     Este largo viaje ha sido rico en sorpresas y descubrimientos pero también en confirmaciones. Más que una exploración ha sido un reconocimiento. Nuestro primer alto fue Bombay. Después de la prosperidad de Alemania, la realidad de la India nos golpeó. Llegamos en la madrugada y vimos el despertar de los suburbios, una llaga viva que se extiende desde el puerto aéreo hasta el centro de la ciudad.

Una miseria realmente indescriptible y que produce, más que compasión, desesperanza. Nos hospedamos en nuestro viejo y querido Taj Mahal Hotel, monumento […] del British Raj y de las quimeras de la clase dirigente india al comenzar el siglo. Pero la ola de los miserables no cesa de batir contra esa arquitectura vana y fastuosa. Nada, ni siquiera las esculturas de la isla de Elefanta, logró disipar la terrible visión. En quince años, Bombay se ha convertido en otra Calcuta –la misma mezcla, alucinante y atroz, de modernidad y miseria abyecta. Abyecta en el sentido literal de la palabra y también en el teológico. La siguiente parada fue Hong Kong. El cambio ha sido inmenso (no había vuelto desde 1963, hace más de veinte años). La alegría y la prosperidad de Hong Kong, tanto como la belleza de la bahía y de las pintorescas colinas, hoy cubiertas de rascacielos, sorprendieron y fascinaron a Marie José. A mí también. Un cosmopolitismo amarillo. El pragmatismo es más poderoso y eficaz que las ideologías. Más humano también. Sin embargo el excesivo mercantilismo de Hong Kong, sus ostentaciones de nuevo rico, su mal gusto chino (hay un mal gusto chino como hay otro mediterráneo y otro sajón) y su sensualidad epidérmica, me hicieron apreciar aún más la elegancia y la sobriedad del Japón. El país conquistó a Marie José y resucitó mi antiguo fervor. Volví a sentir lo que sin duda sintieron muchos mexicanos al comienzo del siglo; vieron en el Japón un símbolo de lo que podrían ser (o más bien: hacer) los países no europeos: modernizarse sin dejar de ser ellos mismos. Los quince días del Japón fueron de una rara perfección: un otoño límpido como una tanka clásica o un dibujo de Buson, la exquisita elegancia de los monumentos y los objetos (en Japón, aún más que en China, la belleza no es simétrica: el arquetipo del artista no es la geometría, como en Occidente desde los griegos, sino la naturaleza, que es siempre irregular), la cortesía de la gente, su diligencia, su eficacia, su honradez. Donald Keene me dijo: vivo ocho meses al año en Tokio porque ya no aguanto más la barbarie de Nueva York. Tiene razón. Para nosotros el viaje tuvo un encanto particular: Marie José descubrió una realidad nueva y yo me internaba en mis propias lecturas. Una y otra vez reconocí lugares que nunca había visto pero que, por decirlo así, había visitado al leer a los poetas y novelistas japoneses. “Viajas alrededor de tus lecturas”, me dijo Marie José. No sigo: el tema del Japón merece muchas páginas y muchas horas. Sólo le diré que ese mundo –me refiero a lo que llamamos tradicionalmente Extremo Oriente, compuesto básicamente por China, Japón, Corea, con sus prolongaciones: Hong Kong, Taiwán y Singapur– no sólo es ya una realidad presente sino futura. El centro del poder económico y político se desplaza del Atlántico al Pacífico y en esta nueva constelación histórica la presencia sino-japonesa será decisiva. Es desolador que ni nuestros políticos –su horizonte es provinciano y sexenal– ni nuestros intelectuales –encerrados en sus cárceles ideológicas– se den cuenta de que amanece en la otra orilla de México, la que mira al Pacífico. Japón debería ser nuestro modelo por su extraordinaria fusión de modernidad y tradicionalismo, eficacia técnico-científica y gusto estético (¡el Primer Ministro Nakasono hizo un haikú durante la incineración de Indira Gandhi!), solidaridad social (el grupo, no el individuo, es la unidad básica) y libertad política, capitalismo (competencia) y cooperativismo… El secreto, quizá, está en la esencia misma de la cultura japonesa –y lo mismo debe decirse de Corea y, mañana, de China: una civilización fundada no en los principios de una tradición, identidad y tercero excluido, sino en la coexistencia de los contrarios y aun en su fusión. El pragmatismo –para emplear un término occidental– de los chinos es consubstancial: un mandarín era, en la vida política y social, confuciano, pero en su vida íntima (religiosa, filosófica, estética y erótica) podía ser budista o taoísta, o ambas cosas. En Japón todo el mundo es, sin contradicción, budista y shintoísta, sin que esto les impida profesar la ideología científica y técnica del siglo XX. Al contrario de lo que ocurre en América Latina y en tantas otras partes, en el Extremo Oriente se piensa que la gente no sirve a las ideas: se sirve de ellas. (Un periodistade la agencia EFE me hizo una entrevista en Tokio y aproveché la ocasión para hablar de esto: ¿publicó la prensa mexicana esas declaraciones? Probablemente no o, como de costumbre, desfiguraron lo que dije.)

