Es importante la iniciativa de CONACULTA para adquirir y preservar algunas legendarias bibliotecas privadas. Las de Josรฉ Luis Martรญnez, Antonio Castro Leal y Jaime Garcรญa Terrรฉs ya pertenecen al Estado y las de Alรญ Chumacero y Carlos Monsivรกis se encuentran en proceso de adquisiciรณn.
Las colecciones se guardarรกn en una “Ciudad de los Libros”, como se llama una zona especial de la Biblioteca de Mรฉxico que dirige el poeta Eduardo Lizalde, y sobre la que ya escribiรณ Enrique Krauze aquรญ.
El nombre, lo lamento, me parece poco afortunado: fantasea con ciudadanizar una pasiรณn bibliogrรกfica de la que la ciudadanรญa estรก lejos. Es lo de menos: lo importante es que el Estado se interese en adquirir esos bienes literarios y los entregue a la “inmensa minorรญa” del pueblo al que los libros no le merecen una radical indiferencia.
A pesar de que no parece existir todavรญa una polรญtica razonada de adquisiciones, se trata de un paso relevante para salir de la vieja historia de estupidez, voracidad e inconciencia que durante siglos logrรณ que abundantes fondos biblogrรกficos importantes de Mรฉxico fueran rematados por kilo, privatizados o enviados al extranjero (y hasta utilizados como combustible). Habrรก quien recuerde las emigraciones de bibliotecas jesuitas, los saqueos de bibliotecas conventuales durante la guerra de Reforma, y ya en nuestros tiempos, a Vasconcelos narrando (creo que en El desastre) su infructuosa batalla con รlvaro Obregรณn para adquirir la biblioteca de Joaquรญn Garcรญa Icazbalceta que, finalmente, acabรณ en la Universidad de Texas. (Obregรณn prefiriรณ usar el dinero para comprarse un par de aviones de guerra que, previsiblemente, no tardaron en morir por la patria.)
Desde luego, hay bibliotecas y colecciones de enorme valรญa que se hallan a buen resguardo en la Biblioteca Nacional, en la Academia de la Lengua, en el INAH, en la SHCP, en la SEP o en la nueva, formidable biblioteca de la Universidad de Guadalajara. Y crece cierta conciencia: no hace mucho, por ejemplo, la Fundaciรณn Cardoza y Aragรณn donรณ los fondos del gran escritor a la Biblioteca Nacional.
Ahora bien, junto a estas adquisiciones, hay otra tarea de superior valรญa que a mi parecer las instituciones mexicanas no han valorado. Me refiero al imperativo de crear colecciones de documentos y papeles personales de creadores e intelectuales. A diferencia de los espaรฑoles, con su formidable Residencia de Estudiantes; de los franceses con su Instituto de la Memoria Editorial Contemporรกnea y, desde luego, de universidades como las de Princeton o Texas, en Mรฉxico no hemos sido capaces de entender el valor de los archivos personales ni de institucionalizar su importancia.
Existen en Mรฉxico algunos fondos documentales bien preservados, claro estรก, pero tambiรฉn existe el riesgo de que los escritores, en vida, o sus herederos, sigan viendo en Estados Unidos o Europa una opciรณn atractiva que, ademรกs de garantizar una adecuada preservaciรณn y difusiรณn, genere un pago adecuado. Sรณlo a la Universidad de Princeton, por poner un ejemplo, se han ido recientemente los papeles de Ortiz de Montellano, Juan Garcรญa Ponce, Elena Garro, Margo Glantz y Carlos Fuentes.
La creaciรณn de la “Ciudad de los Libros” en la Biblioteca de Mรฉxico tiene un presupuesto de 500 millones de pesos. Con la dรฉcima parte de eso, podrรญa comenzar a crearse su necesario complemento: un instituto de la memoria intelectual de Mรฉxico (o algรบn tรญtulo para el efecto) que atrajese la atenciรณn de los escritores y artistas –o sus herederos—al momento de decidir el destino de sus archivos. Se beneficia al dueรฑo o a su familia en momentos difรญciles, se termina con el negocio de legandarios saqueadores y asaltaviudas y, sobre todo, se enriquece nuestra cultura.
Un libro en la biblioteca de un grande posee un valor singular, sรญ, pero no deja de ser relativo. Los papeles privados de los escritores y artistas, en cambio, son รบnicos e irrepetibles. Es hora de no resignarnos mรกs a ser exportadores de archivos, a ser una repรบblica bananera que prescinde de una materia prima esencial para su propio entendimiento.
Posdata. Despuรฉs de aparecido este comentario en El Universal recibรญ una llamada atenta de Consuelo Sรกizar, presidenta de CONACULTA, para manifestar su interรฉs en la idea, lo que celebro. Ojalรก.
Se me ocurriรณ tambiรฉn que quizรกs habrรญa una forma de coordinar con la “Ciudad de los libros” otras bibliotecas de escritores que han sido adquiridas por el Estado, como las de Salvador Novo y Efraรญn Huerta que, adquiridas en su momento por el gobierno del Distrito Federal, fueron entregadas para su cuidado a la Casa del Poeta, I.A.P.
(Publicado previamente en El Universal)
Es un escritor, editorialista y acadรฉmico, especialista en poesรญa mexicana moderna.