Don Quijote en Barcelona

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Ojos claros, barba rubia, cabellos canos. Acento vagamente andaluz (“me siento catalán”, me dice). Pajarita. Mauricio Wiesenthal es un personaje inclasificable. Un hombre anacrónico. Su prosa resucita el estilo de las Sonatas de Valle-Inclán y lo centrifuga mediante digresiones sin más hilo conductor que el yo (“después del infarto me di cuenta de que mi literatura sólo podía escribirse desde la subjetividad”, me cuenta). Su mundo se cimenta en una apropiación debida de fragmentos de otros mundos, los de aquellos que él llama “mis maestros”: Zweig y Rilke, sobre todo, entre los muertos, y Paul Morand, esencialmente, entre los vivos de su juventud (“me carteé con Morand”, me dice, “él por ejemplo me contactó con Coco Channel, pero no creo que publique esas cartas, porque sería como defraudar la confianza que depositó en mí”). Wiesenthal no quiere defraudar, ni después de muerto, a su maestro.

En Libro de réquiems y El esnobismo de las golondrinas (Edhasa), los dos libros que tras el infarto y los sesenta han dado a Wiesenthal cierta notoriedad, la suma de las dos mil páginas ofician un mismo duelo. Por Europa. En su percepción de la historia moderna y contemporánea, Europa ha muerto. Ha sido raptada por los hijos del 68, los falsos intelectuales de izquierda (“en aquel momento yo estaba en París y me posicioné con Camus”, me confiesa, “nunca con Sartre, con todas sus propiedades, con todas sus riquezas, yo vivo de alquiler, ser de izquierdas no tiene nada que ver con lo que aquella gente nos quiso vender”). Quijotesco, el antiguo escritor por encargo, de artículos, entrevistas, traducciones o guías de viaje, enfermo de tantas lecturas y de tantos trenes (entre ellos, obviamente, el Orient Express), después de tanta objetividad y de tanta escritura a tanto la palabra, dice haberse subjetivado: “de joven no conseguía hacer lo que ahora no puedo evitar hacer: desenfocar”. Esa mirada personal y desenfocadora le ha llevado a la escritura de dos libros raros, excesivos, a ratos hipnóticos, reaccionarios en algunos aspectos, absolutamente progresistas en otros, fantasiosos y sobre todo paneuropeos.

Lo aristocrático, lo decadente: en esas categorías se mueve el viajero Wiesenthal en sus periplos por el viejo continente. Fetichista, mitómano, romántico, persigue sobre todo lo que está a punto de desaparecer, siguiendo un rastro que le revela su “espíritu”: el hotel donde se alojaron sus maestros (“estoy en Ronda”, me escribió en su primer e-mail, “ven y me entrevistas en la habitación donde se alojaba Rilke”), el café que frecuentaba Wilde, papelerías que aún fabrican el mismo papel en que escribía Hemingway, la librería que visitaba Mallarmé. También los “personajes” están en vías de extinción y son objeto de sus safaris literarios (“en Europa antes había personajes, un portero o un camarero que tenían una historia detrás, que eran realmente inolvidables, también eso se ha extinguido”, me cuenta).

Ha vivido en París, en Estambul, en Viena o en Londres, pero siempre ha regresado a Barcelona. Incluso en eso es quijotesco. Después de meterse en la anacrónica y wellsiana máquina del tiempo para escribir Libro de réquiems y de inventarse una máquina del espacio para dar a imprenta El esnobismo de las golondrinas, Wiesenthal sigue viviendo en Barcelona (me invita a comer en el restaurante de siempre, en Sarrià-Sant Gervasi) y moviéndose con la inquietud de quien no tiene patria (Ronda y Mallorca nos tuvieron un mes sin poder concertar una cita, minutos después de nuestro encuentro, viajaba en tren a Montpellier). Yo sé quién soy, dice el personaje de Cervantes. Al afirmar que le dedicaría un libro a Eugenio D’Ors, al defender el lujo y el sibaritismo, al reivindicar su amistad con José María Pemán o con Miguel Torres, al recorrer la cultura libresca desde Shakespeare hasta Saint-Exupéry, pasando por Goethe, Chopin o Falla, Mauricio Wiesenthal grita a los cuatro vientos de sus dos mil páginas manuscritas (“el ordenador llega después y se limita a ordenar”, me explica) que sabe quién es. Antes de despedirnos me comenta que, desde hace unas semanas, le ha invadido, por enésima vez, “la angustia de largarme”. ~

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(Tarragona, 1976) es escritor. Sus libros más recientes son la novela 'Los muertos' (Mondadori, 2010) y el ensayo 'Teleshakespeare' (Errata Naturae, 2011).


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