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Leí, días pasados, que en China están prohibidos los viajes en el tiempo. Es un título engañoso, claro está: lo que está prohibido son las películas y las series de televisión en las cuales la gente viaja en el tiempo. Ni siquiera prohibido, sino “desalentado”, al parecer. Ya se sabe que todas las noticias que llegan desde China son un poco difusas y hay que compartirlas con un cierto escepticismo.
Más allá de tales precisiones, es muy interesante analizar los motivos por los cuales el régimen seudocomunista de ese país decidió, a comienzos de 2011, tomar esa decisión. Parece que, en los meses previos, se habían puesto de moda en la tele china las series en las que la gente viajaba hasta la época de las antiguas dinastías. Según los censores, la representación de versiones alternativas de la historia china constituía “una mala influencia para el público”, ya que hacen “un tratamiento frívolo de la historia”, “inventan mitos, son absurdas e incluso promueven el feudalismo, la superstición, el fatalismo y la reencarnación”. Todo eso.
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Según explica la agencia EFE, la serie que impuso esta tendencia fue Shen Hua, de 2010, también conocida como The Myth (“El mito”). Está inspirada en una película homónima, de 2005, protagonizada por Jackie Chan. En la serie, unos adolescentes de la actualidad viajan a la época de la dinastía Qin, que gobernó China entre 221 y 206 a. C., y se hacen amigos de importantes guerreros de por entonces. Once de esos quince años fueron los de Qin Shi Huang, el primer emperador de la dinastía, responsable de unificar el país y de ordenar la destrucción de todos los libros y la construcción de la Gran Muralla.
Imposible no recordar, al hablar de este emperador, a Borges y su texto“La muralla y los libros”. El autor argentino esgrime allí, entre otras, la hipótesis de que, al quemar los libros, Qin Shi Huang “tal vez quiso abolir todo el pasado para abolir un solo recuerdo: la infamia de su madre” (a quien había “desterrado por libertina”). En un sentido, el emperador hizo algo parecido a lo que hacen en la actualidad los creadores de películas y series sobre viajes en el tiempo: ofrecer una visión alternativa de la historia. Aunque con dos grandes diferencias. La primera, que pretendió imponerla a todo el imperio. La segunda, que su versión alternativa de la historia era que no había historia. La Historia comenzaba con él.
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Dos años después de la “prohibición” china, circuló por los medios otra historia curiosa. Un iraní de 27 años llamado Razeqi Ali, que se presentaba como “director general del Centro de Irán para las Invenciones Estratégicas” (un título digno de los tiempos de la China imperial), decía haber inventado una máquina del tiempo. La supuesta noticia se caía a pedazos en cuanto uno empezaba a leerla: no se trataba más que de un dispositivo que, en teoría, podía predecir, con una eficacia del 98%, los próximos entre 5 y 8 años de la vida de quien lo usara. No era viajar al futuro, pero sí “traer el futuro al presente”, reivindicaba su creador.
La versión fue desmentida poco después por el propio gobierno iraní, pero dio lugar a que National Geographic entrevistara a Thomas Roman, un físico teórico de la Central Connecticut State University y co-autor del libro Time Travel and Warp Drives. Este especialista habló de algunas de las cuestiones que más nos interesan a quienes amamos las historias de viajes en el tiempo.
Además de referirse a la famosa “paradoja del abuelo”, Roman aludió a una cuestión ante la cual esta clase de ficciones pocas veces se han detenido. Nuestro planeta se mueve todo el tiempo: rota sobre su eje, gira alrededor del sol y, junto con todo el sistema solar, se desplaza por el universo. Por lo tanto, si el viaje es solo en el tiempo pero no en el espacio, los viajeros podrían llegar a cualquier parte. Deberían tener cuidado.
Y algo relacionado con esto, sobre lo cual el científico no dice nada pero en lo que yo suelo pensar: ¿qué pasa si llegan a un sitio donde ya hay algo? Es decir, suponiendo que los viajeros efectúen los cálculos correctos para aparecer justo sobre la superficie de la Tierra, ¿qué ocurriría si en el lugar elegido, y donde ahora no hay nada, había una edificación, una montaña, un lago? Pero, además, en ningún lugar del planeta no hay nada: siempre hay aunque sea aire. Y si allí tiene que aparecer alguien, ¿adónde va ese aire?
Vuelvo a la entrevista a Thomas Roman. Le preguntaron también cuál cree que es el motivo por el cual los viajes en el tiempo son tan populares en la ficción. El científico opinó que su atractivo se deriva de dos fantasías: la de ser testigo presencial de hechos que conocemos a través de los libros de historia y la de corregir los errores del pasado. Esta segunda es, precisamente, la que no les gusta a los gobernantes chinos. Ni siquiera como un juego.
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Miquel Barceló, en su prólogo al libro Cronopaisajes, una antología de relatos sobre viajes en el tiempo publicada en 2003 (que es la versión española de Timescapes, editada por Peter Haining en 1997), afirma que “en realidad, todos somos obligados viajeros del tiempo si aceptamos que nuestra manera de viajar en él está limitada a ir siempre hacia ‘delante’ a la ‘velocidad’ de un segundo por segundo”. Eso sí que el gobierno chino no lo puede impedir.
Tampoco puede impedir que entre sus 1.300 y tantos millones de habitantes haya unos cuantos que, encerrados en sus cuartos, escriban en secreto historias sobre viajes en el tiempo que quizá salgan a la luz alguna vez. Por qué no imaginar que sobrevivirán, haciendo honor a sí mismas, en cápsulas del tiempo (cofres, botellas, simples cajones) a la espera de épocas de mayor libertad.
Y supongo que tampoco les pueden quitar la ilusión de que dentro de cuatro meses, el 21 de octubre a las 4.30 de la madrugada (hora local), en un lugar de California llamado Hill Valley, aparecerá un DeLorean volador con la misión de resolver unos problemitas. Por suerte, esa ilusión tampoco a nosotros nadie nos la puede quitar. Lo estamos esperando.
(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.