Dicen —pero Alá es más sabio— que la siguiente historia ocurrió en mi pueblo: San Juan de los Palotes. Un joven poeta tenía ya meses escribiendo pudorosos versos en servilletas de cafés bohemios, tickets de compra (como en el que comienzo a garrapatear estas notas) y recibos de la lavandería, hasta que un día consideró que ya había acumulado suficiente material. Lo pasó en limpio y lo llevó a dictamen a la editorial de la Universidad Autónoma de San Juan de los Palotes, mejor conocida por sus siglas en español: UASJP.
Al cabo de unos meses no solo le dijeron que su libro era muy bueno, sino que además, dadas las circunstancias —que publicaban cualquier mamotreto que caía por ahí—, el volumen iba a aparecer en una de las colecciones más prestigiosas, en papel cultural y no en aquellas en bond donde aparecen títulos como El bosque de coníferas en San Juan de los Palotes o La organización social de los huachimules antes de la Conquista.
Cuando el libro salió de la imprenta universitaria se organizó una presentación a la manera tradicional; es decir: en una casa de cultura, un edificio del año del caldo de estilo churrigueresco. Dos vacas sagradas le dieron el espaldarazo e hicieron buenos comentarios sobre la obra: el equivalente a la patada en el culo que Raúl Velasco le daba a los debutantes en Siempre en domingo. Aunque uno de ellos, haciendo eco de un profesionalismo inaudito, criticó algunos pasajes oscuros y dos o tres inconsistencias. Luego de una lectura solemne de los mejores poemas y una ronda de preguntas protagonizada por los amigos paleros y la madre del poeta (pero no la de Baudelaire), la Universidad, esa noble institución, se rifó con vino blanco comprado en Cosco, el más barato, y la abuela del poeta preparó canapés de salchicha molida en licuadora sobre triangulitos de pan blanco Bimbo. Hasta hubo un fotógrafo de El Heraldo de San Juan de los Palotes, que forma parte de la OEM, y al día siguiente los más guapos, entre los que no estuvo el poeta, salieron en la sección de Sociales al lado de Denisse Payán, quien fue presentada en sociedad en el Salón Ruby, y de Brayant Martínez, quien festejó su primer aniversario; ambos en compañía de parientes y seres queridos.
Hasta aquí todo bien. La asistencia fue buena. Y aunque se vendieron treinta copas de Ruina entre sombras (¿o era Sombra entre ruinas?), nadie volvió a ver al joven poeta al día siguiente, ni al otro, hasta que pasó una semana, dos, tres…
La vida en el apacible San Juan de los Palotes siguió su curso: como en una escena de Dawn of the Planet of the Apes, los palotenses (este es el gentilicio) continuaron dando vueltas a la plaza con sus fusiles de asalto AK-47, en su Pick up con las cajas llenas de cerveza y hielo, y escuchando esa música de banda que les gusta tanto en la que se cosifica a la mujer y se ponderan valores materiales sobre cualquier tipo de ética o moral o espiritualidad (y luego se preguntan por qué hay tanto muerto); como en otra escena de la misma película, las autoridades siguieron destruyendo bellos edificios coloniales para construir estacionamientos; y como en otra escena de la misma película, poetas y narradores palotenses siguieron antologándose entre ellos mismos, luego de largas y soporíferas reuniones en cafetines de medio pelo. El hermoso cielo de San Juan contemplaba estos actos de barbarie impasible, frío y estúpidamente hermoso.
(Ah, cómo extraño ese cielo, a quien el bardo inmortal José Alfredo le compuso una canción que va así: “El cielo de San Juan de los Palotes fue testigo / del beso que me diste y que te di”)
Y aconteció que los amigos del poeta estaban tan ocupados antologándose entre sí, y escribiendo libros sobre la historia de la literatura de San Juan en los que aparecían ellos mismos, que no se habían dado cuenta de la ausencia de nuestro héroe. ¿Cuándo había sido la última vez que lo habían visto? Uno, dos… ¡tres meses! (pedían solo café y muchos vasos de agua, y los meseros los odiaban en silencio, con rabia contenida, como dicen que odian los perros y los niños). Y viendo que nadie pensaba hacer algo al respecto, una joven poeta, amiga de nuestro desaparecido autor, decidió ir a buscarlo a su domicilio.
Era a la sazón nuestro héroe un hombrecito nervioso, con barba de varias semanas y pijama a cuadros:
— ¿Pero qué te pasa, Augusto? —dijo la joven poeta al verlo.
Estaba muy flaco, tenía la piel reseca y pálida y no la invitó a pasar. Se quedó en la puerta como si estuviera ante un testigo de Jehová.
— He decidido dejar de escribir —dijo con solemnidad.
— ¿Por qué?
— ¡Cómo que por qué!
— …
— Ya pasaron tres meses desde que publiqué Ruina entre sombras (¿o era Sombra entre ruinas?) y no ha pasado nada. ¡Nada! Ni una reseña, ni una crítica, ni un entrevista, ni una nota en el periódico, ¡ni siquiera me han llamado de ICSJP!*
— Pero…
— ¡Nada, no ha pasado nada!
Nuestro héroe le cerró la puerta en las narices y aquí termina la historia. Lo que sucedió después se ha perdido entre los anales del tiempo.
Moraleja. No esperes gran cosa de tu primer libro… ni del segundo, el tercero… Nunca pasa nada. La vida sigue igual o peor. Vivimos en país sin lectores. Bueno, sí hay lectores, pero de Cincuenta sombras de Grey, Paulo Cohelo y Murakami.
P.S. Debido a mi compromiso con el medio ambiente esta nota fue escrita en: dos tickets de Superama, uno de un Oxxo de San Luis Potosí, una nota de venta de Helados Santa Clara, en el reverso de un papelito con el número de cuenta de mi casero y dos volantes de Parrilla Pepe, local 29, mercado de San Pedro de los Pinos.
*ICSJP. Instituto de Cultura de San Juan de los Palotes. Institución pública fundada en 1989 cuya función era apapachar a los poetas y organizar bailables de música folclórica y exposiciones de imágenes de huamúchiles pobres fotografiados o pintados por gente rica.
Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).