Gracias a la Fundación Japón, conocí a varios poetas, novelistas y ensayistas japoneses. Me sorprendió su inteligencia, su cultura, y su fervor. Están más enterados que sus congéneres europeos, norteamericanos y latinoamericanos. Casi todos ellos habían leído no sólo los libros míos traducidos al japonés sino los otros –en inglés, francés y, a veces, en español. Encontré a gente de gran talento. Debemos dedicar un número de Vuelta a la literatura japonesa contemporánea, ¿no le parece? Después de Tokio, volamos a Bangkok. Días deliciosos –los ecos de la crisis político-militar de Tailandia se ahogan en el fluir del río que corre bajo la ventana de nuestro hotel. La ciudad es mediocre e incluso muy fea, pero el río, la belleza de los árboles, las plantas, los pájaros, las mariposas, la arquitectura brillante y decorativa –hecha de lentejuelas, como un ballet de formas–, la gente somnolienta y vivaz, sensual y ceremoniosa –todo, tiene un encanto que hace recordar, a veces, a Conrad y otras, las más, a Pierre Loti. La arquitectura evoca al estilo churriguera, un churrigueresco budista y aún más retorcido que el novohispano de Tepotzotlán. En realidad, es una profecía (sus edificios son de fines del XVIII) de lo que iba a ser la Belle Époque. El budismo se mezcló aquí –como sucede en casi todas partes y con todas las religiones– con los antiguos cultos a los poderes naturales y se ha convertido en rito, leyenda, superstición y arte popular. Pero lo mejor es la sonrisa. Es la esencia del budismo: sonreír es comenzar a comprender –y a perdonar. La semana que entra salimos hacia Delhi –la conferencia se suspendió pero debo presentar mis condolencias al Nehru Memorial Fund. La India no sabe sonreír: es una tierra sublime y terrible. La patria del idealismo y de los sistemas absolutos. La Alemania (en andrajos) de Asia…

No he tocado, con toda intención, el tema de la reacción de la izquierda mexicana ante mi discurso de Fráncfort. Ante todo: le repito mi gratitud. El mensaje de usted, Alberto y Tulio me conmovió. Yo no sabía nada. Las primeras noticias las tuve en Tokio, por un cable y por el Embajador de México, excelente persona, Sergio González Gálvez, que trabajó conmigo cuando yo dirigía Organismos Internacionales en Relaciones. Su mujer fue compañera de Isabel en El Colegio de México. Sergio y el agregado cultural, Jaime Nualart, cordial e inteligente, me mostraron los recortes. Pasión mal empleada, mezquindad y rencor, mala fe. Almas pequeñas y sombrías en las que el fanatismo ideológico se une al resentimiento. La ideología al servicio de la envidia. Pero son una minoría. En Niko me encontré con un grupo de turistas mexicanos: todos se acercaron a saludarme y a decirme que estaban conmigo. Aquí en Bangkok me encontré un ítalo-ecuatoriano y un español, que vieron hace un mes la televisión mexicana y que me felicitaron por lo que dije –aunque, dijo uno de ellos, se enojaban muchos de sus colegas mexicanos. En mis declaraciones a la agencia EFE me referí, de paso, al tema. De todos modos, no hay que darle mucha importancia. Hay que sonreír. Lo dijo Darío: “¡Poned al pabellón, sonrisa!”… Y aquí corto esta carta tan larga (¿comprenderá usted mi mala letra?) con muchos saludos para Alberto, su mujer y su hijito (Marie José lo recuerda con especial cariño), Tulio, los amigos de Vuelta, Isabel y, para usted,
      
