La democracia en cualquier parte del mundo tiene diversos resquicios que dan cabida a la marrullería política. Aún hasta la democracia más perfecta puede ser tierra fértil para “mapaches” –llamados por algunos “operadores electorales” – quienes buscan influir en los resultados electorales a través de astutas artimañas y elegantes triquiñuelas. Si esto sucede en democracias avanzadas, ¿qué podemos de esperar de la “tonta democracia” mexicana?
Sabiendo que ya inició la temporada electoral en nuestro país –temporada de mapaches 2011–, vale la pena hacer un breve repaso de al menos tres tipos de fraude –“métodos de operación política”, dirían otros– y sus ejemplos en otros países.
Alteración del registro de electores
En Florida, en la reñida y controvertida elección presidencial en el que se enfrentaron Gore y Bush en el 2000, se obstaculizó el voto a personas afroamericanas con la intención de limitar la cantidad de votos para el Partido Demócrata. La táctica consistió en prohibir a los reclusos votar, ya que el 31% de éstos en el estado son afroamericanos y muy posiblemente con inclinación demócrata. Asimismo, en el condado de Miami-Dade muchos policías informaron a votantes afroamericanos que no se podía votar porque las papeletas se habían terminado.
En otros casos, se han observado irregularidades en el padrón, como los denominados votos fantasmas, en donde se registra gente de más votando en las urnas –hasta los muertos votan, se dice. En Zimbabue, se descubrió tras la última elección que una tercera parte del padrón nacional estaba muerta. Por el contrario, en Camboya en 2003 el padrón estaba rasurado, es decir, contenía menos electores de los que existían en realidad, por lo que se aseguraba el voto solo de los más fieles al régimen.
Límites a la competencia electoral
En Ucrania, durante las elecciones del 2004, el candidato de oposición Víctor Yuschenko fue envenenado; en Rusia, durante las elecciones para gobernador regional de Kursk, Alexander Rustkoi fue retirado de la lista de candidatos a tan solo un día de la elección por ser considerado por el gobierno de Putin como “su enemigo número uno”; durante el 2005, en Kazakstán, se limitaron las manifestaciones y los tiempos de campaña de la oposición; mientras que en Azerbaiyán se amenazó a la oposición con hacerle auditorías fiscales.
Otros países han recurrido a prácticas tan socorridas en el pasado reciente mexicano, como sucedió en las elecciones parlamentarias de Etiopía en 2005, en las cuales miembros del partido mayoritario amenazaron a los campesinos que de no votar por ellos, les quitarían sus tierras y a los estudiantes universitarios, con expulsarlos.
Fraude el día de la elección
En Tailandia, de manera muy similar a México, se compraban los votos mediante la técnica de “tomen el arroz y voten con su consciencia” –se desconoce si el arroz se entregaba en bolsas de plástico rojas, como en Veracruz. Esta técnica se redujo con la introducción del voto secreto; y por ellos se prefirió pagarle a los electores de oposición por no votar.
En Serbia, durante la elección de Slobodan Milosevic en el 2000, se registró el uso del mecanismo que en México se denomina como la cadena o la catafixia electoral, el cual consiste en entregar una boleta a un elector con la selección del partido deseado. Como primer paso, el ciudadano guarda la boleta en blanco que le asignan, para después regresarla al operador político, quien la llena y se la entrega al siguiente elector antes de la votación, y así sucesivamente.
Medio Oriente no escapa a este tipo de fraude. En Afganistán, en las elecciones de 2010, se registró evidencia de niños votando, de oficiales de seguridad permitiendo el fraude, de uso de credenciales de elector falsas, y de embarazo de urnas; todo esto a pesar del trabajo de la Comisión Electoral Independiente por evitar el fraude y del grupo de apoyo de la Unión Europea. Sin embargo, hasta el momento, se desconoce si pagaron derechos de autor o compraron una franquicia a los operadores políticos mexicanos.
Politólogo apasionado, creyente de la metodología por encuestas. Director General de la firma de opinión pública Defoe