Ayer (si mi quizá ascendente alzheimer me permite recordarlo), a las exactas cinco de la tarde, y haciendo ingenuamente caso de la invitación que a otros y a mí mismo había asestado desde mi columna simeonita Carta de Esmógico City, acudí al acto en la explanada frente al Palacio de las Bellas Artes del que, ¿recuerdan ustedes?, anteayer había candorosamente escrito lo siguiente (y perdón por citarme… en espera de recitarme):
“El columnista no es un entusiasta de las marchas multitudinarias adjetivadas por una ideología política o cualquier doctrina partidista, pero en este caso quiere unirse a un ciudadanaje a la vez dolido y temeroso ante la gran oleada de criminalidad (o de ‘inseguridad’, según algunos dicen eufemísticamente) que se extiende por el país. Y si también el columnista descree de la eficacia de tales actos, ahora quiere expresar su solidaridad con las familias de los asesinados y además hacer algo, aunque sea meramente simbólico, respecto a esa terrible situación que vivimos en México”.
¡Oh, alma mía no profética!, que diría el príncipe Hamlet. Apenas me acercaba a la explanada frente al Palacio de las Bellas Artes, en la que calculo que habría unas quinientas personas, cuando oí el clamor de, digamos, “las masas”, y vi unas pancartas que proclamaban en corales aullidos, ladridos, rugidos: “¡Los asesinos están en Los Pinos”, o la quizá imaginativa variante: “Sacaremos a Calderón de Los Pinos”. Y no se oía ni una voz que disintiera de esas barbaridades o proclamara algo de otro estilo.
Y bien (o, mejor: y mal), debo decir que me apresuré a honrar el acto con mi ausencia, es decir, que me retiré “cabizbundo y meditabajo” recordando que esa misma mañana, desde mi simeonita columna ya impresa, había implícitamente invitado al acto a mis tres lectores (que son los que, tal vez exagerando, creo tener). Y porque, pese a todas mis tendencias más íntimas, me siento responsable de mis textos, explico el porqué de mi no graciosa huida. No estoy de acuerdo en que un acto que se anunciaba como realizable a favor de la paz y por solidaridad con las familias de los asesinados en Temixco, lo aprovechen los profesionales del Resentimiento (un Resentimiento frecuentemente autogenerado). Si es verdad (¿será?) que todo es política, no estoy conforme con que todo sea polítiqueramente aprovechable (o abusable). Participar en un acto que estaba siendo teñido por una o varias tendencias politicoides y en el que se coreaba, se aullaba, se ladraba coralmente lo que entiendo es una mentira (pues a mi parecer los aludidos asesinos son otros), el mero hecho de permanecer en la manifestación me convertiría en un borrego cómplice de la politiquería más fanática, baja y sucia. Así que me disculpo ante mis tres lectores si mi artículo “embarcó” por lo menos a uno.
Ahora, en una pantalla de televisión que tengo delante aquí donde escribo, en las oficinas de MILENIO Diario, pasan noticias visuales de la manifestación y no se ven ni se oyen las pancartas y las consignas gritadas, aulladas, ladradas en el inicio de ese acto “por la paz y la unidad”. Qué bien, quizá aquello cambió de sentido y de tono y volvió a su anunciado propósito. Pero con aquel inicio ya había tenido yo más que bastante. No me gusta hacerles el caldo gordo a los profesionales del autogenerado Resentimiento.
(Publicado previamente en MIlenio Diario)
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.