Dos acontecimientos, la espectacular exposición retrospectiva que le dedica la Biblioteca Nacional de Francia y la puesta en marcha de su Fundación, han convertido este 2003 en el año de Henri Cartier-Bresson. La muestra inicia un itinerario europeo que arranca en el Caixaforum de Barcelona el próximo 15 de septiembre y permanecerá abierta hasta el 5 de enero de 2004. Una oportunidad excelente para admirar un siglo de imágenes de este gran fotógrafo que empezó como dibujante y pintor. Porque, en Cartier-Bresson, pintura/dibujo y fotografía siempre han sido vasos comunicantes: “la fotografía es el dibujo inmediato e intuitivo”, ha subrayado en multitud de ocasiones.
Bajo el título de Henri Cartier-Bresson. ¿De quién se trata?, un equipo comisariado por Robert Delpire nos brinda un balance de los trabajos y los días del célebre fotógrafo. Con una cuidada estructuración temática, situadas siempre dentro de un contexto, se nos muestran nada menos que 350 obras. Y, entre ellas, no pocas sorpresas: sus primeros clichés, fotos inéditas de su colección personal, una selección de sus mejores pruebas, tiradas de época, las películas realizadas por Cartier-Bresson o sobre él, los dibujos que ha realizado durante las tres últimas décadas y sus recuerdos personales, entre otros materiales nunca reunidos con anterioridad. Una ocasión, por tanto, única para descubrir los recovecos de la intimidad de este curioso, audaz y crítico testigo de nuestra época.
El nacimiento de su Fundación es un viejo sueño hecho realidad. Una propuesta cultural en torno al artista y su obra que no desea convertirse, según propia confesión, “ni en museo, ni en mausoleo”. Instalada en París, en un espacio próximo a la estación de Montparnasse, funciona desde el pasado 2 de mayo. Quien lo desee, también puede recorrerla virtualmente a través de la Web www.henricartierbresson.org
Cartier-Bresson ha observado el mundo con la lucidez del que sabe captar sus “instantes decisivos”. A través de su objetivo, hemos visto pasar un siglo de imágenes como si se tratara de un puzzle de representaciones que lo reflejan y explican. Su tarea no ha sido otra que la de abrirnos nuevas ventanas a través de las cuales ver más allá y también contemplarnos a nosotros mismos. Es, según André Pieyre de Mandiargues, el gran revelador.
De ahí que su mirada cómplice nos descubriera la fascinación por ese África de finales de los veinte, nos hiciera compartir el trágico destino de los republicanos españoles o nos permitiera ser partícipes de la liberación de París durante la Segunda Guerra Mundial.
Ahora la actualidad expositiva y editorial revalorizan, aún más si cabe, el importante papel de Cartier-Bresson en la historia de la fotografía. Nos reafirman hasta qué punto su mirada resulta decisiva para entender el siglo XX y para inmortalizar a buena parte de sus protagonistas en el ámbito de la literatura, el arte, la moda o la política. Así, el objetivo de Cartier-Bresson nos brinda retratos singulares de Camus, Sartre, Giacometti o Matisse, de André Breton o Cocó Chanel, de su amigo el cineasta Jean Renoir o de Ezra Pound.
Por último, si el lector desea penetrar aún más en el universo Cartier-Bresson, le recomendamos una notable aproximación biográfica traducida al castellano hace algunos meses. Se trata del libro Cartier-Bresson. El ojo del siglo, de Pierre Assouline, editado por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Un buen instrumento para abordar la peripecia existencial no sólo del “fotógrafo vivo más grande del mundo”, sino “del dibujante redivivo, del reportero de altos vuelos, del aventurero tranquilo, del viajero de otros tiempos, del budista inquieto, del anarquista puritano, del surrealista impenitente”.
Como ya hiciera con sus biografías sobre Hergé, Simenon o Gaston Gallimard, ese reconocido periodista cultural y escritor que es Assouline demuestra su capacidad para presentarnos un perfil completísimo, riguroso y atractivo, de ese contemporáneo esencial que es Cartier-Bresson. Porque, tras la lectura de este trabajo biográfico, comprendemos mucho mejor la personalidad inquieta y contradictoria de este longevo ciudadano nacido en 1908, en la localidad francesa de Chanteloup, que hizo siempre de la discreción una divisa vital y un método de trabajo. No olvidemos nunca que “ver sin ser visto” fue su fórmula secreta para estar en el mundo y explorarlo con su cámara-fetiche. De ahí el mérito de Assouline para revelarnos la silueta externa y también las más íntimas entrañas y opiniones del hombre invisible, del ciudadano vocacionalmente anónimo que identificó en su trabajo fotográfico la verdad con la belleza. –