     Un doble abrazo de Marie José y de Octavio

      
     Ojalá que pudieran enviarme el número de Vuelta de noviembre a Gallimard –pasaremos unos días con ellos. También pienso que sería bueno publicar el discurso del Presidente de Alemania: ¿en Vuelta o en dónde? Saludos
     

Octavio 
nrf

 

5 rue sébastien-bottin 75007 paris
      
     A 21 de junio de 1989
     Querido Aurelio:
     Esta carta está dirigida a usted pero también a Enrique. No le escribo a él directamente porque […] no sé si está en México o en los Estados Unidos. Creo recordar que me dijo que probablemente iría a Los Ángeles o a Nueva York a alguna reunión universitaria.
     Llegamos a París hace unos días, en plena celebración –los festejos durarán más de un mes– del Bicentenario de la proclamación de los derechos del hombre y de la invención de la guillotina (curiosa pareja). […]

     Le envío con estas líneas la versión corregida de mi Ejercicio de Memoria, acerca de Mixcoac. Además de las correcciones (numerosas) añadí dos páginas –irrupción súbita de la memoria afectiva. No tuve tiempo de pasar el texto en limpio. Ojalá que mi escritura no les resulte ininteligible. El texto aparecerá también en el TLS, la NRF y la Revista de Occidente (les demoiselles d’Avignon de la literatura europea).

     Dejamos a los españoles entregados a la frenética alegría de descubrirse de pronto ricos, democráticos y europeos. El país entero vive en una exaltada europforia. Es una fiebre que, en menor o mayor grado, padece todo el continente, sin excluir a los cada día menos flemáticos ingleses. Ellos también han descubierto las “nourritures terrestres” –por hablar como Gide– y, además, con una suerte de hedonismo filisteo. Cada país europeo encuentra, no sin razón, maravilloso este fin de siglo: han sobrevivido a dos guerras y al comunismo totalitario. ¿Sobrevivirán a la prosperidad? Eso está por verse: los hombres no resisten a la felicidad por mucho tiempo. En fin, el nivel de vida es muy alto en todos estos países pero ¿el nivel de la verdadera vida? Tal vez Baudelaire vio más hondo y más claro: hay una baja de tensión espiritual, un filisteísmo que degrada al europeo medio.

     La prensa, los políticos y los intelectuales discuten con pasión lo que ocurre en los imperios totalitarios: el renacimiento de Hungría y Polonia, los cambios en la urss (el viaje de Gorbachov a Alemania me llena de inquietud: los alemanes son capaces de abandonar a Europa –es un pueblo que no acaba de exorcizar sus demonios –y los disturbios sociales y religiosos
de las naciones orientales soviéticas confirman las previsiones de Tiempo Nublado) y, en fin, la matanza en Pekín. Un zarpazo de un tigre agonizante –¿cuántos años durará su agonía? ¿Y qué dicen nuestros escritores e intelectuales de lo que ocurre en el mundo? Cuando pienso que muchos de ellos se precipitaron a saludar y a aplaudir a Fidel Castro apenas hace unos meses. ¿Qué han pensado hacer en Vuelta? ¿Cómo comentaremos todo lo que ocurre? Cada vez que me alejo de México repito lo que dijo el joven Luis XIV al visitar Blois por primera vez: “esta ciudad no está a cincuenta leguas de París sino a cincuenta años”.
     Un abrazo doble
     Octavio
      
     Salimos dentro de una hora hacia Valognes –la tierra de Tocqueville. ~

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