Vestido de toga y birrete, de pie en un exterior de día, Charles London Pickering sostiene en sus manos un diploma enrollado mientras sonríe a la cámara. La imagen no está fechada, pero el retratado es ya bastante viejo y esta es una de las pocas fotografías suyas –la única a color– en las quince cajas de documentos que le heredó al archivo de colecciones especiales de la University of the Arts London.
Pickering murió en 1998, a los noventa años. Dedicó su vida a ser, más o menos en este orden, un meticuloso impresor, un profesor, un inspector de educación en artes aplicadas y, sobre todo, un ocupado miembro de distintas sociedades y clubes para tipógrafos en el Reino Unido.
Las cajas que dan cuenta de su vida están inmaculadamente almacenadas –si hay polvo, no proviene de este ambiente electrónicamente controlado– entre una colección de historietas, la colección de pósters de Tom Eckersley, el archivo personal del guionista Clive Exton y los ochocientos metros lineales que constituyen los archivos completos de Stanley Kubrick. Nadie sabe nada de Pickering y tal vez por eso, en vez de presentarme sus desordenados papeles, mi guía me muestra algunas piezas del archivo de Kubrick como introducción.
Aparentemente era un acumulador. Desde la época en que fue fotógrafo de la revista Look hasta Eyes wide shut, Kubrick encajonó cada proyecto una vez terminado. La fama trajo consigo amplias casas con espacios de almacenaje que hasta su muerte disimularon su compulsión de hoarder. De pronto mi guía toma una caja azul y así, sin más, la abre y la acerca a mis manos. Al interior una pila de hojas amarillas, en la primera se lee línea tras línea: “All work and no play makes Jack a dull boy.” Oh my God! Mis manos están sudando y tengo que hacer una pausa antes de tomar la caja (confieso: no me puse guantes y sí, sí dije Oh my God!), que no es la única. Para su distribución en Europa, los censores exigían que la página se tradujera a los idiomas de cada país en que se proyectara la cinta. Habiendo podido cambiar solo las páginas superiores, Kubrick ordenó mecanografiar cada resma en el idioma necesario, lo que además planteó el reto de encontrar en cada lengua un proverbio que expresara lo que el inglés. Cada una de las cajas está archivada aquí, junto a los calzones de Jack Nicholson. Literalmente.
Las oficinas de estas colecciones fueron diseñadas para lucir como uno de los icónicos interiores de Kubrick, en este caso la recepción del Hilton Space Station 5 en 2001: A space odyssey. Como en la cinta, el piso podría ser el techo en una habitación dominada por la luz blanca que se distribuye uniformemente por todo el plafón acrílico y se refleja en la total blancura del suelo. Rematan el espacio las sillas rojas, acento recurrente de Kubrick. Me enfrento aquí, por fin, en este ambiente aséptico, ya no al director de cine, sino a un hombre que le temía al futuro. Una primera revisión de los materiales sin catalogar de Charles London Pickering revela un archivo cronológico de recortes de prensa, hojas arrancadas de revistas y distintos panfletos en los que se discutían con gravedad los avances tecnológicos que terminarían por transformar su oficio, solidificar las industrias creativas y entronar a los magnates de los medios de comunicación. El síntoma más claro: el tipógrafo, el formador, el impresor y una cadena de técnicos y artesanos especializados encarnaban ahora en un solo diseñador gráfico que desde 1954 se educaba como tal en el London College of Printing, hoy el London College of Communication.
Las observaciones de Pickering se tocaban sutilmente entre los temas a discutir en las sociedades a las que pertenecía, The Double Crown Club y The Wynkyn de Worde Society entre las más prominentes. ¿Qué trae consigo el futuro? Un ensayo firmado por Roger Bridgman, sin fecha y arrancado de una publicación sin identificar, dialoga sombríamente con estos documentos. Se titula “I’m frightened” y fracasa en su intento de ser una declaración de principios pues sobre todo lo domina un profundo recelo hacia los nuevos poderes, más que tecnológicos, que comienzan a controlar la profesión:
Tengo miedo. Tengo miedo de lo que no conozco. Quiero escapar de este miedo. Así que debo intentar saberlo todo. Aquí hay un problema para el diseñador, uno con el que debe romperse la cabeza. Los clientes usualmente le piden operar… contra la vida… Le piden usualmente hacer un diseño para un sistema que hace dinero. Hacer dinero está bien, pero solo para el cliente… el diseñador debe estar listo para romper sus cheques… si el cliente está intentando usarlo para canalizar la vida lejos de las personas.
El miedo se materializó el 24 de enero de 1986, cuando seis mil empleados de periódicos entraron en huelga al fracasar las negociaciones para mudarlos de Fleet Street (asentamiento de la prensa desde el siglo XVI) a Wapping, al Este de Londres, donde Rupert Murdoch edificó un búnker para agrupar el Times, el Sunday Times, el Sun, el News of the World y supuestamente un nuevo medio. De un día a otro las redacciones fueron trasladadas y cinco mil empleados fueron despedidos. No hubo un día que no se publicaran estos títulos durante el año que duró el conflicto. El cambio trajo consigo la limitación (auspiciada por Margaret Thatcher) de los poderes de los sindicatos y nuevas condiciones tecnológicas que, según Murdoch, supusieron una mejora generalizada e irrevocable de las condiciones de trabajo. Para Ian Griffiths (de The Guardian) la tecnología abarató los costos de producción de los periódicos, pero no la mejoró. “Fue un error creer que la tecnología representaba el fin de la era dorada (de los oficios) como fue un error creer que Wapping era una planta construida para albergar un nuevo periódico vespertino.”
Pickering guardó algunos ejemplares del Times de la época, pero me pregunto si su interés estaba en absoluto cercano a Wapping. Los periódicos que guardó corresponden al último número del Times impreso con placas de plomo y el primero impreso como litografía en offset, tecnología entonces inédita en el imperio. Aunque en sus portadas se reportan tímidamente las batallas campales entre policías y trabajadores, el ojo de Pickering me lleva a la letra pequeña –o eso me parece, en mi fiebre de archivo–, a la apariencia de la fuente Times Roman, una variación de la Times New Roman (1931) diseñada para el Times por Victor Lardent y Stanley Morrison, miembro original del exclusivo Double Crown Club para tipógrafos, historiadores e impresores, club al que pertenecía Pickering, siendo Morrison una figura recurrente en su propio archivo.
Charles London Pickering no tuvo descendencia. Sabemos que tenía un hermano. Diseñó la invitación al cumpleaños de su sobrina alguna vez. En mi mente lo veo alegre, brindando mientras habla de los golden years of printing, como lo hacían los miembros de la Wynkyn de Worde Society hace unos días en su más reciente reunión compuesta por añejos miembros que hablan con frecuencia de tradición. “A los miembros les importa la calidad de lo que hacen”, me dice el que fue el diseñador de la Oxford University Press durante treinta años. Ahora está retirado, es un diseñador freelance.
I’m frightened. ~