Con los chistes hay únicamente tres posibilidades: se cuentan bien, se cuentan mal o simplemente no se cuentan. Una variante de la crítica literaria que debería agregarse a las mencionadas en este post, es la crítica humorística mal hecha. Se trata de pequeños textos que aparecen en portales literarios en los que curiosamente nunca se habla de literatura. Aquí hay algunos ejemplos:
1) Para evitar prejuicios, el primer ejemplo es de una revista seria, The Paris Review, que a principios de junio publicó un artículo que se titula “Querida Paris Review: ¿Qué libros impresionan a las mujeres?” (original en inglés). Ignorando la evidente misogonia –para qué leemos si no es para impresionar a mujeres a las que luego podemos aleccionar –, el chiste falla porque la lista incluye igual a Murakami que a Žižek sin ningún argumento aparente. En lugar de explicación, lo que hay son lugares comunes.
2) El suplemento en línea Libros Sampleados publicó una nota bajo el elocuente título de “#Hastag: #pocosfollowers”, un ejemplo de lógica invertida en el que el fallido juego consiste en equiparar el número de seguidores en twitter con la calidad de los escritores.
3) La columna “Dos de costilla” de la Revista Crítica, en la que el humor fallido no corresponde con la pretensión del título de las notas, que cambia de acuerdo al número de días desde que empezó la serie. En la entrega titulada “48 días sin encontrarme a nadie leyendo literatura en la calle”, el redactor se esfuerza para que una selección de fútbol de escritores con Cuauhtémoc Blanco sea graciosa.
4) Pero el mejor ejemplo de esta variante de crítica es el artículo “9 libros que hacen que nadie quiera salir contigo” (original en inglés), publicado en la sección de libros del diario en línea The Huffington Post. No hay mucho que decir sobre esto salvo que la lista no podría ser más arbitraria y que la anécdota que abre el texto no podría ser más petulante. Un éxito en su género.
Ahora que la tecnología ha puesto de moda otra vez la idea de la muerte de la novela, antes de flagelarnos con la falta de concentración, la rapidez, el efectismo y la sintaxis coja que las redes sociales instauran cada día como lo cotidiano, deberíamos cuestionar a la gente que en lugar de acercar a la gente a los libros mediante contenidos relevantes habla de cualquier otra cosa. Siempre ha existido gente que no lee, personas para quienes los libros son artefactos inútiles, pero la vocación anti-intelectual de la crítica es un fenómeno que debería llamar la atención, sobre todo porque es una vocación natural, que no pasa por el filtro de la sátira o la parodia, dos actitudes autoconscientes que ayudan a contar el chiste de la manera correcta, ni por el más puro y serio academicismo, que es la manera de no contar el chiste. Esta disciplina del humor fallido trivializa los libros, la reflexión sobre ellos, y la opinión que el público pueda tener al respecto.
El medio también tiene culpa y su parte en este círculo vicioso. Los portales quieren lectores, y los artículos tienen que adecuarse a esta idea extraña de que entre más lectores, mejor (lo que no queda claro es mejor ¿qué?). En este contexto cuantitativo, beneficia más escribir un texto en donde se mencionen nueve títulos que, por alguna razón, hacen que nadie quier salir contigo, a otro donde se hable de El sonido y la furia de Faulkner. La diferencia entre el número de personas que han leído a Faulkner y los que han leído nueve portadas de libros es abismal. La conclusión es triste y el contrato implícito queda como sigue: hay que fingir que escribimos sobre literatura para que otros hagan como que leen sobre libros.
Sin embargo, hay una alternativa que explica e incluso invalida todo lo anterior. Existe la posibilidad de que este pacto entre críticos y lectores sea una mala lectura, una sobre interpretación. Lo que en realidad sucede es que el crítico escribe sobre lo que le da la gana: creatividad, ingenio, pluma afilada y cuatro párrafos después, ¡listo, tenemos un post! Lo cuelgo y espera comentarios del tipo “jajajaja”. Del otro lado, el lector pica por allí y por acá; cuando encuentra algo que le gusta comenta cosas como “jejejeje” y cuando algo le desagrada lo trolea o lo ignora. En palabras de Roberto Cruz Arzabal, “lo urgente no es tener algo que decir, sino, teniéndolo, encontrar a alguien que quiera escucharlo”
¿Cómo darle la vuelta a un escenario así? Quizá el diálogo tiene que empezar por una más alta consideración de los otros y por el respeto al sentido del humor ajeno. Contar un buen chiste implica cierta estima por quien lo está escuchando. Si nos olvidamos de este diálogo de sordos y empezamos a hablar de literatura quizá encontremos, a los pocos pasos, gente leyendo en la calle.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.